18 junio 2022

Viajando por Asia con un churumbel de veinte meses









 

 

Llegada al aeropuerto de Samui (familia feliz)


Sí amigos,

Aquí estamos de vuelta, unos años después y con una criaturita de poco más de año y medio en la mochila. Al niño le llamaremos Kostas, del griego Konstantinos, para mantenerle en el amoniaco. 

Aissa y yo teníamos el firme propósito de viajar por el mundo mientras los compromisos universitarios de Kostas no nos limitasen todavía demasiado. Así que, tras meses de deliberaciones, virus y pandemias varios, otras dolencias, abandonos de trabajos, vacunas, seguros de viaje y otros requisitos burocráticos, miedos y preocupaciones diversas, hete aquí que nos hemos lanzado a la carretera asiática a principios de junio.

¿Cómo será estar 24 horas al día con Kostas, sin universidades ni abuelas que nos apoyen? ¿Nos respetarán realmente los mosquitos que, sin ellos saberlo, transmiten enfermedades de escaso interés turístico? ¿Se nos hará agradable un vuelo de 11 horas con un bebé que a veces hace insufrible un trayecto de 2 horas en coche? ¿Nos acogerá el pueblo tailandés como de él se puede esperar?

Después de unos diez días por estas bonitas tierras, debo decir que difícilmente nos podría haber ido mejor: sometimos a Kostas a una estrategia de privación de sueño -muy propia del vietcong- en el vuelo corto, la cual dio sus réditos en el vuelo Munich-Bangkok, donde durmió 8 de las 11 horas y nos permitió empezar el viaje con muy buen pie. Después estuvimos dos días en Bangkok, donde apenas salimos de la piscina del hotel, curándonos del jet lag y protegiéndonos de un calor y una humedad sofocantes. Poco más hicimos, aparte de recibir sendos masajes.

Y, desde entonces, llevamos como ocho días en la isla de Koh Samui, que está en una de las pocas zonas del país que no se halla en temporada de monzones y donde, por lo tanto, se puede esperar que haga muy buen tiempo, como efectivamente ha sucedido hasta hoy. 

La intuición de ir a Tailandia de momento ha sido acertada: inmejorable infraestructura y oferta de casi todo (nosotros nos estamos ciñendo básicamente a todo aquello que es legal), temporada tirando a baja a la espera de que lleguen los turistas occidentales en julio-agosto, buen tiempo en la zona en la que estamos, buena onda, buena comida, tanto local como internacional, precios más que razonables para un europeo, bastante seguridad...y la sensación de que todo es fácil y de que los elementos se alinearán para que consigas lo que necesitas.

Kostas se ha adaptado muy bien a todo: no parece echar de menos la guardería, está muy feliz de estar todo el día con sus papás y tenemos un poco la sensación de que ya ha empezado con su proceso de asilvestramiento, al más puro estilo Mowgli. De momento se pasa 3-4 horas diarias en el agua y parece muy encaminado a alistarse en el reino de los anfibios: se mueve por la piscina y por la playa como pez en el agua, camina por las partes en las que apenas toca (aunque haya olas) sin perder el equilibrio, gatea en zonas donde apenas le sobresale la cabeza cinco centímetros del agua y, en general, traga cada día sin inmutarse el equivalente de dos botellines de agua, lo que yo interpreto como un signo inequívoco de que pronto sabrá nadar. Lo mejor es que, cada una de las 10-15 veces que se pasa de optimista y acaba buceando involutariamente hasta que le rescatamos, sale del agua con una gran sonrisa en la cara, totalmente ajeno al hecho de que le hemos vuelto a salvar la vida. Lo que ha aprendido aquí en poco más de una semana, en casa nos hubiese tomado meses, sospecho. Me hace ilusión el reto de que pronto se pueda valer por sí mismo en el agua y seguiremos informando de ello.

