25 septiembre 2022

Costa de Turquía 2022: ruta entre Bodrum y Antalya


(escrito en 2023)

 

Lo prometido es deuda: el verano pasado estuvimos viajando Aissa, el churumbel y un servidor por Tailandia y Bali. Ese viaje tuvo una etapa final antes de volver a casa: la costa turca, desde más o menos la zona de Antalya hasta la zona de Bodrum. Estuvimos unas tres semanas recorriendo dicha costa con un coche de alquiler.

 

Turquía era una buena manera de hacer una tercera etapa del viaje y a su vez una parada intermedia en nuestro retorno a tierras catalanas. De esta forma, el viaje de vuelta no se nos haría tan largo, especialmente para un niño de menos de dos años, ni el cambio de franja horaria tan brusco. Un servidor siempre había tenido una buena opinión de Turquía y sus gentes, así que la idea de recorrer parte de sus costas era muy tentadora.

 

Hicimos, pues, un recorrido que incluyó Dalaman -apenas el aeropuerto-, Sarigerme, Dalyan, Kas, Datça, Bodrum, Cirali, Antalya, Ölüdeniz, Kayakoy y Fethiye, aunque no necesariamente en ese orden. Aparte, desde Kas hicimos una pequeña excursión a la muy cercana isla griega de Castelorizo.

 

El resumen es que la cosa valió mucho la pena y que mis intuiciones tenían cierto fundamento. Turquía tiene unas costas maravillosas que, en esa parte del país, se combinan a menudo con espectaculares montañas literalmente nacen en el mar. Eso crea unos paisajes dignos de verse. La propia costa es una buena combinación de playas más grandes con calas más pequeñas y recogidas, casi siempre con aguas turquesa (como no podía ser de otra manera).

 

Suele predominar el turismo local, aunque en algunos lugares -p.e. Sarigerme- había una buena dosis de público inglés, que tiraba más a lo cutre que a lo glammouroso. Este último tipo de turismo es el que quiere tener bares donde pongan los partidos de pre-temporada del Manchester United y tiendas donde poderse comprarse unas Nike de imitación. Algo de ese turismo había en otros lugares de esa misma costa pero, como decía, en general predominaban los propios turcos. En algunos lugares había un público con alto poder adquisitivo -local y extranjero-, especialmente en la zona de Bodrum. Precisamente allí (Yalikavak) estuvimos en un apartamento de un condominio que, como parte del ‘pack’, incluía el acceso a un exclusivo embarcadero de madera donde uno podía bañarse -era una zona sin playa-, comer o incluso pedirse una copa. Estuve un par de veces y me dio un poco la impresión de estar rodeado de parte de la alta burguesía de Estambul o Ankara. Allí, en ese reducto privado, el alcohol se servía sin problema, mientras que en las playas públicas solía brillar por su ausencia. Siempre ha habido clases.

 

La costa, en general, no ha sido especialmente desgraciada por la intervención humana. Los pueblos mantienen cierta gracia y lo único que suele estropear el paisaje es el exceso de comercios y el abuso en la privatización de las playas: en algunas de ellas, literalmente, todo son hamacas y sombrillas de alquiler y uno ni siquiera tiene la posibilidad de poner su toalla sobre la arena. Cuando TODO en una playa son hamacas, el paisaje también se resiente bastante, pero queda el consuelo de que es algo reversible. Como ejemplo de paraje espectacular invadido de hamacas, véase Ölüdeniz.




Ölüdeniz, foto de worldtraveltoucan

 


A las ciudades grandes en la costa, como era de esperar, les encontré poco encanto, siendo generoso: Antalya, Fethiye…quizás a Bodrum un poco más.

 

En cambio, estuvimos en algunos lugares maravillosos, como a Dalyan, con el río que atraviesa la ciudad, los templos funerarios cavados en la roca y el precioso recorrido en barco hasta la playa cercana, donde un servidor estuvo nadando incansablemente con gafas y tubo hasta que consiguió -por dos veces- cruzarse y bucear con dos turtugas marinas (no puedo descartar que fuese la misma individua las dos veces).

 

También nos gustó mucho la más tranquila Cirali, que vendría a estar en una especie de parque natural. La playa y el paisaje montañoso nos encantaron y -curiosamente- también allí conseguí acabar nadando con una tortuga marina durante un buen rato. Considero muy poco probable que fuese la misma tortuga de Dalyan. También desde Cirali hicimos una excursión para ver unos fuegos que se producen de forma natural en una montaña cercana, al entrar un gas que sale de la tierra en contacto con el oxígeno.

 

Estuvimos muy a gusto también en Kayakoy, muy cerca de la playa pero en este caso en el interior. Estábamos en una preciosa casa de campo, a escasos minutos de un pueblo abandonado (por los griegos cuando les echaron, creo). Teníamos nuestra propia piscinita y la casa era toda de piedra, de estilo clásico -diría que europeo- y rodeada de pinos. 

También desde Kayakoy, cuando se habían ido Aissa y el pequeño individuo, me acerqué a uno de esos clubes privados de playa (concretamente el Help Beach & Yacht Club, que nos había recomendado la dueña de la casita), y debo decir que no estuve mal. Sería como si la cala de Aiguablava, por poner un ejemplo, perteneciese a un único restaurante-club, en este caso en plan glammourosillo-pijo, con su restaurante, sus copas, duchas, etc., todo muy bien montado.

