16 enero 2018

Ocho días en las verdes praderas de Hong Kong




Hola a todos,


Hasta la semana pasada, Hong Kong era uno de esos lugares que tenía en el imaginario desde tiempos inmemoriales pero en los que no había estado nunca. Ese agravio, finalmente, ha sido reparado.



Estoy regresando a casa después de pasar ocho días y medio en esta urbana ciudad con mi hermano. Iban a ser, en principio, cinco, pero en un precoz ejercicio de sensatez lo alargamos tres noches.



No recuerdo muy bien qué me sugería la idea de Hong Kong ni si esta tenía o no mucho que ver con lo que nos hemos encontrado (en parte sí), pero puedo decir que mis expectativas no han sido defraudadas.


Vistas de HK bajando de The Peak


La idea con la que me voy es que Hong Kong no es una ciudad en la que me gustaría vivir largas temporadas, aunque pudiese gozar de todas las comodidades. Es una ciudad extremadamente urbana -si es que eso no resulta redundante-, nada pensada para el peatón -una constante en Asia, pero en este caso llevada al extremo- y donde la gente parece estar aquí para trabajar duro, ganar dinero, comer, comprar, gastar y jubilarse joven en algún otro lugar.







Dicho esto, es una ciudad muy interesante para pasar unos días, como hemos hecho nosotros.

Nos alojábamos en la zona de Kowloon, en la ciudad de Hong Kong pero no en la propia isla de Hong Kong. Por lo que vimos con el paso de los días, fue probablemente un acierto, porque nuestro barrio tenía un poco más de vida y resultaba más “auténtico” y quizás más chino que el centro de la isla, que gira en torno a las oficinas, los bancos y los grandes centros comerciales con tiendas de lujo dirigidas, en gran parte, a turistas o expatriados que trabajan en la City. Por supuesto, la isla de Hong Kong tiene también su lado auténtico, como comprobamos, de la misma manera que en Kowloon se encuentra en gran medida casi todo lo que se encuentra en la isla.




Paseando por Kowloon: no pusimos
una cara normal en todo el viaje



Todo aquí está hecho a lo grande, empezando por edificios inmensos que se hace difícil rodear con tal de poder ver un poco de mar o tener unas vistas despejadas. También son grandes algunas calles, los centros comerciales y algunos pasillos o pasarelas que conectan unos lugares con otros. A menudo la calle no es el camino más corto entre dos puntos y hay que buscarse otro paso, por arriba o por abajo. Mucha gente vive en edificios inmensos, en pisos pequeños y carísimos, todos ellos iguales, sin terrazas, normalmente con escasas vistas y en plantas que fácilmente pueden superar la 20, la 30 o la 40.




Paseando en barco por aguas hongkonguesas:
este edificio no es el más alto de la ciudad,
pero lo intenta


Como caminante, a menudo se hace difícil cruzar determinadas zonas para llegar a un punto que uno puede ver sin dificultad. ¿Hay que ir por abajo, por arriba, cruzar a través de la estación o de un centro comercial? ¿Cómo puede cruzarse esta zona que está en obras? Porque una parte importante de la ciudad estaba -y daba la impresión de estar permanentemente- en obras. Obras de esas que hubiesen hecho que Ramsés II estuviese orgulloso, no pequeñas obras de barrio. Y es que aquí hay por doquier edificios de más de 200 metros, principalmente de oficinas, sin hablar de enormes edificios dormitorio, con cientos de pisos cada uno, uno al lado del otro, todos iguales, para acabar constituyendo una colmena de varias decenas de miles o quizás más de 100.000 individuos. “Me ha quedado una bonita promoción”, debían pensar los constructores, a pesar de que la mayor parte de ellas resulten horrorosas.