Aissa también se ha adaptado rápidamente a todo, dejando atrás algunas preocupaciones e incertidumbres. Todo lo que rodea a Kostas siempre es lo que más nos preocupa y, en general, somos inflexibles con algunas cosas (en particular con los malvados mosquitos, las radiaciones solares y el agua del grifo), pero para nosotros somos un poco más laxos, lo cual nos permite disfrutar un poco más de la vida: bebidas con hielo, comidas callejeras, incluso crudas, transportes que no se homologarían en Suiza, motos de alquiler...e incluso una nanny de Myanmar que nos ayuda un poco por las tardes con el pequeñín :-)  En cuanto a mi, tampoco sabía muy bien lo que me encontraría y lo cierto es que la operación salida de Barcelona no me dejó demasiado tiempo para planificar ni hacerme a la idea de lo que sería nuestro día a día. Pero, teniendo en cuenta que mi naturaleza es nómada, esta vida de mochilero de lujo (porque, no nos engañemos, no dormimos en habitaciones compartidas con 7 adolescentes) me sienta la mar de bien. Trabajo unas pocas horitas casi cada día pero, oh sorpresa, mis acuciantes problemas de sueño recientes se han evaporado como pipí de gato sobre asfalto en día soleado. No solo duermo como un bebé, sino que me tomo dos generosos cafés por la mañana, algún cocktail o cerveza durante el día (había abandonado el alcohol de manera casi absoluta) y hasta puedo comerme una pizza por la noche sin despertarme a las 4 de la mañana maldiciendo al pueblo italiano.

Volviendo a Aissa, tal es su adaptación que esta mañana-mediodía se ha atrevido a irse sola con Kostas, a un destino (¿playero?) indefinido y en un medio de transporte también indefinido, sabiendo que tendría que negociar con algún conductor adiestrado en los mejores mercados de Marruecos. De momento no han vuelto, pero mi pulso permanece inalterable.

A destacar, de estos primeros días, la playa de Silver Beach, que fue una bonita excursión de medio día...y especialmente la escapada a la playa de Ban Tai, paradisíaca y donde la gente del Mimosa Resort nos dejó usar la piscina y tumbonas a nuestro antojo con el único requisito de comer allí, cosa que hubiésemos hecho de todos modos. Si tenemos en cuenta que Kostas hizo un generoso popó en su pulcra piscina, quizás la cosa no les salió muy a cuenta. La visita al Gran Buda, que tenemos muy cerca de nuestra zona de Bangrak, también estuvo bien. Y, en un orden todavía más festivo, ayer nos escapamos al famoso Fisherman's Village sin Kostas, donde cenamos en primera línea de mar en el archiconocido CoCo Tam's, rodeados de un ambiente muy festivo y relajado, con música electrónica, gente contenta, espectáculos con fuego y buenas comida y bebida (cocktails, la ya mencionada pizza, una ensalada y postre).

Esta noche habrá luna llena y en la isla de Koh Pha Ngan -que vemos desde la habitación de nuestro hotel y tenemos a media horita en barco- se celebrará la famosa fiesta mensual de la luna llena. Nosotros no asistiremos, pero anoche ya tuvimos nuestra (modesta) fiestecita particular en el CoCo Tam's. 

Y, para acabar, como buen padre baboso, dos anécdotas del niño:

UNA: Kostas cumplió 1 año y 8 meses el día que salimos de Barcelona y, a día de hoy, su vocabulario sigue siendo muy limitado, hasta el punto de que su manera de decir adiós es poco más que un "hola" camuflado, a pesar de nuestra insistencia en demostrarle que son palabras distintas. Pues bien: nuestro primer día en Bangkok salimos a dar un mini-paseo por la calle (pronto vimos que era un error) y un empleado del hotel nos dijo "bye bye" a lo que él, el muy c.br.n, contestó "bye bye" en perfecto inglés asiático. Vivir para ver.

y DOS: ayer, por segunda vez, Aissa y yo compramos unos pescados a la brasa que cocinan en la calle, en una especie de barbacoas. Es algo parecido a una dorada que se rellena de tallos de lemongrass y hojas de lima,  sellándolo por fuera con sal, para posteriormente servirlo con una salsa agridulce bastante picante. Pues bien: ayer, mientras nos comíamos el pescado en 'casa', Kostas debió considerar que estábamos siendo poco generosos al no darle a probar la salsa, de manera que decidió servirse él mismo y, sin previo aviso, se tomó una cucharada. Se tomó razonablemente bien tener la boca en llamas tan de improviso, pero tuvimos que recurrir al yogur para devolverle a la vida.