 

También estuvimos bien en Kas y Datça, poblaciones bastante turísticas pero que suelen tener cerca lugares y playas más o menos maravillosos y menos superpoblados. Aparte de todos estos lugares, que vendrían a ser las capitales, estuvimos en varias playas bonitas, más alejadas de los núcleos urbanos. De haber recorrido la costa en barco, aún hubiésemos podido acceder a más lugares paradisíacos y/o tranquilos.

 

A modo de cierre, decir que las playas en Turquía suelen distinguirse entre públicas y privadas, lo cual a menudo implica poca diferencia más que tener o no que pagar y el país de origen de la fast food; las consabidas hamacas están tanto en las unas como en las otras.

 

Al turista turco, al menos en sus días de playa, le gusta comer bastante comida rápida, tanto turca como -aún más- americana, lo cual es una pena teniendo en cuenta la rica gastronomía del país.

 

Decir por último que los turcos -tres semanas dan para conocer a muchos de ellos- me parecieron por lo general educados, amables y a veces con un punto algo seco, sin llegar a la brusquedad. Su dominio del inglés -fuera de ALGUNOS de los que se dedican al turismo- era particularmente escaso, lo cual suele ser sintomático de un pueblo que se basta y se sobra y vive centrado en su realidad nacional.

 

 


01 septiembre 2022

Bali - De paraísos terrenales e imaginarios colectivos


Aquellos que, como yo, tengáis cierta edad, sabréis que, según el acervo cultural español, Hawaii y Bombay son dos paraísos. A nadie se le escapa que los letristas de la música pop suelen tener escasos reparos con el fin de conseguir una rima fácil. Sin embargo, aquellos que hemos estado en Bombay -en mi caso, un par de veces- llevamos casi dos décadas posponiendo nuestro viaje a Hawaii con una u otra excusa. 


Algo parecido me sucedió con Bali el mes pasado, cuando pasamos allí casi 30 días. Creo que, en el imaginario colectivo occidental, Bali tiene una aureola de tierra paradisíaca, mística, tranquila y un largo etcétera de adjetivos que quizás guardan poca relación con la realidad. ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO.

Aissa, el pequeño saltamontes y un servidor pasamos casi tres semanas en la parte de la isla que visita la inmensa mayoría de los turistas: un área relativamente pequeña que se sitúa al sur de Bali y que incluye la capital (Denpasar), famosos lugares de playa como Kuta, Canggu o Seminyak y por supuesto la capital cultural que sería Ubud, con sus (supuestos) paisajes de postal de verdes arrozales.

Afortunadamente, Kuta fue descartada ya de entrada, porque recordaba bien mi visita en familia de unos 10 o 15 años atrás. En Ubud y Canggu, sin embargo, pasamos algo más de dos semanas (maravillosas, por otra parte) y nos pudimos hacer una buena idea de cómo es ese Bali soñado. Un tráfico realmente infernal, a menudo caótico, un urbanismo que no respira, de lo denso que es todo, playas donde desembocan las alcantarillas públicas, enormes olas que difícilmente permiten bañarse, etc.

Cierto es que parte de estos problemas se atenúan en temporada baja, pero también es cierto que por definición la mayoría solemos viajar en temporada alta.

¿Estoy queriendo decir que no vale la pena ir a Bali? No exactamente.

Bali tiene muchos atractivos, empezando por sus habitantes, que van mucho más allá de lo que la palabra amabilidad haría esperar. Te miran a la cara, sonríen, intentan ayudarte y, en general son de una simpatía poco común que quizás solo pueda explicarse por una cultura colectiva muy fuerte, basada en el hinduismo. También son una maravilla algunos templos, construidos sobre los acantilados, a escasos 50 o 100 m de donde rompen las enormes olas.

Y, claro, las continuas ceremonias religiosas: cualquier día es un buen día para rendir culto a Shiva y cortar la única carretera transitable.

Esto es, quizás, lo más admirable de este microcosmos indonesio: cómo los balineses han conseguido mantener sus tradiciones y su buen humor, a pesar de estar literalmente invadidos por el turismo. ¿Compensa, por lo tanto, ir a Bali para ver dos o tres templos, el bosque de los monos, una bella catarata y los (supuestos) verdes arrozales de Ubud?
Un servidor tendría sus dudas. En nuestro caso, nos salvaron tres cosas:
1. Bali nos puso las cosas muy fáciles para tener ayuda con el pequeño Kostas, tanto en la forma de guarderías como en la de 'nannies'.
2. Tuvimos la suerte de que, en Ubud, Aissa acertase a encontrar un hotelito que estaba en una de las pocas zonas cercanas del centro todavía pobladas de arrozales, un oasis de tranquilidad. 
y 3. En Canggu estuvimos en un hotelito maravilloso donde, aparte de ver un templo y acercarnos a la playa varias tardes, aceptamos la realidad y nos dedicamos a la piscina, al yoga y al dolce far niente, cosa que también podríamos haber hecho en las zonas más exclusivas de Marina D’or.

Mi resumen de toda esta parrafada es que no, que yo no iría a ese Bali al que vamos casi todos, a menos que fuese un surfista, alguien con ganas de mucha fiesta o alguien con mucho tiempo para viajar y que pudiese hacerlo en temporada baja.

