13 octubre 2019

Nota informativa sobre el tifón: todo bien por aquí


Después de muchos días de avisos, al final decidí pasar el tifón en Kyoto. Se supone que ha sido el más fuerte del año -el nº 19 de la temporada- y según la BBC el mayor en 60 años (¿?). Yo me quedé casi todo el día de ayer sábado en el ryokan (hotelito) y en nuestra zona fue muy moderado. Lluvia y bastante viento, pero nada tan extremo como en otras zonas del país. Se oían de vez en cuando ambulancias, imagino que por inundaciones o similares. Salí a la calle una vez y el viento me plegó el paraguas, pero eso fue todo.

En otros lugares ha afectado infinitamente más.

Gracias por el interés.




12 octubre 2019

Curso acelerado de cultura japonesa II. Hoy: De estaciones de tren y naturaleza




En el pueblecito de Ainokura, famoso por sus casitas tradicionales.
Fue una excursión muy apañada.



Konnichiwa!

Los tres días en el templo no decepcionaron y los disfruté mucho. Me levantaba muy pronto e iba a alguna de las ceremonias -5am y 6.15am- o a las dos, excepto un día que preferí dormir. Luego paseaba por el recinto de templos y sub-templos, que es bastante amplio, y una vez al día me iba al punto más alto de la montaña, que estaba 150 metros más arriba de nuestro alojamiento y estudiaba un poco de japonés mientras miraba el paisaje -no necesariamente de manera simultánea-. 

Luego bajaba, trabajaba un rato con el ordenador, comía, planificaba un poco el viaje...y a veces hacía una horita de meditación. Ese era más o menos el plan. Después de cenar, es decir, poco después de las 6.30 de la tarde, solía darme otro paseo aprovechando que todo estaba iluminado con lamparitas y que los grillos -como os dije- cantan a toda castaña en esta región del mundo.

Después me duchaba y me daba un baño en el onsen, porque solo podías asearte por la tarde-noche.

Esta rama del budismo -aquí hablan siempre de “secta” y la palabra nunca tiene una connotación negativa- tiene mucho de ritos y ceremonias y no tanto de meditación, por ejemplo. Las ceremonias siempre son muy vistosas y sonoras. La primera de la mañana tiene el fuego y los tambores como elementos principales. En la segunda tienen más protagonismo los cánticos y unos textos recitados con voz muy alta. Es siempre muy llamativo, máxime cuando son las 5 de la mañana y no sabes muy bien en qué momento te han sacado de la cama.


Más fotos del templo, en el artículo anterior 



No me imaginéis conviviendo con los monjes: ellos tenían sus estancias y los visitantes las nuestras. Pero toda la gente del templo, monjes y trabajadores, fue muy amable. El primero, el propio monje principal, Nozawa San, que fue siempre muy atento conmigo. El último día, por ejemplo, me dedicó casi una hora y me enseñó cómo practican ellos la meditación. Muy interesante y todo un reto, sobre todo gracias a un par de mosquitos que corrían por la habitación.

Me tranquilizó saber que estos monjes no tienen ningún problema en matar mosquitos, según me dijo. Tampoco eran vegetarianos, por ejemplo.

Desde mi salida del templo ha pasado ya una semana: una noche en Kanazawa, en ruta hacia las montañas, 5 noches en un remoto valle de los Alpes Japoneses y una noche en un hotel cápsula en la gran ciudad que es Fukuoka, de camino hacia las playas del sur de la isla de Kyushu.

Esto de pasar noches ‘en ruta’ o ‘de camino’ puede sonar un poco raro, pero lo cierto es que a veces las distancias entre unos lugares y otros son muy considerables, por muy rápidos que sean aquí los trenes. Así que alguna vez me permito pasar una tarde-noche en algún lugar potencialmente interesante, pero que me conformo con ver únicamente de paso.

Fue el caso de Kanazawa, donde al menos me escapé por la noche a ver unos jardines iluminados que bien merecieron el paseo.



En Kanazawa, donde apenas iba a pasar una noche, me puse en modo ahorro 
y quizás se me fue la mano. Ni sillas, ni armarios, ni estantes. Lo de hacerse 
uno la cama -incluida la base- aquí es bastante habitual.



