26 septiembre 2019

Curso acelerado de cultura japonesa I. Hoy: usos, costumbres y un señor chino



Mi habitación en el primer ryokan (Sawanoya) no destacaba 
por su ampliud, pero en conjunto estaba muy bien


La mayor parte de las fotos, al final de este artículo.




Hoy se cumple una semana desde que me paseo por este japónico país. Os escribo desde un tren que me lleva desde Nara –antigua capital- hasta las cercanías de un templo llamado Shigisan Gyokuzoin, donde pasaré las próximas tres noches. En total, si todo va bien, pasaré dos meses por aquí.


Los primeros tres días en Tokyo los viví con mucha ligereza, puesto que no tenía mi maleta ni su contenido. Aparte, durante las primeras 36 horas ni siquiera la habían localizado, por lo que existía la perspectiva de tenerme que hacer un vestuario nuevo a la japonesa. Al final mi maleta apareció al tercer día y me pude ir de la capital.


Así de entrada no he encontrado grandes cambios en el país y, de hecho, es curioso lo familiar que me resulta todo. No ya las máquinas por todas partes, el descalzarse al entrar en los sitios y todo eso, sino también algunos olores, por ejemplo, muy característicos (ni bons, ni dolents: diferents).


Respecto a anteriores visitas -creo que esta es la cuarta-, ahora entiendo alguna palabra, porque en los últimos años he estado jugueteando un poco con este idioma. También sé leer los alfabetos de sílabas hiragana y katakana: es decir, puedo leer algunas cosas y saber como suenan, pero eso no significa que entienda lo que quieren decir. Por ejemplo: puedo ver むずかしい en hiragana y saber que se lee “mu-zu-ka-shi-i”, pero no por ello tengo la más remota idea de lo que quiere decir. Es lo mismo que pasearse por Hungría o Polonia, vamos: lo lees todo pero no pillas casi nada.


El katakana es un poco más agradecido, porque se usa para expresar palabras que vienen de otros idiomas. Básicamente, del inglés. Por lo tanto, además de leer パーキング, que sería PA-A-KI-N-GU, poniéndole un poco de imaginación puedo adivinar que es lo máximo que un japonés se puede acercar a decir PARKING. Y eso es precisamente lo que significa. Otras pueden ser un poco menos obvias,  como エレベーター (E-RE-BE-E-TA-A) o バーガー (BA-A-GA-A). ¿Qué significan? La solución, en el próximo post. Teniendo en cuenta que los japoneses usan bastante el katakana, resulta muy gratificante poder ir por la calle leyendo “limpieza”, “bar”, “karaoke” y otros palabros similares.





Una carta como esta, que en gran parte está en 
katakana, puedo entenderla bastante 
-sobre todo lo que está en la mitad derecha-



En realidad, no creo que llegar a entenderse con los japoneses sea tan difícil, porque las pronunciaciones no son tan distintas de las nuestras (a diferencia, por ejemplo, del chino). Otra cosa sería escribir el japonés -o leerlo- usando los ideogramas de origen chino que ellos usan; este es un camino mucho más arduo que no pienso emprender. Y es que, en esto de los idiomas –y en muchas otras cosas-, yo soy de la escuela de que lo mejor es enemigo de lo bueno. Prefiero chapurrear 6 o 7 idiomas que hablar dos perfectamente. Dicho esto, y para no confundir a nadie, ahora mismo mi comunicación en japonés está al nivel de "Yo Tarzán, tu Chita".
Y yo sería Chita.






La callecita de mi primer ryokan (hotel), en Tokyo,
en un barrio tranquilo



Los días en Tokyo estuvieron bien, aunque andar sin ropajes y el cambio de hora me tuvieron un poco desconcertado. Estaba, afortunadamente, en una zona bastante tranquila del viejo Tokyo, cerca de la estación de metro de Nezu. Había por allí unas callejuelas muy monas, templos, parques, cementerios y una cierta paz que no se encuentra demasiado en la capital del imperio. También estaba bastante cerca de Ueno que, como su nombre indica, es un buen barrio, con algunas zonas muy modernas y pobladas. En la zona de Nezu estuve en sendos ryokan (hoteles tradicionales japoneses) la mar de correctos y muy baratos para los estándares de aquí. Muy sencillitos ambos, aunque el primero tenía la gran virtud de tener una zona de baños con un par de bañeras de madera que daban a un jardín con plantitas. Aquí es bastante habitual que, por pequeñas que sean las habitaciones -o precisamente por ello-, haya zonas comunes bien equipadas. Y unos buenos baños siempre son la prioridad nipona.


En Tokyo hice poco más que pasear, ver algún templo, planificar y comer. Bueno, uno de los días se me ocurrió buscar en internet si en Tokyo existía algún buen simulador de coches de carreras. Lógica inquietud, diréis vosotros. De hecho pensé: si no está en Tokyo, ¿dónde estará? Y sí, resultó que había un sitio donde tenían –aseguran ellos- los mismos simuladores que usan los equipos de alta competición. Y hete aquí que fui y conduje y vibró todo mi ser; fue una experiencia muy interesante. Creedme: cuando véis a los pilotos de Fórmula 1 por la tele, tomando algunas curvas a 280km/h y os parece fácil, quizás estáis pecando de optimismo.