Ahora bien: existe otro Bali.

Un Bali que afortunadamente y de momento todavía no ha aparecido en las películas de Julia Roberts (Julia: cuánto daño has hecho). Un Bali que Aissa y yo nos preguntábamos si debía o no existir, mientras pasábamos nuestros días entre la multitud. Un Bali del que la mayor parte de turistas o incluso guías de viaje hablan bien poco. Al final, sin nada más que un par de recomendaciones de "nuevos amigos", nos adentramos en ese Bali del noreste del que nadie, quizás de manera totalmente consciente, dice nada.

Puedo hablaros de ese Bali sin reparos, sabedor de que este post lo leerán mi madre (o no) y una o dos personas más (o no). Para nosotros fue el Bali de Amed y de Sidemen, aunque nuestra impresión es que deben existir bastantes otros lugares en la isla donde pasar unos días. Bali es una isla muy grande, comunicada por unas pocas carreteras totalmente infra-dimensionadas para el tráfico que tienen que soportar. Esto hace que lo que ya son relativamente largas distancias se conviertan en trayectos de muchas horas en coche. Mi pronóstico, digno de obtener el premio Nobel Economía, es que ese Bali todavía relativamente poco explotado por el turismo seguirá más o menos a salvo mientras no se construya un segundo aeropuerto en el centro o norte de la isla, porque la mayor parte de los viajeros no está dispuesta a pasar largas horas por carretera para llegar allí.


30 julio 2022

Camino de Bali, tras siete semanas en Tailandia




No nos imaginéis con mochila, hamaca y 
tienda de campaña: así viajamos


Ha pasado bastante más de un mes desde mi primer post. Ahora estamos en un avión que nos está llevando desde Bangkok hasta Bali. Abandonamos, pues, Tailandia, después de casi siete semanas allí.

 

Lo cierto es que haber estado los cinco últimos días en Bangkok cambia un poco la perspectiva de las cosas, porque poco tiene que ver con las seis semanas pasadas de isla en isla. La capital de Tailandia es una ciudad de más de 12 millones de habitantes, repleta de rascacielos, moderna hasta el punto de recordar a algunas ciudades japonesas, donde uno se encuentra de forma permanente sometido a los más variados estímulos, en especial de tipo publicitario. Es en lugares como Bangkok donde, cada poco tiempo, me viene a la cabeza la tan repetida expresión de “la vieja Europa”, la idea muy tangible de que las economías que tiran del crecimiento mundial están aquí y que gran parte de la innovación vendrá antes de aquí que de Calella de Palafrugell.




Aissa y Kostas, con el Buda de Wat Po, 

en la única visita a la zona antigua de Bangkok





Kostas, tomando el fresco en el parque 

Lumpini de Bangkok, el Central Park local





Es en la capital del país donde uno se da más cuenta de que gran parte de la población es muy joven, de que casi toda la publicidad está pensada para ellos y de que el consumismo campa a sus anchas por estas tierras. Mucho de lo que en Europa aparece únicamente en las redes sociales, aquí está presente por todas partes, empezando por los grandes carteles y pantallas de las calles más concurridas. Los supermercados de conveniencia -los siempre presentes 7-Eleven- tienen un pasillo entero dedicado a productos de belleza o presunta salud dirigidos a este público tan joven: cremas de rejuvenecimiento para quinceañeros, sobres monodosis de mil y un productos de belleza o hierbas de dudosa eficacia, pastillas o complementos vitamínicos, también en paquetes de una o dos pastillas, promovidos con la imagen de los actores o cantantes de moda. Mucho esfuerzo tendremos que hacer en Europa para compensar el consumo de plástico de estas buenas gentes. En la sección de nevera hay varios metros lineales dedicados a bebidas también vitamínicas o con alguna otra finalidad más o menos milagrosa. Los eventos sobre criptomonedas con el último gurú veinteañero de las finanzas también aparecen en los medios de masas y no arrinconados en un recóndito vídeo de YouTube. Y, siguiendo con el consumo, es onmipresente todo lo que tiene que ver con el lujo, desde las grandes tiendas de marcas de diseño en los grandes -enormes- centros comerciales hasta, de nuevo, la publicidad en las calles. Aquí hay mucha gente que se puede permitir gastar mucho, aparentemente. 

 

A esto se le suma la sensación de que todo fluye a un ritmo más rápido, de que hay grandes masas de gente yendo de un lugar a otro y de que mucha gente se dirige a su lugar de trabajo con la noble intención de producir algo.

 

Estábamos, en Bangkok, en un pisito de alquiler contratado por airbnb que resultó estar en la planta 28 de un ‘condominio’ de lujo. Por 50 euros al día, una cantidad que ni siquiera te aseguraría una cama en la Pensión Lolita del Raval, teníamos un apartamento de dos habitaciones, cocina-comedor-salón, baño, excelentes vistas, acceso a la planta del gimnasio y, más importante aún, posibilidad de usar la piscina de 35 metros de largo que se encuentra en la planta 43 del edificio. A lo cual había que sumar muchos elementos comunes, como el shuttle -furgoneta- que te lleva gratuitamente al centro comercial y estación de metro más cercanos y varios servicios más.

