01 septiembre 2010

You were always on my mind, Takinoue.


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Mr. Takinoue, una especie de elfo muy popular en su tierra




El lago cerca del Camp CC de Fearon: assín de verde es Hokkaido


El puente de Takinoue, que era más útil cuando los trenes todavía llegaban al pueblo



Un túnel anti-nieve: en verano resulta la mar de curioso; en invierno está más oscuro que el ventre del bou



La cabaña que Fearon se ha rehabilitado en su Camp CC: tiene puertas anti-osos y todo lo necesario para sobrevivir en plena naturaleza



Así es Hokkaido en invierno; por eso no viene nadie (si no es para esquiar)



El temible zorro de Hokkaido, que se acerca a los coches para pedir comida (má vale de pedí que no de robá)

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Doncs yes,

Como colofón de mi ruta por Japón, acabé el tour por la isla de Hokkaido en el pequeño pueblo de Takinoue, en la parte norte de la isla.

Ciertamente, Takinoue no entra en la ruta de nadie que no sean turistas japoneses que, en el mes de junio, quieran ver los famosos campos repletos de flores de color rosa (algo, por otra parte, la mar de vistoso).

Como factor introductorio, debo decir que las últimas dos semanas en Japón he estado viajando con mi amiga japonesa Risiko, a la que conocí en 2007, durante mi viaje. Como ella es persona muy discreta y que no gusta de facebooks ni de blogs, la vamos a mantener todo lo anónima que nos permita la mínima información que los lectores requieren.

Fue, en realidad, Risiko quien sugirió la idea de ir a Takinoue cuando le propuse que escogiera algún lugar para pasar dos días en Hokkaido. Cuando, a principios de mes, me dirigí a las dos principales oficinas de turismo de Hokkaido -la de Sapporo y la de Asahikawa- informándoles de mi intención de visitar Takinoue en agosto, debo decir que hicieron lo posible para disuadirme. La respuesta más habitual (¡tres veces!) fue “There is nothing there at this time of the year”. Aquí, como ya debéis saber a estas alturas, lo tienen todo bastante ordenadito por categorías y, si lo único que les viene en el librito es Takinoue-Turista Japonés-Agosto, cualquier otra posibilidad queda en principio descartada. Pero un servidor no podía dejar de ser fiel a los deseos de Risiko, que además se había adaptado sin rechistar al resto de mi ruta. Además, un servidor había tenido otras experiencias anteriormente en que el instinto y el salirse-de-las-rutas-habituales habían contribuido a vivencias más auténticas y más en contacto con la realidad local.

Total, que un cúmulo de circunstancias nos llevó a reservar en el Suehiro Ryokan, al ser el que quedaba más cerca de la entrada del famoso parque de las flores rosas que florecen y mueren en junio.

Total, que hete que nos vamos en tren y bus desde Sapporo hasta Takinoue, cuatro o cinco horitas. Llegamos a la estación de autobús de Takinoue: llueve, nadie en la estación, ninguno de los 3.000 habitantes del pueblo en la calle, pero nosotros con nuestro mapita para llegar al ryokan.

En llegando al hotel vemos a un señor en manga corta y que va descalzo por la calle, claramente de rasgos occidentales, caminando en la misma dirección que nosotros. Nos pregunta en inglés si somos “los españoles”, a lo que respondemos afirmativamente. Se presenta como Fearon, el marido de la dueña del hotel-ryokan.

Fearon ha resultado ser un tío encantador, con una vida muy movidita por todo el mundo que le hacen a uno preguntarse por qué regla de tres probabilística ha llegado con vida -y con apenas un pie atornillado- hasta los 60 años. Pienso que, por cada Fearon, hay un par que se han quedado por el camino. Por suerte, el nuestro está aquí para contarlo y, a falta de gente que hable inglés por estas latitudes, le sobraban ganas de explicar sus aventuras y de contestar a nuestras preguntas sobre su vida en Hokkaido y la vida en Japón en general.

Patrón de embarcaciones deportivas, navegante en regatas en solitario de casi 100 días, capitán de barcos de la navy americana, participante en carreras de coches por las carreteras del norte de Australia a medias de 250km/h, viajero que cruzó Sudamérica en un Renault 5 viviendo notables aventuras en los 1970s, buen conocedor de África, pescador y cazador de todo tipo de bichos, coleccionista de coches antiguos, constructor de barcos…resulta curioso que alguien así se haya acabado estableciendo en uno de los lugares más tranquilos de la muy tranquila Hokkaido, colaborando con su mujer Kayoko en el hotel y despertándose a las 4AM para prepararle el desayuno a los trabajadores gubernamentales que allí se suelen alojar. La explicación -aparte de lo inexcrutables que puedan ser los caminos del amor- está quizás en que Hokkaido es un buen lugar donde mantenerse físicamente activo y poner en práctica todas sus habilidades manuales.

