01 septiembre 2022

Bali - De paraísos terrenales e imaginarios colectivos


Aquellos que, como yo, tengáis cierta edad, sabréis que, según el acervo cultural español, Hawaii y Bombay son dos paraísos. A nadie se le escapa que los letristas de la música pop suelen tener escasos reparos con el fin de conseguir una rima fácil. Sin embargo, aquellos que hemos estado en Bombay -en mi caso, un par de veces- llevamos casi dos décadas posponiendo nuestro viaje a Hawaii con una u otra excusa. 


Algo parecido me sucedió con Bali el mes pasado, cuando pasamos allí casi 30 días. Creo que, en el imaginario colectivo occidental, Bali tiene una aureola de tierra paradisíaca, mística, tranquila y un largo etcétera de adjetivos que quizás guardan poca relación con la realidad. ALGUIEN TENÍA QUE DECIRLO.

Aissa, el pequeño saltamontes y un servidor pasamos casi tres semanas en la parte de la isla que visita la inmensa mayoría de los turistas: un área relativamente pequeña que se sitúa al sur de Bali y que incluye la capital (Denpasar), famosos lugares de playa como Kuta, Canggu o Seminyak y por supuesto la capital cultural que sería Ubud, con sus (supuestos) paisajes de postal de verdes arrozales.

Afortunadamente, Kuta fue descartada ya de entrada, porque recordaba bien mi visita en familia de unos 10 o 15 años atrás. En Ubud y Canggu, sin embargo, pasamos algo más de dos semanas (maravillosas, por otra parte) y nos pudimos hacer una buena idea de cómo es ese Bali soñado. Un tráfico realmente infernal, a menudo caótico, un urbanismo que no respira, de lo denso que es todo, playas donde desembocan las alcantarillas públicas, enormes olas que difícilmente permiten bañarse, etc.

Cierto es que parte de estos problemas se atenúan en temporada baja, pero también es cierto que por definición la mayoría solemos viajar en temporada alta.

¿Estoy queriendo decir que no vale la pena ir a Bali? No exactamente.

Bali tiene muchos atractivos, empezando por sus habitantes, que van mucho más allá de lo que la palabra amabilidad haría esperar. Te miran a la cara, sonríen, intentan ayudarte y, en general son de una simpatía poco común que quizás solo pueda explicarse por una cultura colectiva muy fuerte, basada en el hinduismo. También son una maravilla algunos templos, construidos sobre los acantilados, a escasos 50 o 100 m de donde rompen las enormes olas.

Y, claro, las continuas ceremonias religiosas: cualquier día es un buen día para rendir culto a Shiva y cortar la única carretera transitable.

Esto es, quizás, lo más admirable de este microcosmos indonesio: cómo los balineses han conseguido mantener sus tradiciones y su buen humor, a pesar de estar literalmente invadidos por el turismo. ¿Compensa, por lo tanto, ir a Bali para ver dos o tres templos, el bosque de los monos, una bella catarata y los (supuestos) verdes arrozales de Ubud?
Un servidor tendría sus dudas. En nuestro caso, nos salvaron tres cosas:
1. Bali nos puso las cosas muy fáciles para tener ayuda con el pequeño Kostas, tanto en la forma de guarderías como en la de 'nannies'.
2. Tuvimos la suerte de que, en Ubud, Aissa acertase a encontrar un hotelito que estaba en una de las pocas zonas cercanas del centro todavía pobladas de arrozales, un oasis de tranquilidad. 
y 3. En Canggu estuvimos en un hotelito maravilloso donde, aparte de ver un templo y acercarnos a la playa varias tardes, aceptamos la realidad y nos dedicamos a la piscina, al yoga y al dolce far niente, cosa que también podríamos haber hecho en las zonas más exclusivas de Marina D’or.

Mi resumen de toda esta parrafada es que no, que yo no iría a ese Bali al que vamos casi todos, a menos que fuese un surfista, alguien con ganas de mucha fiesta o alguien con mucho tiempo para viajar y que pudiese hacerlo en temporada baja.

Ahora bien: existe otro Bali.

Un Bali que afortunadamente y de momento todavía no ha aparecido en las películas de Julia Roberts (Julia: cuánto daño has hecho). Un Bali que Aissa y yo nos preguntábamos si debía o no existir, mientras pasábamos nuestros días entre la multitud. Un Bali del que la mayor parte de turistas o incluso guías de viaje hablan bien poco. Al final, sin nada más que un par de recomendaciones de "nuevos amigos", nos adentramos en ese Bali del noreste del que nadie, quizás de manera totalmente consciente, dice nada.

Puedo hablaros de ese Bali sin reparos, sabedor de que este post lo leerán mi madre (o no) y una o dos personas más (o no). Para nosotros fue el Bali de Amed y de Sidemen, aunque nuestra impresión es que deben existir bastantes otros lugares en la isla donde pasar unos días. Bali es una isla muy grande, comunicada por unas pocas carreteras totalmente infra-dimensionadas para el tráfico que tienen que soportar. Esto hace que lo que ya son relativamente largas distancias se conviertan en trayectos de muchas horas en coche. Mi pronóstico, digno de obtener el premio Nobel Economía, es que ese Bali todavía relativamente poco explotado por el turismo seguirá más o menos a salvo mientras no se construya un segundo aeropuerto en el centro o norte de la isla, porque la mayor parte de los viajeros no está dispuesta a pasar largas horas por carretera para llegar allí.


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