 



Kostas, en la piscina de la planta 43
de nuestro apartamento en la capital




Desayunando en la bonita casa-museo de Jim Thompson, 

un famoso comerciante de sedas



Hay que reconocer que, en esta visita a Bangkok, un servidor apenas ha salido de los barrios más modernos -llámese Sukhumvit- lo cual no hace sino acentuar esta sensación de modernidad.

 

Como decía antes, poco tiene que ver Bangkok con Koh Phangan, que es la isla donde estuvimos la mayor parte del tiempo, unas cinco semanas. Si Koh Samui nos había gustado, Koh Phangan se convirtió en nuestro hogar natural, de manera que fuimos prolongando nuestra estancia hasta el punto de casi tener que forzarnos a cambiar de aires y de tener que renovar el visado a mitad de nuestra estancia.

 

Koh Phangan es más pequeña que Samui, menos poblada y, sobre todo, menos urbana. Lo que en Samui son un par de calles-carreteras muy transitadas, con sus carriles bien marcados y aceras a ambos lados, en Phangan son carreteritas de un solo carril, sin aceras y largos tramos donde apenas hay comercios o casas a los lados. Esto no significa, ni mucho menos, que Phangan sea un lugar inexplorado o por descubrir, pero sí que es menos urbano y atrae a un tipo de fauna distinto: un público que en general se queda más tiempo, familias con niños pequeños, gente que viene a hacer yoga, expatriados que se quedan aquí para trabajar remotamente (viva el marketing digital), hippies de diversa índole que elaboran artesanía y/o fuman marihuana y gente que por lo general aspira a un ambiente más relajado y algo menos sofisticado que en Samui. También hay lujo en Phangan y en particular algunos restaurantes excelentes, pero quizás queda reducido a algo secundario.

 

Si en Tailandia todo es más o menos fácil, Phangan sería ya el extremo. Todo son facilidades: para alquilar un coche, por ejemplo, en general a nadie se le ocurre preguntarte si tienes carnet de conducir. En algunos casos, ni siquiera te piden que dejes un depósito o algún tipo de garantía, siendo lo más habitual dejarles tu pasaporte. A veces, ni siquiera eso. Alquilar una moto (4-6€/día) vendría a requerir más o menos los mismos trámites que comprar un chicle en Alcobendas. También es particularmente fácil enrolar a tu hijo en una guardería, aunque solo sea por un día; están generalmente bien gestionadas y equipadas, lo que sin duda explica parte del éxito de la isla.

 

Y, claro, cuando viajas con un niño de 20 meses y, de repente, tienes una casita alquilada cerca de la playa, con cocina, piscina y todas las comodidades, la nevera llena, ambos papás con sendas tarjetas de móvil locales que les permiten comunicarse, un supermercado de confianza cerca de casa, un coche de alquiler con sillita para bebé en la puerta y el niño se pasa las mañanas en una guardería, el ‘coste de cambio’ pasa a ser muy alto y las tentaciones de quedarse también lo son. De ahí que, excepto una breve escapada de tres días a Koh Tao (‘koh’ sería isla, como en Koh Formentera o Koh Lanzarote), nos quedamos atados a Phangan durante muchas semanas.




Nuestro amado coche durante unas tres semanas, 
con sillita de bebé y todo


 

A ello hay que añadir que, de manera bastante inesperada, hicimos varios amigos en la isla, empezando por Erika e Ivan, unos viajeros empedernidos catalanes y personajes públicos del mundo digital en lengua castellana afincados aquí (viviendoporelmundo.com), con su hijo, durante medio año. El pequeño y Kostas hicieron buenas migas y nosotros, los mayores de edad, también, hasta el punto de invitarnos a cenar a casa mutuamente y varias otras aventuras. Además, tuvimos mucho trato con una encantadora pareja israelí con una niña muy mona, algo más pequeña que Kostas, con los que quedamos en diversas ocasiones. Y, por último, unos alemanes viajando con dos hijos -menuda moral- con los que también comimos una vez. 

Un día laborable en Phangan empezaba con un bañito los tres en la piscina o el mar, un desayuno en casa, acompañando -uno de nosotros- a Kostas a la guardería, quizás un café de verdad en alguna de las cafeterías pijas y buenas de la isla, para después, Aissa y yo, uno en casa y el otro fuera, cada uno trabajar un poco en lo suyo u organizar cosas de la casa/comprar, para después comer juntos los dos, recoger a Kostas y dar un paseo los tres, quizás a alguna playa o -más tarde- yendo a alguno de los mercados de comida de la isla, con decenas de paraditas con muchas especialidades distintas, como el de Chaloklum o alguno de los de Thong Sala. No es mal plan.

 

Pero no podríamos hablar de Koh Phangan sin hablar de su célebre fiesta de la luna llena (la Full Moon Party), que como su nombre indica se celebra con una periodicidad más o menos mensual. No teníamos ninguna intención de asistir, hasta el punto de que nos quedamos tranquilamente instalados en Koh Samui dos días antes de la fiesta de junio pero, oh sorpresa, en julio se alinearon los astros (nunca mejor dicho) y lo organizamos todo con nuestros amigos catalanes para que sendas nannies tailandesas se quedasen con nuestros vástagos y así poder sumergirnos en la vorágine fiestera. Es una semana, la de la Full Moon, en que todo se llena, los alojamientos suben de precio y lo que eran tranquilas carreteritas se ven, de pronto, frecuentadas por manadas de adolescentes en moto, a veces pasados de alcohol y con las hormonas muy a flor de piel, lo cual cambia un poco la energía de (nuestra) isla.




