25 septiembre 2022

Costa de Turquía 2022: ruta entre Bodrum y Antalya


(escrito en 2023)

 

Lo prometido es deuda: el verano pasado estuvimos viajando Aissa, el churumbel y un servidor por Tailandia y Bali. Ese viaje tuvo una etapa final antes de volver a casa: la costa turca, desde más o menos la zona de Antalya hasta la zona de Bodrum. Estuvimos unas tres semanas recorriendo dicha costa con un coche de alquiler.

 

Turquía era una buena manera de hacer una tercera etapa del viaje y a su vez una parada intermedia en nuestro retorno a tierras catalanas. De esta forma, el viaje de vuelta no se nos haría tan largo, especialmente para un niño de menos de dos años, ni el cambio de franja horaria tan brusco. Un servidor siempre había tenido una buena opinión de Turquía y sus gentes, así que la idea de recorrer parte de sus costas era muy tentadora.

 

Hicimos, pues, un recorrido que incluyó Dalaman -apenas el aeropuerto-, Sarigerme, Dalyan, Kas, Datça, Bodrum, Cirali, Antalya, Ölüdeniz, Kayakoy y Fethiye, aunque no necesariamente en ese orden. Aparte, desde Kas hicimos una pequeña excursión a la muy cercana isla griega de Castelorizo.

 

El resumen es que la cosa valió mucho la pena y que mis intuiciones tenían cierto fundamento. Turquía tiene unas costas maravillosas que, en esa parte del país, se combinan a menudo con espectaculares montañas literalmente nacen en el mar. Eso crea unos paisajes dignos de verse. La propia costa es una buena combinación de playas más grandes con calas más pequeñas y recogidas, casi siempre con aguas turquesa (como no podía ser de otra manera).

 

Suele predominar el turismo local, aunque en algunos lugares -p.e. Sarigerme- había una buena dosis de público inglés, que tiraba más a lo cutre que a lo glammouroso. Este último tipo de turismo es el que quiere tener bares donde pongan los partidos de pre-temporada del Manchester United y tiendas donde poderse comprarse unas Nike de imitación. Algo de ese turismo había en otros lugares de esa misma costa pero, como decía, en general predominaban los propios turcos. En algunos lugares había un público con alto poder adquisitivo -local y extranjero-, especialmente en la zona de Bodrum. Precisamente allí (Yalikavak) estuvimos en un apartamento de un condominio que, como parte del ‘pack’, incluía el acceso a un exclusivo embarcadero de madera donde uno podía bañarse -era una zona sin playa-, comer o incluso pedirse una copa. Estuve un par de veces y me dio un poco la impresión de estar rodeado de parte de la alta burguesía de Estambul o Ankara. Allí, en ese reducto privado, el alcohol se servía sin problema, mientras que en las playas públicas solía brillar por su ausencia. Siempre ha habido clases.

 

La costa, en general, no ha sido especialmente desgraciada por la intervención humana. Los pueblos mantienen cierta gracia y lo único que suele estropear el paisaje es el exceso de comercios y el abuso en la privatización de las playas: en algunas de ellas, literalmente, todo son hamacas y sombrillas de alquiler y uno ni siquiera tiene la posibilidad de poner su toalla sobre la arena. Cuando TODO en una playa son hamacas, el paisaje también se resiente bastante, pero queda el consuelo de que es algo reversible. Como ejemplo de paraje espectacular invadido de hamacas, véase Ölüdeniz.

 

A las ciudades grandes en la costa, como era de esperar, les encontré poco encanto, siendo generoso: Antalya, Fethiye…quizás a Bodrum un poco más.

 

En cambio, estuvimos en algunos lugares maravillosos, como a Dalyan, con el río que atraviesa la ciudad, los templos funerarios cavados en la roca y el precioso recorrido en barco hasta la playa cercana, donde un servidor estuvo nadando incansablemente con gafas y tubo hasta que consiguió -por dos veces- cruzarse y bucear con dos turtugas marinas (no puedo descartar que fuese la misma individua las dos veces).