El simulador de coches DDR Akiba, en Tokyo: a pesar de algunas 
ayudas a la conducción, tuve serias dificultades para circular por el asfalto 
e hice varias excursiones por la hierba y la gravilla



Y de Tokyo, ya con maleta, hacia Nara, después de activar mi Japan Rail Pass, que vendría a ser como una T-10 o un bonobus ilimitado que te permite usar casi todos los trenes del país. Al precio que van los transportes por aquí, es un gran invento.


Nara es famoso por el templo de Todai-ji y por los cervatillos que se pasean a su alrededor. La gente les da de comer y se hace fotos con ellos. A decir verdad, habiéndolo visto ya un par de veces, esta tercera no me era totalmente imprescindible, sobre todo porque está la cosa muy masificada: demasiadas personas y demasiados cervatillos. Pero sí, me paseé por allí un par de veces y estuvo bien. Me gustó más escaparme a algún templo secundario, más tranquilo, por unas callejuelas pequeñas y muy auténticas que había en mi barrio de Naramachi.






Mi habitación en el Naramachi Guest House, con sus 
vistas al jardín: la joya de la corona imperial.
La cama me la había hecho yo, sí.



Lo mejor de Nara fue dar con el Naramachi Guesthouse (el de Kita-Kyoubate-Cho, que no os engañen), que además tenía una oferta muy buena. Cuando me planté allí me dieron a escoger habitación y me quedé con la que podéis ver en la foto, que luego resultó que había pertenecido al profesor de caligrafía del emperador. Una maravilla, con vistas al jardín,  todo madera, tatami y antiguallas varias. Me sobraban metros cuadrados por todas partes. Pero, en el plan que voy esta vez –menos de turista y más de estar en los sitios, trabajar un poco, leer, estudiar japo- tener una buena habitación es un punto a favor.


En el Naramachi Guesthouse, ayer noche, había una pareja en las zonas comunes del hotel. Al señor le pareció un sacrilegio que yo pretendiese calentar los edamame –judías verdes japonesas- que constituían parte de mi cena. A mi me pareció un poco intrusivo para ser japonés y, de hecho, su acento no me fue familiar. Resultó ser chino. A pesar de su chinitud, “el edamame no se come caliente” lo entendí perfectamente. Empezamos a hablar gracias a los traductores de nuestros móviles y acabamos conversando –maravillas de la tecnología- de té. Conseguí hacerle entender que a las 9 de la noche no iba a aceptar su invitación para tomar té, porque bastantes problemas tengo ya para dormir. Ni corto ni perezoso me convocó para invitarme a un té esta mañana a las 7 (¡!) que, con una hábil maniobra, conseguí retrasar hasta las 8. Y así ha sido: muy interesante, sorbiendo té a 90 grados e intercambiando alguna palabra con la ayuda del traductor. Me ha explicado algunas cosas interesantes sobre cómo toman el té los chinos y me ha regalado té de dos tipos distintos, mientras que su señora esposa nos observaba desde un discreto segundo plano.


Ahora (salto temporal) ya os escribo desde el templo de Shigisan Gyokuzoin, confortablemente instalado en mi habitación, que no es demasiado distinta de una habitación de ryokan: suelo de tatami, paneles movibles de papel de arroz, decoración poco recargada y el baño compartido fuera, en la otra punta del edificio. Los monjes me han acogido muy amablemente y la verdad es que estoy muy bien. 






Paseo nocturno por el recinto del templo de Shigisan 
Gyokuzoin; templos, banderolas, muchas lamparitas y 

los grillos cantando a todo trapo: una maravilla



No fue fácil escoger un templo donde alojarme, porque para muchos necesitas un intérprete –el traductor de páginas web de Google no siempre es suficiente para reservar- y otros son exageradamente turísticos. No me imaginéis en un remoto lugar lejos de toda civilización: eso en Japón casi no existe. Al final, no es tan distinto de estar en un ryokan, solo que en las afueras de un pueblo, con la posibilidad de asistir a alguna ceremonia y comer una comida más o menos monjesca o monjil.


Seguiremos informando.


Ahora, más fotos, en orden cronológico:






En el ryokan Katsutaro pasé una noche a la espera de mi maleta. El sitio 
era bastante sencillo, pero la habitación muy amplia.




Aquí lo de comer fuera de casa se lleva mucho, sobre todo un bentoo o algo 
parecido, a mediodía. Aquí, en el recinto del templo de Nezu.




Mi bentoo (bandejita de comida preparada con compartimentos) os saluda






Un plato de anguila con arroz en un sitio especializado en anguila con arroz, en Nara, muy recomendable, no tan dulzona como en la versión 'niguiri' y mucho más tierna





Las vistas al jardincito desde mi habitación de Nara, la del profe de caligrafía





El templo de Shinyakushi-ji, en Nara. Muy sobrio por fuera y por dentro...y mucho 
más tranquilo que los más frecuentados. Me gustó mucho.




Mi cena de supermercado, la segunda noche en Nara. En general, la comida 
preparada de super (y de estaciones de tren, etc.) es más que correcta. 
Las almendras con chocolate son por el potasio.




Mi habitación aquí en el templo, no tan diferente de las otras




Vistas desde arriba de todo del recinto del templo de Shigisan 
Gyokuzoin: se ve toda la comarca y el Pedraforca




Mi primera cena en el templo y un camarero con mucho temple




Ejemplo de cena. He optado por la opción vegetariana en el templo, pero 
ellos comen de todo. Eso sí, cenamos a las 6.




Todo el recinto del templo está lleno de farolillos y banderolas: muy estético.





El recinto del templo está lleno de pasajes como estos.
Muy bonito de día y aún más de noche.









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