Estilosa tailandesa en la Full Moon Party de Phangan




Con nuestros amigos catalanes en la fiesta:

una simpática luna asoma detrás




La noche de la fiesta, que en nuestro caso cayó en viernes, una de las playas de la isla se vio colonizada por miles de seres humanos con ganas de fiesta, muchos de ellos muy jóvenes y no todos ellos extranjeros. Es, por resumirlo, una fiesta en la playa, con un montón de bares o discotecas que ponen su propia música y sirven sus propias bebidas, casi siempre en unos cubos de los que usan los niños para hacer castillitos de arena. Mucha de la música es electrónica, pero no toda, de manera que, como no podía ser de otra manera en un mundo dominado por las mujeres, acabamos pasando el grueso de la noche en sendas zonas dedicadas a la música comercial con influencias latinas. Lo pasamos bien y volvimos a casa a unas razonables 2.30h de la madrugada, donde los niños dormían y las nannies estaban dando buena cuenta de las existencias de comida de nuestra nevera (en particular de los mangos).




Aunque Dios sabe que opusimos resistencia, al final no nos quedó 
más remedio que alquilar una moto para movernos por Koh Tao.
Kostas iba enmedio, entre Valentino y su mamá.


 

Y nos falta hablar de la tercera isla, Koh Tao, donde apenas hicimos una excursión de tres días -cuatro finalmente-. En general el tiempo no nos acompañó, aunque pudimos disfrutar de un buen primer día yendo a un precioso y elevado mirador -un servidor, con Kostas a kuestas- y una buena jornada de playa. Después se puso a llover y a soplar viento de verdad, como sopla aquí el viento cuando los cocoteros quieren inclinarse. Lo que llueve aquí en un día de monzones es lo que, en casa, llueve en medio año de poca lluvia. Fue todo un espectáculo que nos obligó a quedarnos una noche más en la isla, porque el gobierno local prohibió la navegación de barcos debido a las condiciones de la mar (los marineros siempre usamos el femenino). Aún así, el viaje de vuelta a Phangan fue movidito, pero las pastillas contra el mareo que nos dieron los dueños del apartamento de Koh Tao contribuyeron a que no fuese un trayecto para el olvido ni un desayuno para el suelo. Koh Tao es una isla sumamente pequeña, comunicada por un par de carreteritas de un solo carril, donde todo sube o baja y todo lo que no es carretera son casas, comercios o tupidas selvas. Solo se alquilan motos, que en general hay que conducir con cuidado, especialmente en las bajadas, que siempre son pronunciadas, a veces por zonas de tierra y/o mojadas, por lo que hay bastantes accidentes. No falta ocio nocturno en Koh Tao, pero nuestra sensación es quizás que, para alguien que no quiera hacer submarinismo o snorkeling (el GRAN atractivo local), la isla podría entrar en la categoría de prescindible para alguien que ya haya estado en Phangan o incluso Samui.

 

Dejamos, pues, atrás, la maravillosa Tailandia, confiando en que Indonesia nos lo ponga al menos la mitad de fácil. Seguiremos informando. Y ahora, gratis, más fotos.






Cenando en el mercado de Thong Sala, un clásico de Phangan




Terraza selvática con comida italiana, en Phangan





Un clásico embarque entre islas tailandesas




Frente a un templo de Koh Tao




Marineros locales, escena costumbrista




Aissa nos obsequió con una comida 
con remininscencias mediterráneas




Junto al muelle de Chaloklum; el mar nos sienta bien




El hijo de Tarzán en una playa de la costa oeste de Phangan




De compras en el Makro (sí, el Makro de 
toda la vida) de Koh Phangan. 
Tenemos que reducir el consumo platánico de Kostas.




En el mercado de comida de nuestra amada Chaloklum, 
en una esterilla sobre el muelle, degustando 
todas las porquerías de que fuimos capaces




El mercado de anima al anochecer, con música 
en directo y todo, pero esta vez llegamos 
con prontitud e hicimos fotos para el Hola




Il seduttore di Phangan




Desayunando al borde de un lago de Phangan, mientras 
Kostas aprendía (muy a su pesar) el alfabeto tailandés



Desoyendo recomendaciones subí en moto al punto 
más alto de Koh Tao; lo divertido fue la bajada






18 junio 2022

Viajando por Asia con un churumbel de veinte meses









 

 

Llegada al aeropuerto de Samui (familia feliz)


Sí amigos,

Aquí estamos de vuelta, unos años después y con una criaturita de poco más de año y medio en la mochila. Al niño le llamaremos Kostas, del griego Konstantinos, para mantenerle en el amoniaco. 

Aissa y yo teníamos el firme propósito de viajar por el mundo mientras los compromisos universitarios de Kostas no nos limitasen todavía demasiado. Así que, tras meses de deliberaciones, virus y pandemias varios, otras dolencias, abandonos de trabajos, vacunas, seguros de viaje y otros requisitos burocráticos, miedos y preocupaciones diversas, hete aquí que nos hemos lanzado a la carretera asiática a principios de junio.