Tanta gente concentrada en tan poco espacio -Kowloon al parecer es de los lugares más densos del planeta- hacen necesario que casi todo vaya como un reloj, lo cual resulta bastante cierto, muy especialmente en todo lo que tiene que ver con los transportes. Todo funciona bastante bien, está claramente explicado para los que entiendan un mínimo inglés y es muy intuitivo. Cuando uno tiene varios millones de personas desplazándose en hora punta no puede permitirse demasiados errores, a riesgo de paralizarlo todo.



Nathan Street, en Kowloon, cerca de nuestro hotel


Los atractivos “no urbanos” son escasos, si bien debo reconocer que no viajamos hasta remotos pueblos de pescadores, recónditas playas o alguna zona de campo o montaña alejada de la ciudad. Porque, para ver ese tipo de cosas, creo que no es necesario ir a Hong Kong.



 
Con el Buda sentau de Lantau








Nuestras visitas “culturales” (generoso término) se centraron en subir a The Peak (un lugar elevado con muy buenas vistas sobre la ciudad), ir a ver el famoso Buda sentado de Lantau, dar un par de vueltas en barco -una de ellas de casi dos horas de duración- y pasear mucho por las calles, los mercados callejeros (Temple Street, principalmente) y aquella parte del paseo marítimo en que se puede ver algo que no sean edificios. Poco verde vimos, excepto desde el barco o desde el teleférico que nos llevaba al Buda de Lantau. Tampoco es que las aguas entre tierra firme e islas estén prístinas. Aquí manda el comercio y la producción, lo demás es totalmente secundario. Los criterios ecológicos o paisajísticos son de cuarto o quinto orden.
Algunos dirán que nos faltó ver algún templo o algún museo, pero lo cierto es que el único museo que queríamos ver estaba cerrado. Otros dirán que no hay mejor museo que haber podido ver la estatua de Bruce Lee en vivo y en directo.




No hay viaje a Hong Kong que sea completo 
sin rendirle tributo a la estatua de Bruce Lee


¿Qué es lo que nos ha gustado entonces de Hong Kong?, se preguntarán algunos.
En mi caso diría que lo cosmopolita que es todo y la sensación de estar en una de las capitales del mundo. También me ha gustado poder ver algo más de la cultura china, aunque sea una cultura china algo tamizada o matizada por un filtro occidental. Desde mi visión sesgada de europeo, la gente de Hong Kong me ha parecido más educada y amable que la que vi en la China continental hace pocos años. Al menos respetan un poco más las colas y no van escupiendo por la calle. No diría que son la simpatía personificada (van muy a la suya y no se están para tonterías), pero son correctos, especialmente aquellos acostumbrados a tratar con público. Algunos son incluso amables.

El Hong Kong “auténtico”, con sus tenderetes callejeros, sus mercados de animales con los peces vivos, de frutas y verduras, sus puestos de comida y ríos de gente resulta muy estimulante y exótico. Es todo muy chinesco.



En China (y por extensión en Hong Kong) 
no hay ningún animal que pueda vivir en paz. 
Aquí, una especie de lagarto en un mercado.


Otra visita curiosa, ahora que lo recuerdo, fue al mercado mayorista de pescado de Aberdeen, en la isla de HK. Llegamos a una hora en que literalmente todo el pescado estaba vendido, pero dimos un paseillo interesante y acabamos comiendo en el mercado de los pescadores, cada vez más adaptado a esporádicas visitas, sin por ello perder su cutrez y unos bajos estándares de limpieza.



Y es que, la limpieza, por lo general, no parece ser el fuerte local ni su principal preocupación. Cuando el vaso de té que te sirven se usa principalmente para limpiar los palillos con los que comerás, cuando la gente de aquí limpia el vaso a conciencia antes de beber, cuando a menudo quedan en la mesa restos de lo que han comido por la mañana, no es buena señal. En los restaurantes de gama media -que son la mayor parte de los que hemos frecuentado- no es inusual sentir volar una bayeta mugrienta por encima de tu cabeza, para acabar viéndola aterrizar de manera bastante precisa sobre tu mesa, donde otra persona -o la misma-, posteriormente, la usará para hacer algo parecido a limpiar una mesa.

