14 junio 2022

Istanbul y la madre del cordero

[Sabe mal no haber escrito, a finales del año pasado, nada sobre mi fantástico viaje en familia a Vietnam, pero las cosas van como van y este intermitente blog no pretende contarlo todo. Sabed, sin embargo, que Vietnam y sus gentes me resultaron muy simpáticos y que pasamos unos días muy felices en Hanoi, Ho Chi Minh City (Saigon), la bahía de Ha Long, la islita de Phu Quoc y el parque natural de Cat Tien.]

Creo que había estado dos veces anteriormente en Estambul, la última hace al menos quince años. Me llevé entonces una buena impresión de la ciudad y del pueblo turco.
Esta vez no ha sido distinto: hemos pasado tres días fantásticos en esta ciudad, a pesar de los rigores meteorológicos de los primeros dos y, muy especialmente, del primero (lluvia y viento). A mi humilde parescer hay lugares donde se percibe una cierta humanidad en la gente y un cierto poso de cultura y civilización, probablemente consecuencia de haber tenido una Historia determinada. Estambul es uno de esos lugares y uno se siente a gusto: la gente es por lo general muy amable, se percibe un cierto buen humor y un interés por la cultura y las relaciones humanas. La presión comercial es relativamente razonable: parece que hay un acuerdo respecto a los límites que no se deben traspasar. Sí, hay algún taxista ocasional que desprecia dichos límites, pero no constituyen la norma.
La palabra que mejor define la idea general que quiero expresar es, eso, "humanidad", por lo menos en mi diccionario personal. Tiene algo de cultura, algo de educación, algo de ser persona, algo de preocuparse por el bien común y no anteponer siempre el interés particular, algo de valorar el tiempo y precisamente por ello evitar las prisas, algo de cuidar las relaciones humanas en general.
No quisiera caer en idealizaciones, pero sí, uno se lleva la impresión de que éste es un país interesante y de que la gente además "sabe vivir", sea lo que sea lo que esto signifique.
Hemos tenido ocasión de tener alguna breve charla con la gente local, que a menudo parecía mostrar un interés sincero por nosotros y nuestros orígenes, más allá de la clásica frase corta de índole futbolística que habitualmente resume varios milenios de Historia.
La ciudad de Estambul es preciosa, particularmente las diversas partes que dan al Bósforo. El agua, los puentes, los barcos, las mezquitas con sus minaretes y 'cúpulas', las paradas callejeras, componen un paisaje muy vistoso.
Todo ello se ve bastante poblado, con mucha vida en la calle, gente de todo tipo yendo de un sitio para otro y aparentemente haciendo algo de provecho. Resulta todo muy pintoresco sin por ello parecer excesivamente caótico o sucio. Las llamadas al rezo cada dos por tres, sonando a todo volumen desde diversos lugares a la vez, le añaden a esta foto una banda sonora con bastante encanto.
Es muy de agradecer, en los lugares más turísticos, encontrarse una respuesta amable cuando uno se acerca a un pobre vendedor para hacerle la misma pregunta que otros cincuenta o cien visitantes le harán ese mismo día, sin por ello prestar particular atención a sus productos. Casi sorprende recibir una respuesta atenta en esas circunstancias.
La comida ha sido uno de los puntos álgidos de esta escapada. Aunque habíamos hecho algo de trabajo previo, nos vamos con la impresión de que hay que hacerlo muy mal para no acertar con la comida en esta ciudad y -probablemente- en este país que es Turquía. Debo decir que los pinchos de carne picada de cordero hechos a la brasa deben estar entre mis diez comidas preferidas (quizás cinco), de manera que partía de unos mínimos más que garantizados. Los comimos de una calidad suprema en el Zübeyir Ocakbaşi, donde también los pinchos de cordero (sin picar) eran excelentes. Tampoco desmerecían los mezes (entrantes básicamente vegetales), especialmente algo muy parecido a un taboulé.