Esta última noche en Fukuoka apenas me he alejado 300 metros de la estación de tren adonde llegué ayer. Dormir en un hotel-cápsula es una solución práctica y barata (menos de 30 euros, que aquí es casi un milagro), aunque hay que llevar las maletas muy ordenaditas, puesto que la logística es un poco distinta de la habitual, al no tener un espacio privado donde deshacer bolsas y organizarse. El hotel-cápsula estaba en un edificio casi contiguo a la propia estación de trenes. El lugar donde cené, en una 9ª planta sobre la misma estación. Y un lugar donde me estuve casi dos horas mirando libros, la librería más grande que he visto en mi corta vida, también sobre la misma estación de trenes de Hakata (Fukuoka). Es decir, que uno pude hacerlo casi todo o literalmente todo sin salir de un mismo edificio: llegar en tren, cenar, ir al cine, ir de compras, comer, dormir y coger el siguiente tren. En las plantas 9 y 10 del edificio de la estación, por ejemplo, había como 40 restaurantes entre los que escoger. Cualquiera que haya estado en Tokyo o alguna otra gran ciudad japonesa se puede hacer una idea. Si no, puede ser difícil llegarse a imaginar la magnitud de algunas construcciones y la interconexión entre todo. Recuerdo una vez, hace años, que no encontraba una determinada estación de autobuses en la gran estación de Shinjuku, en Tokyo, después de haberle dedicado bastante rato. Supongo que alguna alma caritativa me rescató.

Fukuoka ni siquiera es una de las mayores ciudades japonesas, aunque sí es la principal ciudad de la isla de Kyushu, que vendría a ser la isla que queda más al suroeste de Japón, si exceptuamos todas las islitas de diversos archipiélagos pequeños como Okinawa y otros.

La experiencia de hotel-cápsula ya la había vivido al menos dos veces anteriormente e incluso escribí sobre ella. Nada nuevo: zonas comunes muy correctas (en este caso una cafetería donde conectarse a internet, unos buenos baños con su piscina caliente –básico en Japón- y un Seven Eleven donde comprar lo que a uno le falte). En este caso, el hotelito estaba directamente encima de una estación de autobuses y formaba parte de ella.

La cápsula en sí misma, la especie de nicho donde uno duerme, es un espacio de 2x1x1 metros limpio, cómodo y silencioso. Hay que tener en cuenta que uno tiene a sus vecinos durmiendo a escasos centímetros, así que tampoco se presta a grandes momentos de diversión.

Nunca había estado en Kyushu, así que después de mucho estudiarlo he acabado aquí, persiguiendo la promesa de buen clima, buenas playas y –por qué no- quizás alguna sesión de surf, deporte en que soy un principiante. De hecho, estoy yendo muy al sur de Kyushu, concretamente a la zona de Miyazaki, un lugar que seguramente os suena más a profesor de karate que a cualquier otra cosa.

La estrella de esta pasada semana, sin embargo, han sido las cinco noches en la Katazuri-Kita guesthouse, en plenos Alpes Japoneses. No es fácil encontrar en Japón espacios apartados o poco poblados, y aún menos en la isla principal, Honshu. En este país vive mucha gente -3 veces más que en España, más o menos- y la superficie es algo menor. Mi guesthouse/pensión estaba en un valle muy apartado, en una zona que es muy conocida por unas casas tradicionales con valor histórico, en que las más conocidas están en Shirakawa-go.



Una de las veinte casitas de Ainokura. La mayor parte están habitadas 
y algunas se visitan. Solo faltaban Heidi y su abuelo.



Mi pensión era una casita de estilo japonés adonde una pareja de cerca de Tokyo había decidido irse a vivir unos años atrás. Teníamos cerca un río y varios pueblecitos, pero con pocas cosas que ver, más allá de la propia naturaleza y las famosas casitas. Yo quería hacer excursiones a pie por las montañas, pero bastante pronto fui disuadido, puesto que aparentemente falta comida por allá arriba y los osos se dedican a acercarse a los pueblos para cenar (los jabalís de Barcelona no son pioneros en nada). La cuestión era no alejarse demasiado de las carreteras más frecuentadas. A pesar de ello no me faltó entretenimiento: fui en bici a ver las famosas casas en Ainokura y otro pueblo cercano (parecen salidas de un cuento suizo o austríaco), otro día me bañé en un onsen y cada día hice algún paseíto a pie. También me tocó trabajar bastante esos días y planificar un poco las próximas etapas del viaje. El último día, por la noche, apareció un osezno en el segundo de los pueblos adonde estuve en bici, un hecho muy inusual que me hizo pensar que la prudencia había sido acertada. Un osezno no creo que me hubiese hecho gran cosa, pero la mamá oso que debía andar cerca me genera más respeto. Aprovecho para recomendar el documental Grizzly Man, del gran Werner Herzog, a quien no la haya visto. Es un poco dura, eso sí, pero no sufráis por el oso.