Seguiremos informando.



En un transporte colectivo
(más diver que los taxis)


Mi primera agua de coco




Los del aparthotel de Samui nos dieron un paseíto en barca



Repartidor de pan



El Gran Buda de Samui




Comiendo en la calle el célebre pescado a la sal




Aissa en el CoCo Tam's, antes del anochecer



Delante de casa (y sí, efectivamente, Kostas 
tiene una única camiseta de baño, 
que además es su preferida)




Kostas durmiendo en el suelo del avión
(Alá es grande y misericordioso)









14 junio 2022

Istanbul y la madre del cordero

[Sabe mal no haber escrito, a finales del año pasado, nada sobre mi fantástico viaje en familia a Vietnam, pero las cosas van como van y este intermitente blog no pretende contarlo todo. Sabed, sin embargo, que Vietnam y sus gentes me resultaron muy simpáticos y que pasamos unos días muy felices en Hanoi, Ho Chi Minh City (Saigon), la bahía de Ha Long, la islita de Phu Quoc y el parque natural de Cat Tien.]

Creo que había estado dos veces anteriormente en Estambul, la última hace al menos quince años. Me llevé entonces una buena impresión de la ciudad y del pueblo turco.
Esta vez no ha sido distinto: hemos pasado tres días fantásticos en esta ciudad, a pesar de los rigores meteorológicos de los primeros dos y, muy especialmente, del primero (lluvia y viento). A mi humilde parescer hay lugares donde se percibe una cierta humanidad en la gente y un cierto poso de cultura y civilización, probablemente consecuencia de haber tenido una Historia determinada. Estambul es uno de esos lugares y uno se siente a gusto: la gente es por lo general muy amable, se percibe un cierto buen humor y un interés por la cultura y las relaciones humanas. La presión comercial es relativamente razonable: parece que hay un acuerdo respecto a los límites que no se deben traspasar. Sí, hay algún taxista ocasional que desprecia dichos límites, pero no constituyen la norma.
La palabra que mejor define la idea general que quiero expresar es, eso, "humanidad", por lo menos en mi diccionario personal. Tiene algo de cultura, algo de educación, algo de ser persona, algo de preocuparse por el bien común y no anteponer siempre el interés particular, algo de valorar el tiempo y precisamente por ello evitar las prisas, algo de cuidar las relaciones humanas en general.
No quisiera caer en idealizaciones, pero sí, uno se lleva la impresión de que éste es un país interesante y de que la gente además "sabe vivir", sea lo que sea lo que esto signifique.
Hemos tenido ocasión de tener alguna breve charla con la gente local, que a menudo parecía mostrar un interés sincero por nosotros y nuestros orígenes, más allá de la clásica frase corta de índole futbolística que habitualmente resume varios milenios de Historia.
La ciudad de Estambul es preciosa, particularmente las diversas partes que dan al Bósforo. El agua, los puentes, los barcos, las mezquitas con sus minaretes y 'cúpulas', las paradas callejeras, componen un paisaje muy vistoso.
Todo ello se ve bastante poblado, con mucha vida en la calle, gente de todo tipo yendo de un sitio para otro y aparentemente haciendo algo de provecho. Resulta todo muy pintoresco sin por ello parecer excesivamente caótico o sucio. Las llamadas al rezo cada dos por tres, sonando a todo volumen desde diversos lugares a la vez, le añaden a esta foto una banda sonora con bastante encanto.
Es muy de agradecer, en los lugares más turísticos, encontrarse una respuesta amable cuando uno se acerca a un pobre vendedor para hacerle la misma pregunta que otros cincuenta o cien visitantes le harán ese mismo día, sin por ello prestar particular atención a sus productos. Casi sorprende recibir una respuesta atenta en esas circunstancias.
La comida ha sido uno de los puntos álgidos de esta escapada. Aunque habíamos hecho algo de trabajo previo, nos vamos con la impresión de que hay que hacerlo muy mal para no acertar con la comida en esta ciudad y -probablemente- en este país que es Turquía. Debo decir que los pinchos de carne picada de cordero hechos a la brasa deben estar entre mis diez comidas preferidas (quizás cinco), de manera que partía de unos mínimos más que garantizados. Los comimos de una calidad suprema en el Zübeyir Ocakbaşi, donde también los pinchos de cordero (sin picar) eran excelentes. Tampoco desmerecían los mezes (entrantes básicamente vegetales), especialmente algo muy parecido a un taboulé.