 En el restaurante del mercado -mayorista- de pescado
de Aberdeen (fotos arriba y abajo)




  



Dicho esto, todo el esfuerzo que no ponen en la limpieza de los suelos, las mesas, los platos y los lavabos, lo ponen en la cocina (en cocinar, me refiero, no en limpiarla), lo cual redunda a menudo en unos platos sabrosos y refinados. Aparte de callejear, comer ha sido nuestro principal entretenimiento en Hong Kong, cosa que ya sabíamos desde antes de empezar el viaje y que en parte contribuyó a la elección del destino. Hemos disfrutado comida chinesca de diversa índole, desde los célebres dim sum hasta el marisco y el pescado, pasando por sopas de fideos, pato Pekín, oca asada y casi todas las preparaciones posibles del cerdo y el pollo. Todo un festival de la proteína animal. Aparte, hemos estado dos veces en un restaurante coreano, dos más en japoneses y una en un tailandés, para romper un poco la rutina.

Lo único claramente occidental que he comido en estos días han sido dos cafés expresos y un croissant. Marco Polo hubiese estado orgulloso de mi.


Uno de los principales aciertos del viaje creo que ha sido -como decía- estar en Kowloon, elección a la que llegué después de leer bastante. Otra decisión acertada, dentro de Kowloon, fue la zona y muy particularmente alojarnos en el fantástico Hotel Stage, muy difícil de superar en su categoría en una ciudad donde todo es caro y muy especialmente el metro cuadrado.




Vista de las islas desde Lantau


Respecto a las visitas, quizás me quedo con la subida a The Peak en funicular (y bajada a pie), el paseo en barco entre las islas y la visita al Buda de la isla de Lantau que, sin ser algo extraordinario, nos permitió ver una cara distinta de HK. Y la visita al mercado de pescado de Aberdeen. Vamos, que me quedo con todo por igual.


En el funicular, camino al Buda de Lantau



En cuanto a las comidas y cenas, he aquí mi top:



1. En primer lugar, nuestras tres comidas en en mismo restaurante de la cadena taiwanesa Din Tai Fung, que ya había conocido en Los Angeles gracias a mi hermana y mi cuñado. Espectacular dentro de su aparente sencillez.


El Xiao Long Bao del Din Tai Fung


Una variante de mi plato preferido 
(este no lleva cerdo dentro). El mío es
el Shrimp & Pork Wonton with Spicy Sauce


En el Din Tai Fung hay siempre cocineros a la vista, haciendo dim sums y otros productos empanadillescos en tiempo real, bajo pedido, para luego cocerlos a la perfección y servirlos al momento. El xiao long bao (dim sum relleno de sopa) es magnífico, el pollo en chile picante también y en general todo es excelente, aunque mi plato preferido eran una especie de raviolis de pasta rellenos de cerdo y gambas, servidos en una salsa picante de color rojo.


 Pollo en chile picante

 Así llegan los xiao long bao a la mesa


2. En segundo lugar me quedo con nuestra visita al japonés Rōnin, una barra para 14 personas en una zona muy nipona de la isla de HK, un lugar de esos que no tienen ni rótulo en la puerta para demostrar lo exclusivos que son y la poca necesidad que tienen de publicidad. A pesar de la dificultad para encontrarlo, cenamos un menú de degustación excelente en un ambiente espectacular, todo ello muy bien servido. Esta fue una de nuestras dos visitas a restaurantes de gama alta. 


3. Entra en el top-3 el restaurante tailandés Chachawan, un lugar que nos encantó en una zona animada de la isla de HK. Pudimos comer en la barra, delante de la cocina, donde nos prepararon sendas ensaladas fresquísimas y una lubina espectacular hecha a la brasa y recubierta de sal, con mucho aroma a lemongrás y una salsa entre ácida y dulce que resaltaba mucho los sabores. El pescado estaba en su punto de cocción ideal. Muy tailandés todo, dirigido principalmente a un público internacional.