Dicho esto, y ahora sonará un poco brusco, uno de los días comí una sopa con carne de oso. Tenía un sabor fuerte y, contrariamente a lo que se dice en estos casos -cocodrilo, avestruz, serpiente, etc.-, siento deciros que no me supo a pollo.

Los dueños de la guest-house, que como os decía habían hecho un cambio radical de vida, eran muy amables. Se habían ido de una zona extremadamente urbana, poco antes de los 30 años de edad, a un lugar tranquilo, con su huertecito, sus huéspedes, su flora y fauna.



Con los dueños de mi guest house rural, muy majetes. La gente normalmente se queda aquí una noche o dos, así que las cinco que pasé yo fueron un récord absoluto.


Había también un río que serpenteaba por el valle, pero nadie parecía hacerle mucho caso, probablemente debido a que gran parte del año debe estar helado y algunos meses literalmente congelado. Siempre que alguien vive ‘de espaldas’ a un elemento acuático –como los indios, en gran medida, respecto al mar- me resulta chocante.

Ahora estoy en un tren, donde dentro de no mucho debería llegar a Aoshima, que es una de las playas de Miyazaki y donde pretendo alojarme. De hecho tengo una reserva para una sola noche. Este tren ya es regional, un poco en plan cercanías, pero el primero de los tres que he cogido hoy era un shinkansen en toda regla, un tren rápido de toda la vida. Qué gran placer que es, en Japón, llegar a la estación de trenes, dedicar un rato a escoger qué bentoo (bandejita de comida japonesa) te comerás hoy, y luego subirse en el tren y pegarse un pequeño homenaje. Hoy me he comido dos bandejitas, a 300 km por hora, viendo el paisaje por mi ventana, sin que los palillos sufriesen la más mínima vibración. Si la comida de avión está en la cola de las experiencias viajero-culinarias, un buen bentoo en un tren japonés estaría en el extremo opuesto. 
Algunos pensaréis que debería volar en business: no os falta razón.




Un mostrador con -sin exagerar- unos 100 bentoos diferentes, en la 
estación de Osaka. Son cajitas con distintos tipos de comida 
preparada para comer ‘on the road’. El momento de escoger 
mi o mis bentoos me llena de felicidad; soy un alma sencilla.





Momento de plenitud en un tren rápido. Y eso que era todo medio vegetariano.



El sureste de Kyushu, de momento, me está pareciendo más verde y menos densamente poblado que otras zonas de este urbano país, lo cual se agradece.

Otro día os hablaré de lo curiosos que son los precios de algunas cosas en este lugar del mundo, como por ejemplo -y muy especialmente- la fruta. 

Respecto a la pregunta del otro día, deciros que en katakana BA-A-GA-A sería ‘burger’, es decir hamburguesa, mientras que E-RE-BE-TA-A, sería ‘elevator', uséase ascensor.
Las hay mucho más indescifrables.

Os dejo: las olas me llaman.

Más fotos a continuación. 

Abrazos,

Hugo





Aquí en Japón hay parte de la emoción de los viajes que se pierde, porque 
nadie quiere robarte nada. Voy dejando la maletita y la mochila por todas
partes, a veces incluso el tiempo de ir a comprar comida, y la gente las 
trata como si tuvieran la tiña. 





El tipo de libros con los que intento aprender algo de japonés. Lo que 
me va mejor son los libritos con dibujos que usan los mocosos japoneses 
de cinco añitos para aprender inglés. Este lo tengo falti.




Los ingredientes de una de mis cenas en las verdes montañas. Lo dicho, 
la fruta a euro y medio la pieza y un sashimi espectacular a 4 euros. 





Una de mis sopas nocturnas en la montaña, esta vez con tofu frito y setas. 
La que mejor me salió fue una con setas shitake deshidratadas 
y carne de buey cortada muy finita (como para hacer sukiyaki)




Mali y mochi esperando el autobús, despreocupadamente




Llegando a la zona del surf y el buen tiempo, como bien anuncia este tren. 
Colegialas japonesas pasando calorcete a principios de octubre.



This page is powered by Blogger. Isn't yours?