 

También nos gustó mucho la más tranquila Cirali, que vendría a estar en una especie de parque natural. La playa y el paisaje montañoso nos encantaron y -curiosamente- también allí conseguí acabar nadando con una tortuga marina durante un buen rato. Considero muy poco probable que fuese la misma tortuga de Dalyan. También desde Cirali hicimos una excursión para ver unos fuegos que se producen de forma natural en una montaña cercana, al entrar en contacto un gas que sale de la tierra con el oxígeno.

 

Estuvimos muy a gusto también en Kayakoy, muy cerca de la playa pero en este caso en el interior. Estábamos en una preciosa casa de campo, a escasos minutos de un pueblo abandonado (por los griegos cuando les echaron, creo). Teníamos nuestra propia piscinita y la casa era toda de piedra, de estilo clásico -diría que europeo- y rodeada de pinos. 

También desde Kayakoy, cuando se habían ido Aissa y el pequeño individuo, me acerqué a uno de esos clubes privados de playa (concretamente el Help Beach & Yacht Club, que nos había recomendado la dueña de la casita), y debo decir que no estuve mal. Sería como si la cala de Aiguablava, por poner un ejemplo, perteneciese a un único restaurante-club, en este caso en plan glammourosillo-pijo, con su restaurante, sus copas, duchas, etc., todo muy bien montado.

 

También estuvimos bien en Kas y Datça, poblaciones bastante turísticas pero que suelen tener cerca lugares y playas más o menos maravillosos y menos superpoblados. Aparte de todos estos lugares, que vendrían a ser las capitales, estuvimos en varias playas bonitas, más alejadas de los núcleos urbanos. De haber recorrido la costa en barco, aún hubiésemos podido acceder a más lugares paradisíacos y/o tranquilos.

 

A modo de cierre, decir que las playas en Turquía suelen distinguirse entre públicas y privadas, lo cual a menudo implica poca diferencia más que tener o no que pagar y el país de origen de la fast food; las consabidas hamacas están tanto en las unas como en las otras.

 

Al turista turco, al menos en sus días de playa, le gusta comer bastante comida rápida, tanto turca como -aún más- americana, lo cual es una pena teniendo en cuenta la rica gastronomía del país.

 

Decir por último que los turcos -tres semanas dan para conocer a muchos de ellos- me parecieron por lo general educados, amables y a veces con un punto algo seco, sin llegar a la brusquedad. Su dominio del inglés -fuera de ALGUNOS de los que se dedican al turismo- era particularmente escaso, lo cual suele ser sintomático de un pueblo que se basta y se sobra y vive centrado en su realidad nacional.

 

 


01 septiembre 2022

Bali - De paraísos terrenales e imaginarios colectivos


Aquellos que, como yo, tengáis cierta edad, sabréis que, según el acervo cultural español, Hawaii y Bombay son dos paraísos. A nadie se le escapa que los letristas de la música pop suelen tener escasos reparos con el fin de conseguir una rima fácil. Sin embargo, aquellos que hemos estado en Bombay -en mi caso, un par de veces- llevamos casi dos décadas posponiendo nuestro viaje a Hawaii con una u otra excusa. 


Algo parecido me sucedió con Bali el mes pasado, cuando pasamos allí casi 30 días. Creo que, en el imaginario colectivo occidental, Bali tiene una aureola de tierra paradisíaca, mística, tranquila y un largo etcétera de adjetivos que quizás guardan poca relación con la realidad. ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO.

Aissa, el pequeño saltamontes y un servidor pasamos casi tres semanas en la parte de la isla que visita la inmensa mayoría de los turistas: un área relativamente pequeña que se sitúa al sur de Bali y que incluye la capital (Denpasar), famosos lugares de playa como Kuta, Canggu o Seminyak y por supuesto la capital cultural que sería Ubud, con sus (supuestos) paisajes de postal de verdes arrozales.