La impresionante lubina a la brasa del Chachawan


4. En cuarto lugar me quedaría con el restaurante chino del hotel intercontinental, en Kowloon, un lugar que tiene Heen en el nombre y del que siempre me olvido (no es fácil recordar combinaciones de tres sílabas como heen, tom, yan, su, yong, tung y similares). Yan Toh Heen, se llama: lo he tenido que mirar. Comimos un pato Pekín excelente, todo piel, con sus rollitos, su salsa hoisin y todo lo necesario, en un ambiente muy refinado y con buenas vistas sobre el mar y la isla. Esta fue nuestra segunda y última visita a lugares que podemos llamar selectos.


Un pato que no murió en vano





5. Merece también entrar en el top-5 el restaurante de la cadena coreana Hungry Korean, aunque solo sea por el hecho de que fuimos dos veces. Era un poco estilo fast food, pero todo lo que allí comimos era muy sabroso. 



En sexto lugar podríamos poner el restaurante japonés Yamataka, más por el sitio y las vistas que por la comida, que no estuvo nada mal.


Comiendo en el Yamataka, en un
embarcadero de la isla de Hong Kong


O quizás el famoso sitio de la oca asada (Kam's Roast Goose), en la calle Hennessy de la isla de HK, donde tuvimos que pedir turno y esperar más de una hora y media (!!). Excelente la oca...una oca de estrella michelín por unos diez euros por persona, en nuestro caso un poco más porque pedimos varias cosas.








Más de una hora y media esperando para poder
comer la oca asada de Kam's



También fue una experiencia interesante el famoso local de Tim Ho Wan, también con una estrella michelín, donde comimos los dos por unos diez euros en total. Tampoco nos pareció, eso sí, tan extraordinario, ni siquiera sus ricos buns de cerdo asado que les han hecho famosos. Buenos, sí, pero con estos estándares hay sitios de pintxos de San Sebastián que merecerían también -o bastante más- la famosa estrella, como bien observó mi hermanísimo.

 
En la puerta del Tim Ho Wan








El plato estrella del Tim Ho Wan: el 
bun relleno de carne de cerdo. Tres
por el precio de uno.



En el mercado de los pescadores de Aberdeen, ya mentado antes, también comimos bien, con muy buena materia prima y unas preparaciones sencillas pero buenas. El abalón, eso sí, el famoso y carísimo 'abalone' que tanto se valora por aquí, una animal de la familia de los caracoles de mar, no nos pareció nada del otro mundo.




El pescadito del mercado de Aberdeen



Es habitual, en HK, que haya mercados de frutas y verduras a pie de calle y que, en las plantas superiores, haya zonas de restaurantes donde preparan la propia comida del mercado. Estuvimos en uno de esos mercados en la zona de Wan Chai por recomendación de unos conocidos. El sitio se llamaba Tung Po y comimos bastante bien, aunque lo más llamativo era seguramente el dueño y la música que ponían a toda castaña. Los comensales se animaban, contagiados por el espíritu del sitio y del dueño (con el pelo rapado y una especie de cresta), que sabía muy bien cuál era su papel y lo ejecutaba a la perfección.

El rey del Tung Po: todo un showman



Una ostra ("americana"), frita y de tamaño
 familiar, en el Tung Po



Esperando turno en el Tung Po


Otras veces comimos simplemente en puestos callejeros, que es lo que se lleva aquí, como por ejemplo en la zona de Temple Street. El mal tiempo de los primeros días y el frío que hacía en general hicieron que quizás no explotásemos este tipo de comidas al aire libre tanto como nos hubiese gustado.



Ha sido, en definitiva, un viaje muy redondo, como redondos hubiésemos vuelto nosotros de quedarnos unos días más.

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