¿Cómo será estar 24 horas al día con Kostas, sin universidades ni abuelas que nos apoyen? ¿Nos respetarán realmente los mosquitos que, sin ellos saberlo, transmiten enfermedades de escaso interés turístico? ¿Se nos hará agradable un vuelo de 11 horas con un bebé que a veces hace insufrible un trayecto de 2 horas en coche? ¿Nos acogerá el pueblo tailandés como de él se puede esperar?

Después de unos diez días por estas bonitas tierras, debo decir que difícilmente nos podría haber ido mejor: sometimos a Kostas a una estrategia de privación de sueño -muy propia del vietcong- en el vuelo corto, la cual dio sus réditos en el vuelo Munich-Bangkok, donde durmió 8 de las 11 horas y nos permitió empezar el viaje con muy buen pie. Después estuvimos dos días en Bangkok, donde apenas salimos de la piscina del hotel, curándonos del jet lag y protegiéndonos de un calor y una humedad sofocantes. Poco más hicimos, aparte de recibir sendos masajes.

Y, desde entonces, llevamos como ocho días en la isla de Koh Samui, que está en una de las pocas zonas del país que no se halla en temporada de monzones y donde, por lo tanto, se puede esperar que haga muy buen tiempo, como efectivamente ha sucedido hasta hoy. 

La intuición de ir a Tailandia de momento ha sido acertada: inmejorable infraestructura y oferta de casi todo (nosotros nos estamos ciñendo básicamente a todo aquello que es legal), temporada tirando a baja a la espera de que lleguen los turistas occidentales en julio-agosto, buen tiempo en la zona en la que estamos, buena onda, buena comida, tanto local como internacional, precios más que razonables para un europeo, bastante seguridad...y la sensación de que todo es fácil y de que los elementos se alinearán para que consigas lo que necesitas.

Kostas se ha adaptado muy bien a todo: no parece echar de menos la guardería, está muy feliz de estar todo el día con sus papás y tenemos un poco la sensación de que ya ha empezado con su proceso de asilvestramiento, al más puro estilo Mowgli. De momento se pasa 3-4 horas diarias en el agua y parece muy encaminado a alistarse en el reino de los anfibios: se mueve por la piscina y por la playa como pez en el agua, camina por las partes en las que apenas toca (aunque haya olas) sin perder el equilibrio, gatea en zonas donde apenas le sobresale la cabeza cinco centímetros del agua y, en general, traga cada día sin inmutarse el equivalente de dos botellines de agua, lo que yo interpreto como un signo inequívoco de que pronto sabrá nadar. Lo mejor es que, cada una de las 10-15 veces que se pasa de optimista y acaba buceando involutariamente hasta que le rescatamos, sale del agua con una gran sonrisa en la cara, totalmente ajeno al hecho de que le hemos vuelto a salvar la vida. Lo que ha aprendido aquí en poco más de una semana, en casa nos hubiese tomado meses, sospecho. Me hace ilusión el reto de que pronto se pueda valer por sí mismo en el agua y seguiremos informando de ello.

Aissa también se ha adaptado rápidamente a todo, dejando atrás algunas preocupaciones e incertidumbres. Todo lo que rodea a Kostas siempre es lo que más nos preocupa y, en general, somos inflexibles con algunas cosas (en particular con los malvados mosquitos, las radiaciones solares y el agua del grifo), pero para nosotros somos un poco más laxos, lo cual nos permite disfrutar un poco más de la vida: bebidas con hielo, comidas callejeras, incluso crudas, transportes que no se homologarían en Suiza, motos de alquiler...e incluso una nanny de Myanmar que nos ayuda un poco por las tardes con el pequeñín :-)  En cuanto a mi, tampoco sabía muy bien lo que me encontraría y lo cierto es que la operación salida de Barcelona no me dejó demasiado tiempo para planificar ni hacerme a la idea de lo que sería nuestro día a día. Pero, teniendo en cuenta que mi naturaleza es nómada, esta vida de mochilero de lujo (porque, no nos engañemos, no dormimos en habitaciones compartidas con 7 adolescentes) me sienta la mar de bien. Trabajo unas pocas horitas casi cada día pero, oh sorpresa, mis acuciantes problemas de sueño recientes se han evaporado como pipí de gato sobre asfalto en día soleado. No solo duermo como un bebé, sino que me tomo dos generosos cafés por la mañana, algún cocktail o cerveza durante el día (había abandonado el alcohol de manera casi absoluta) y hasta puedo comerme una pizza por la noche sin despertarme a las 4 de la mañana maldiciendo al pueblo italiano.

Volviendo a Aissa, tal es su adaptación que esta mañana-mediodía se ha atrevido a irse sola con Kostas, a un destino (¿playero?) indefinido y en un medio de transporte también indefinido, sabiendo que tendría que negociar con algún conductor adiestrado en los mejores mercados de Marruecos. De momento no han vuelto, pero mi pulso permanece inalterable.