Afortunadamente, Kuta fue descartada ya de entrada, porque recordaba bien mi visita en familia de unos 10 o 15 años atrás. En Ubud y Canggu, sin embargo, pasamos algo más de dos semanas (maravillosas, por otra parte) y nos pudimos hacer una buena idea de cómo es ese Bali soñado. Un tráfico realmente infernal, a menudo caótico, un urbanismo que no respira, de lo denso que es todo, playas donde desembocan las alcantarillas públicas, enormes olas que difícilmente permiten bañarse, etc.

Cierto es que parte de estos problemas se atenúan en temporada baja, pero también es cierto que por definición la mayoría solemos viajar en temporada alta.

¿Estoy queriendo decir que no vale la pena ir a Bali? No exactamente.

Bali tiene muchos atractivos, empezando por sus habitantes, que van mucho más allá de lo que la palabra amabilidad haría esperar. Te miran a la cara, sonríen, intentan ayudarte y, en general son de una simpatía poco común que quizás solo pueda explicarse por una cultura colectiva muy fuerte, basada en el hinduismo. También son una maravilla algunos templos, construidos sobre los acantilados, a escasos 50 o 100 m de donde rompen las enormes olas.

Y, claro, las continuas ceremonias religiosas: cualquier día es un buen día para rendir culto a Shiva y cortar la única carretera transitable.

Esto es, quizás, lo más admirable de este microcosmos indonesio: cómo los balineses han conseguido mantener sus tradiciones y su buen humor, a pesar de estar literalmente invadidos por el turismo. ¿Compensa, por lo tanto, ir a Bali para ver dos o tres templos, el bosque de los monos, una bella catarata y los (supuestos) verdes arrozales de Ubud?
Un servidor tendría sus dudas. En nuestro caso, nos salvaron tres cosas:
1. Bali nos puso las cosas muy fáciles para tener ayuda con el pequeño Kostas, tanto en la forma de guarderías como en la de 'nannies'.
2. Tuvimos la suerte de que, en Ubud, Aissa acertase a encontrar un hotelito que estaba en una de las pocas zonas cercanas del centro todavía pobladas de arrozales, un oasis de tranquilidad. 
y 3. En Canggu estuvimos en un hotelito maravilloso donde, aparte de ver un templo y acercarnos a la playa varias tardes, aceptamos la realidad y nos dedicamos a la piscina, al yoga y al dolce far niente, cosa que también podríamos haber hecho en las zonas más exclusivas de Marina D’or.

Mi resumen de toda esta parrafada es que no, que yo no iría a ese Bali al que vamos casi todos, a menos que fuese un surfista, alguien con ganas de mucha fiesta o alguien con mucho tiempo para viajar y que pudiese hacerlo en temporada baja.

Ahora bien: existe otro Bali.

Un Bali que afortunadamente y de momento todavía no ha aparecido en las películas de Julia Roberts (Julia: cuánto daño has hecho). Un Bali que Aissa y yo nos preguntábamos si debía o no existir, mientras pasábamos nuestros días entre la multitud. Un Bali del que la mayor parte de turistas o incluso guías de viaje hablan bien poco. Al final, sin nada más que un par de recomendaciones de "nuevos amigos", nos adentramos en ese Bali del noreste del que nadie, quizás de manera totalmente consciente, dice nada.

Puedo hablaros de ese Bali sin reparos, sabedor de que este post lo leerán mi madre (o no) y una o dos personas más (o no). Para nosotros fue el Bali de Amed y de Sidemen, aunque nuestra impresión es que deben existir bastantes otros lugares en la isla donde pasar unos días. Bali es una isla muy grande, comunicada por unas pocas carreteras totalmente infra-dimensionadas para el tráfico que tienen que soportar. Esto hace que lo que ya son relativamente largas distancias se conviertan en trayectos de muchas horas en coche. Mi pronóstico, digno de obtener el premio Nobel Economía, es que ese Bali todavía relativamente poco explotado por el turismo seguirá más o menos a salvo mientras no se construya un segundo aeropuerto en el centro o norte de la isla, porque la mayor parte de los viajeros no está dispuesta a pasar largas horas por carretera para llegar allí.


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