Comimos también muy bien en el Hamdi, por dos veces, la segunda de ellas sin lluvia y por lo tanto con vistas al puente que lleva a Galata, al estrecho, a los barcos y a todo el gentío. El Hamdi tiene pinta de ser un clásico donde se hacen las cosas bien desde hace décadas, empezando por los clásicos mezes a base de berenjena, garbanzo, tomate, aceitunas y todo aquello que suena a aceite de oliva y a 'vegetal mediterráneo'. También las carnes eran buenas, empezando por el clásico cordero en sus diversas formas.
Disfrutamos también mucho en el Meze by Lemon Tree, un lugar un poquito más moderno que los anteriores, donde los entrantes clásicos se habían llevado a un nivel altísimo, sin por ello desmerecer el resto de platos. Pero, en general, casi todo estaba bueno en todas partes, incluyendo los siempre dulcísimos postres a base de pastelitos tipo baklava con mucho pistacho o algún otro fruto seco...a veces con un poco de helado.
El más moderno y cosmopolita Antiochia Concept también nos gustó, en medio de una zona muy animada para salir a tomar algo.
Se nota que aquí disfrutan comiendo. Me gustaría, algún día, escaparme a la ciudad turca de Gaziantep, que tiene fama por su gastronomía, para probar otras especialidades turcas. En términos generales, me gustaría pasearme un poco más por este país.
El Gran Bazar y el Bazar de las Especias no me parecieron por lo general demasiado interesantes, aunque el segundo me pareció algo más pintoresco y auténtico, especialmente en su parte exterior.
Nuestras otras visitas fueron a sendas mezquitas: la famosa Mezquita Azul y otra que está según se llega al triángulo de tierra donde se encuentra el centro antiguo, viniendo de la torre Galata por el puente (a escasos metros del Hamdi, precisamente). Ambas visitas bien organizadas y sin requerir un pago, lo cual me parece un buen síntoma tratándose de un lugar de culto. El Arte islámico siempre me ha parecido muy resultón y muy adecuado para fomentar la 'espiritualidad', así que este tipo de visitas -máxime cuando hay fieles en cantidad- no me suelen decepcionar.
Tampoco nos decepcionó la inmensa cisterna subterránea junto a Santa Sofía, un prodigio de la ingeniería y un lugar con magia.
El primer día, intentando dar con la actividad que mejor combinase con un clima de perros, pasamos un rato fantástico en el hamam Cagaloglu, histórico y maravilloso. Se encuentran en internet opiniones muy variopintas sobre los antiguos hamams de Estambul y resulta bastante comprensible dadas las dinámicas pecuniarias que se ponen en juego con los turistas. Nosotros, sin embargo, salimos en términos generales la mar de contentos. Sí, los masajistas no eran muy simpáticos y nos regatearon los diez minutos de masaje hasta solo seis o siete. Sí, no es una experiencia particularmente barata si lo mides en "liras turcas por minuto de masaje". Pero, por lo demás, la acogida y el trato del personal fueron excelentes (hay que destacar sin duda al barbero, todo un señor y todo un profesional), el hamam en sí mismo es una maravilla y el masaje -aunque corto- fue muy bueno e intenso. También fue un detalle que no nos quisiesen cobrar la segunda ronda de tés que pedimos. Fue, en definitiva, una gran experiencia donde no nos vimos sometidos a presiones propinísticas de ninguna índole. Muy recomendable, si uno sabe a lo que va. Si los masajistas fuesen un poco más simpáticos -cosa, por otra parte, bastante fácil- la experiencia mejoraría.
Quedan para una próxima visita más paseos, más conocer gente local, más mezquitas, más hamams, más cordero, más buena comida y más conocer esta maravillosa ciudad -puente perfecto entre Oriente y Occidente-, aunque solo sea para verle la cara oscura y desmitificarla un poco.

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