A destacar, de estos primeros días, la playa de Silver Beach, que fue una bonita excursión de medio día...y especialmente la escapada a la playa de Ban Tai, paradisíaca y donde la gente del Mimosa Resort nos dejó usar la piscina y tumbonas a nuestro antojo con el único requisito de comer allí, cosa que hubiésemos hecho de todos modos. Si tenemos en cuenta que Kostas hizo un generoso popó en su pulcra piscina, quizás la cosa no les salió muy a cuenta. La visita al Gran Buda, que tenemos muy cerca de nuestra zona de Bangrak, también estuvo bien. Y, en un orden todavía más festivo, ayer nos escapamos al famoso Fisherman's Village sin Kostas, donde cenamos en primera línea de mar en el archiconocido CoCo Tam's, rodeados de un ambiente muy festivo y relajado, con música electrónica, gente contenta, espectáculos con fuego y buenas comida y bebida (cocktails, la ya mencionada pizza, una ensalada y postre).

Esta noche habrá luna llena y en la isla de Koh Pha Ngan -que vemos desde la habitación de nuestro hotel y tenemos a media horita en barco- se celebrará la famosa fiesta mensual de la luna llena. Nosotros no asistiremos, pero anoche ya tuvimos nuestra (modesta) fiestecita particular en el CoCo Tam's. 

Y, para acabar, como buen padre baboso, dos anécdotas del niño:

UNA: Kostas cumplió 1 año y 8 meses el día que salimos de Barcelona y, a día de hoy, su vocabulario sigue siendo muy limitado, hasta el punto de que su manera de decir adiós es poco más que un "hola" camuflado, a pesar de nuestra insistencia en demostrarle que son palabras distintas. Pues bien: nuestro primer día en Bangkok salimos a dar un mini-paseo por la calle (pronto vimos que era un error) y un empleado del hotel nos dijo "bye bye" a lo que él, el muy c.br.n, contestó "bye bye" en perfecto inglés asiático. Vivir para ver.

y DOS: ayer, por segunda vez, Aissa y yo compramos unos pescados a la brasa que cocinan en la calle, en una especie de barbacoas. Es algo parecido a una dorada que se rellena de tallos de lemongrass y hojas de lima,  sellándolo por fuera con sal, para posteriormente servirlo con una salsa agridulce bastante picante. Pues bien: ayer, mientras nos comíamos el pescado en 'casa', Kostas debió considerar que estábamos siendo poco generosos al no darle a probar la salsa, de manera que decidió servirse él mismo y, sin previo aviso, se tomó una cucharada. Se tomó razonablemente bien tener la boca en llamas tan de improviso, pero tuvimos que recurrir al yogur para devolverle a la vida.

Seguiremos informando.



En un transporte colectivo
(más diver que los taxis)


Mi primera agua de coco




Los del aparthotel de Samui nos dieron un paseíto en barca



Repartidor de pan



El Gran Buda de Samui




Comiendo en la calle el célebre pescado a la sal




Aissa en el CoCo Tam's, antes del anochecer



Delante de casa (y sí, efectivamente, Kostas 
tiene una única camiseta de baño, 
que además es su preferida)




Kostas durmiendo en el suelo del avión
(Alá es grande y misericordioso)









14 junio 2022

Istanbul y la madre del cordero

[Sabe mal no haber escrito, a finales del año pasado, nada sobre mi fantástico viaje en familia a Vietnam, pero las cosas van como van y este intermitente blog no pretende contarlo todo. Sabed, sin embargo, que Vietnam y sus gentes me resultaron muy simpáticos y que pasamos unos días muy felices en Hanoi, Ho Chi Minh City (Saigon), la bahía de Ha Long, la islita de Phu Quoc y el parque natural de Cat Tien.]