Hay dos Hokkaidos: en verano, se trata del parque natural de Japón, un lugar tranquilo, más fresco que el resto del país, donde la naturaleza colorida y los pescaditos más frescos están entre sus principales atractivos…mientras los osos campan a sus anchas. En cambio, en invierno, Hokkaido debe ser el infierno sobre hielo: -20ºC de media, todo helado -incluido el mar que lo separa de las frías tierras rusas-, carreteras cortadas, nevadas diarias que hay que mandar a pastar a golpe de pala y un largo etcétera de incomodidades. El paisaje cambia completamente de una época del año a la otra: las carreteras, por ejemplo, están llenas de túneles para nieve, esos que ahora parecen totalmente fuera de lugar pero que en febrero son imprescindibles para mantener abiertas las principales vías de comunicación. La nieve y el hielo lo cubren todo, empezando por el río que está junto al Suehiro Ryokan. Según nos contó Fearon, cuando hace frío de verdad los ciervos se agrupan junto al hotel para entrar un poco en calor y se les puede dar de comer desde la ventana de la cocina.

Todas estas historias sobre el Hokkaido invernal nos las contó Fearon al día siguiente de nuestra llegada, cuando nos dio un tour de 6 horas por Takinoue y alrededores, incluida una “parcelita” con cuatro casitas de madera que está rehabilitando junto a un lago, en un pequeño parque natural a 40 minutos del pueblo; el lugar se llama Camp CC y vale mucho la pena para los amantes de la naturaleza.

Takinoue, por su parte, es una especie de pueblo fantasma, con un montón de atractivos (onsens de aguas termales fantásticos, campos de golf-estilo-japo muy cuidados, jardines de flores y hierbas aromáticas muy destacables y con preciosas vistas, caminos para pasear, un río la mar de apañado para pescar…y un medianamente largo etcétera) que, por alguna razón, nadie disfruta. Es como una especie de parque temático sin visitantes. Se hace bastante extraño, puesto que realmente Takinoue resulta un pueblito atractivo. Quizás parte de la culpa se deba a la actitud algo ‘rebañil’ del pueblo japonés (“O vamos todos o no va nadie”), quizás se deba a los muchos otros atractivos naturales que tiene Hokkaido, quizás es que el gusto por la naturaleza y –particularmente- la tranquilidad no está en

Japón tan extendido…no tengo muy claras las razones. En todo caso, se hace extraño ver la cantidad de dinero público y privado que hay invertido en el pueblecito. Hablando de dinero público, hay que decir que durante nuestro tour por Takinoue entramos también en el ayuntamiento, un edificio imponente para un pueblo de 3.000 habitantes y donde Fearon entró, como no podía ser de otra manera, descalzo.

Kayoko, la dueña del ryokan, también resultó ser bastante simpática aunque, como muchos japoneses, tiene un nivel de confianza bajo en su nivel de inglés, que es bastante bueno. Además, debido a sus ocupaciones, no pudo pasearse con nosotros, lo cual en el fondo tenía su lado bueno, dado que cada minuto que pasaba en la cocina incrementaba bastante notablemente nuestro nivel de bienestar. Y es que Kayoko cocinaba muy bien y, como nos cogieron cariño, se dedicaron a obsequiarnos con lo mejor de lo mejor: las truchas que pescó Fearon por la mañana, sashimi de atún del bueno, la confitura de frambuesas que preparan ellos y unas tostadas de un pan muy bueno para desayunar (a veces no está mal salirse del típico desayuno japonés donde todo es salado) y algunas cosillas más, a menudo de cosecha propia.

Tampoco puedo dejar de comentar la aparición de una foto del Jaguar XK de Fearon –un coche de colección de 1951- con los campos de flores rosas detrás en la portada de una revista de coches, que llenó a nuestro anfitrión de orgullo (ver mini-foto).



Y así, entre paseos, comidas, bañitos en el onsen, ver como le daban de comer a un águila que les viene a ver dos veces al día y las historias de Fearon, el día y medio en Takinoue se nos pasó volando. Tan volando y tan desconectados de todo, que cuando tocó volar de verdad me equivoqué de aeropuerto, con las obvias consecuencias de pérdidas de tiempo y dinero.

Aparte de estos muchos recuerdos, también me he llevado de Takinoue un bonito plato de cerámica que un señor muy amable me regaló cuando fuimos a visitar su tienda. Un chollo, vamos. Dudo que, si alguna vez váis a Takinoue, os traten tan bien como a nosotros, pero yo solo puedo animaros a hacerlo, aunque no me hagáis caso. Grande Takinoue.

Y en el próximo capítulo: The Japan Trilogy III, despedida de Japón.

Abrazos,

Hugo

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