Comimos también muy bien en el Hamdi, por dos veces, la segunda de ellas sin lluvia y por lo tanto con vistas al puente que lleva a Galata, al estrecho, a los barcos y a todo el gentío. El Hamdi tiene pinta de ser un clásico donde se hacen las cosas bien desde hace décadas, empezando por los clásicos mezes a base de berenjena, garbanzo, tomate, aceitunas y todo aquello que suena a aceite de oliva y a 'vegetal mediterráneo'. También las carnes eran buenas, empezando por el clásico cordero en sus diversas formas.
Disfrutamos también mucho en el Meze by Lemon Tree, un lugar un poquito más moderno que los anteriores, donde los entrantes clásicos se habían llevado a un nivel altísimo, sin por ello desmerecer el resto de platos. Pero, en general, casi todo estaba bueno en todas partes, incluyendo los siempre dulcísimos postres a base de pastelitos tipo baklava con mucho pistacho o algún otro fruto seco...a veces con un poco de helado.
El más moderno y cosmopolita Antiochia Concept también nos gustó, en medio de una zona muy animada para salir a tomar algo.
Se nota que aquí disfrutan comiendo. Me gustaría, algún día, escaparme a la ciudad turca de Gaziantep, que tiene fama por su gastronomía, para probar otras especialidades turcas. En términos generales, me gustaría pasearme un poco más por este país.
El Gran Bazar y el Bazar de las Especias no me parecieron por lo general demasiado interesantes, aunque el segundo me pareció algo más pintoresco y auténtico, especialmente en su parte exterior.
Nuestras otras visitas fueron a sendas mezquitas: la famosa Mezquita Azul y otra que está según se llega al triángulo de tierra donde se encuentra el centro antiguo, viniendo de la torre Galata por el puente (a escasos metros del Hamdi, precisamente). Ambas visitas bien organizadas y sin requerir un pago, lo cual me parece un buen síntoma tratándose de un lugar de culto. El Arte islámico siempre me ha parecido muy resultón y muy adecuado para fomentar la 'espiritualidad', así que este tipo de visitas -máxime cuando hay fieles en cantidad- no me suelen decepcionar.
Tampoco nos decepcionó la inmensa cisterna subterránea junto a Santa Sofía, un prodigio de la ingeniería y un lugar con magia.
El primer día, intentando dar con la actividad que mejor combinase con un clima de perros, pasamos un rato fantástico en el hamam Cagaloglu, histórico y maravilloso. Se encuentran en internet opiniones muy variopintas sobre los antiguos hamams de Estambul y resulta bastante comprensible dadas las dinámicas pecuniarias que se ponen en juego con los turistas. Nosotros, sin embargo, salimos en términos generales la mar de contentos. Sí, los masajistas no eran muy simpáticos y nos regatearon los diez minutos de masaje hasta solo seis o siete. Sí, no es una experiencia particularmente barata si lo mides en "liras turcas por minuto de masaje". Pero, por lo demás, la acogida y el trato del personal fueron excelentes (hay que destacar sin duda al barbero, todo un señor y todo un profesional), el hamam en sí mismo es una maravilla y el masaje -aunque corto- fue muy bueno e intenso. También fue un detalle que no nos quisiesen cobrar la segunda ronda de tés que pedimos. Fue, en definitiva, una gran experiencia donde no nos vimos sometidos a presiones propinísticas de ninguna índole. Muy recomendable, si uno sabe a lo que va. Si los masajistas fuesen un poco más simpáticos -cosa, por otra parte, bastante fácil- la experiencia mejoraría.
Quedan para una próxima visita más paseos, más conocer gente local, más mezquitas, más hamams, más cordero, más buena comida y más conocer esta maravillosa ciudad -puente perfecto entre Oriente y Occidente-, aunque solo sea para verle la cara oscura y desmitificarla un poco.

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