Creo que había estado dos veces anteriormente en Estambul, la última hace al menos quince años. Me llevé entonces una buena impresión de la ciudad y del pueblo turco.
Esta vez no ha sido distinto: hemos pasado tres días fantásticos en esta ciudad, a pesar de los rigores meteorológicos de los primeros dos y, muy especialmente, del primero (lluvia y viento). A mi humilde parescer hay lugares donde se percibe una cierta humanidad en la gente y un cierto poso de cultura y civilización, probablemente consecuencia de haber tenido una Historia determinada. Estambul es uno de esos lugares y uno se siente a gusto: la gente es por lo general muy amable, se percibe un cierto buen humor y un interés por la cultura y las relaciones humanas. La presión comercial es relativamente razonable: parece que hay un acuerdo respecto a los límites que no se deben traspasar. Sí, hay algún taxista ocasional que desprecia dichos límites, pero no constituyen la norma.
La palabra que mejor define la idea general que quiero expresar es, eso, "humanidad", por lo menos en mi diccionario personal. Tiene algo de cultura, algo de educación, algo de ser persona, algo de preocuparse por el bien común y no anteponer siempre el interés particular, algo de valorar el tiempo y precisamente por ello evitar las prisas, algo de cuidar las relaciones humanas en general.
No quisiera caer en idealizaciones, pero sí, uno se lleva la impresión de que éste es un país interesante y de que la gente además "sabe vivir", sea lo que sea lo que esto signifique.
Hemos tenido ocasión de tener alguna breve charla con la gente local, que a menudo parecía mostrar un interés sincero por nosotros y nuestros orígenes, más allá de la clásica frase corta de índole futbolística que habitualmente resume varios milenios de Historia.
La ciudad de Estambul es preciosa, particularmente las diversas partes que dan al Bósforo. El agua, los puentes, los barcos, las mezquitas con sus minaretes y 'cúpulas', las paradas callejeras, componen un paisaje muy vistoso.
Todo ello se ve bastante poblado, con mucha vida en la calle, gente de todo tipo yendo de un sitio para otro y aparentemente haciendo algo de provecho. Resulta todo muy pintoresco sin por ello parecer excesivamente caótico o sucio. Las llamadas al rezo cada dos por tres, sonando a todo volumen desde diversos lugares a la vez, le añaden a esta foto una banda sonora con bastante encanto.
Es muy de agradecer, en los lugares más turísticos, encontrarse una respuesta amable cuando uno se acerca a un pobre vendedor para hacerle la misma pregunta que otros cincuenta o cien visitantes le harán ese mismo día, sin por ello prestar particular atención a sus productos. Casi sorprende recibir una respuesta atenta en esas circunstancias.
La comida ha sido uno de los puntos álgidos de esta escapada. Aunque habíamos hecho algo de trabajo previo, nos vamos con la impresión de que hay que hacerlo muy mal para no acertar con la comida en esta ciudad y -probablemente- en este país que es Turquía. Debo decir que los pinchos de carne picada de cordero hechos a la brasa deben estar entre mis diez comidas preferidas (quizás cinco), de manera que partía de unos mínimos más que garantizados. Los comimos de una calidad suprema en el Zübeyir Ocakbaşi, donde también los pinchos de cordero (sin picar) eran excelentes. Tampoco desmerecían los mezes (entrantes básicamente vegetales), especialmente algo muy parecido a un taboulé.
Comimos también muy bien en el Hamdi, por dos veces, la segunda de ellas sin lluvia y por lo tanto con vistas al puente que lleva a Galata, al estrecho, a los barcos y a todo el gentío. El Hamdi tiene pinta de ser un clásico donde se hacen las cosas bien desde hace décadas, empezando por los clásicos mezes a base de berenjena, garbanzo, tomate, aceitunas y todo aquello que suena a aceite de oliva y a 'vegetal mediterráneo'. También las carnes eran buenas, empezando por el clásico cordero en sus diversas formas.
Disfrutamos también mucho en el Meze by Lemon Tree, un lugar un poquito más moderno que los anteriores, donde los entrantes clásicos se habían llevado a un nivel altísimo, sin por ello desmerecer el resto de platos. Pero, en general, casi todo estaba bueno en todas partes, incluyendo los siempre dulcísimos postres a base de pastelitos tipo baklava con mucho pistacho o algún otro fruto seco...a veces con un poco de helado.
El más moderno y cosmopolita Antiochia Concept también nos gustó, en medio de una zona muy animada para salir a tomar algo.
Se nota que aquí disfrutan comiendo. Me gustaría, algún día, escaparme a la ciudad turca de Gaziantep, que tiene fama por su gastronomía, para probar otras especialidades turcas. En términos generales, me gustaría pasearme un poco más por este país.
El Gran Bazar y el Bazar de las Especias no me parecieron por lo general demasiado interesantes, aunque el segundo me pareció algo más pintoresco y auténtico, especialmente en su parte exterior.
Nuestras otras visitas fueron a sendas mezquitas: la famosa Mezquita Azul y otra que está según se llega al triángulo de tierra donde se encuentra el centro antiguo, viniendo de la torre Galata por el puente (a escasos metros del Hamdi, precisamente). Ambas visitas bien organizadas y sin requerir un pago, lo cual me parece un buen síntoma tratándose de un lugar de culto. El Arte islámico siempre me ha parecido muy resultón y muy adecuado para fomentar la 'espiritualidad', así que este tipo de visitas -máxime cuando hay fieles en cantidad- no me suelen decepcionar.
Tampoco nos decepcionó la inmensa cisterna subterránea junto a Santa Sofía, un prodigio de la ingeniería y un lugar con magia.
El primer día, intentando dar con la actividad que mejor combinase con un clima de perros, pasamos un rato fantástico en el hamam Cagaloglu, histórico y maravilloso. Se encuentran en internet opiniones muy variopintas sobre los antiguos hamams de Estambul y resulta bastante comprensible dadas las dinámicas pecuniarias que se ponen en juego con los turistas. Nosotros, sin embargo, salimos en términos generales la mar de contentos. Sí, los masajistas no eran muy simpáticos y nos regatearon los diez minutos de masaje hasta solo seis o siete. Sí, no es una experiencia particularmente barata si lo mides en "liras turcas por minuto de masaje". Pero, por lo demás, la acogida y el trato del personal fueron excelentes (hay que destacar sin duda al barbero, todo un señor y todo un profesional), el hamam en sí mismo es una maravilla y el masaje -aunque corto- fue muy bueno e intenso. También fue un detalle que no nos quisiesen cobrar la segunda ronda de tés que pedimos. Fue, en definitiva, una gran experiencia donde no nos vimos sometidos a presiones propinísticas de ninguna índole. Muy recomendable, si uno sabe a lo que va. Si los masajistas fuesen un poco más simpáticos -cosa, por otra parte, bastante fácil- la experiencia mejoraría.
Quedan para una próxima visita más paseos, más conocer gente local, más mezquitas, más hamams, más cordero, más buena comida y más conocer esta maravillosa ciudad -puente perfecto entre Oriente y Occidente-, aunque solo sea para verle la cara oscura y desmitificarla un poco.

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