07 diciembre 2017
Han cantado línea: completando el Sureste Asiático (Myanmar)
Mangalabar a todos,
Hete aquí que estoy en Myanmar, que vendría a ser la Birmania de toda la vida, adonde he venido a pasar diez días huyendo del siberiano frío barcelonés de diciembre.
Estoy en el aeropuerto de Yangon, la antigua capital, aquella que algunos conocemos más como Rangún, con la idea de tomar un vuelo a la bonita población de Nyaung U, que es la que más cerca queda de los famosos templos de Bagan. De momento me han retrasado el vuelo dos horas y veinte minutos, sin previo aviso y sin darle ninguna importancia.
Estoy sentado en la sala de embarque junto a dos monjes muy budistas, con sus hábitos habituales y su pelo al cero. Me he puesto a su lado pensando que serían los más silenciosos de la sala, lo cual ha sido mucho suponer. Aquí lo normal es ser monje al menos un par de veces en la vida, cuando no toda la vida, así que cruzárselos es de lo más frecuente.
No sé dónde empieza aquello que se conoce como el Sureste Asiático, pero acabo de caer en la cuenta de que Myanmar es de lo poco que me faltaba después de haber estado en Tailandia, Vietnam, Laos (poco) y Camboya (poco), sin contar mis visitas a Malaysia y Singapur, Indonesia y Filipinas. Hacía años que tenía ganas de venir a este birmano país y estoy contento de no haberlo hecho más tarde, porque me da la impresión de que se va a desarrollar bastante rápido en los años venideros, como seguramente ya lo ha hecho en los recientes.
Mi visión de Myanmar no dejará de ser sesgada, porque he decidido visitar apenas dos zonas en estos días, siendo una de ellas la pseudo-capital y la otra la zona más turística del país. Después de casi tres días en Yangon no he visto gran cosa que me haga pensar que estoy en un país mucho más atrasado que otros países de la zona, o que no esté en camino de ponerse a la altura pronto. Por mucho que Myanmar estuviese muy cerrada al exterior hasta hace pocos años, se perciben muchos signos que apuntan a lo de siempre, es decir, a que con cierta rapidez se vaya imponiendo una economía de mercado al uso. El desarrollo de centros comerciales, un cierto tejido comercial moderno, la publicidad, el uso de palabras en inglés (en parte explicable por el colonialismo británico), los móviles, las grandes marcas internacionales, los fast foods, las cafeterías al estilo americano, la infraestructura turística, precios en dólares para los visitantes, etc., señalan en esa dirección. Sí, es cierto que en paralelo y de forma mayoritaria convive la economía de siempre, con su comercio mini-minorista, con sus tiendecitas y sus puestos de comida callejera por todas partes, las tradiciones religiosas y supersticiosas, los taxis a un euro y un largo etcétera. Es cierto también que aquí no debe comprar nadie por internet, por ejemplo, pero ello no quita que tienen smartphone hasta los monjes de mi derecha.
Si me pasease por la Myanmar rural vería una realidad radicalmente distinta, pero me quedo con la idea de que este país va por la vía rápida hacia un sistema más o menos capitalista. ¿Será, quizás, por la influencia de la vecina Tailandia?, I think to myself.
Hablando de ello, de momento todo me paresce un poco más amable que la sobreexplotada Tailandia (un país que me encanta, a pesar de todo). La gente es más tranquila, más simpática, por lo general más honesta y aparentemente menos pesetera. Se les ve menos estresados, también. Que les dure. Se les ve muy creyentes en lo suyo, también, muy enraizados en su budismo.
Está sonando en los altavoces del aeropuerto un clásico tema tradicional birmano, llamado Santa Claus is Coming to Town, precedido y seguido por temas de lo que podríamos llamar "jazz de aeropuerto y ascensor".
Hasta ahora lo único que he hecho ha sido pasear, ver templos, comer, dormir y bañarme en la piscina del hotel. Y es que tenéis que saber que un hotel con piscina en Asia es la definición última de lo que se llamaría lujo asiático, sobre todo teniendo en cuenta que estamos durante el día a unos 32-33 grados de temperatura, con un sol abrasador y una humedad considerable. Esto es lo que se puede esperar cuando uno está en pleno invierno birmano. Hay que madrugar y luego aprovechar el atardecer, porque el mediodía es insoportable.
En los próximos días mi idea es pasear, ver templos, comer, dormir y bañarme en la piscina del hotel.
Oigo un rumor de fondo y es que, claro, os estáis preguntando por qué he decidido dejar de visitar el lago Inle, Mandalay, la roca dorada u otras joyas de este dorado país. Pues bien, todo se debe a mi voluntaz de minimizar desplazamientos y días como el de hoy, del que habré pasado los dos tercios en aeropuertos, aviones y taxis. Esta valiente decisión implica dejar de ver muchas cosas pero, al mismo tiempo, poder profundizar más en los dos lugares que sí veré y hacerlo más a gusto, con menos incomodidades.
He hablado antes de "pseudo-capital" refiriéndome a Yangon, porque en realidad fue la capital del país hasta hace unos doce años, momento en que se la llevaron -de una manera un tanto artificial, parece- a un lugar llamado Naipyidó, del que difícilmente habréis oído hablar si no habéis estado nunca aquí.
Hasta ahora he visitado dos templos: la Botataung Paya (pagoda), más tranquilo y pequeño, con el estanque para tortugas cerrado por mantenimiento (¿dónde estarán las pobre tortugas?)...y la famosa Shwedagon Paya, que vendría a ser EL templo que hay que visitar en este templario país. Esta última la pude ver ayer al atardecer y me pasé un par de horas paseando, meditando, escuchando cánticos y viendo fluir ríos de turistas y de fieles de todo el mundo. No en vano la Shwedagon es un lugar de peregrinaje de lo más granado para la comunidad budista internacional. Todo a lo grande, enorme, muy dorado, bastante arbolado, bastante cuidado y con esa característica que ya he comentado otras veces de muchos templos asiáticos, como es el hecho de que estos se viven, más que contemplarse. Sí, se tratan con respeto, pero no con distancia ni frialdad: la gente no solo reza sino que toca las campanas, se sienta a merendar, conversa en voz alta...es en gran medida un lugar de encuentro y en ningún caso un museo.
Hablando de museos, también estuve ayer en un lugar curioso: el Museo para la Eliminación de la Droga. Lo que pude leer me pareció llamativo y decidí acercarme. Es un museo de más de 10.000m2!! (calculé), que imagino hasta hace pocos años debía ser un edificio gubernamental. Sus tres inmensas plantas están íntegramente dedicadas a un despliegue propagandístico-informativo sobre lo malas que son las drogas, lo muy en serio que el país viene luchando contra ellas en las últimas décadas (creo que Myanmar es el segundo mayor productor de heroína del mundo) y las campañas de sensibilización con la población local. Miles de imágenes, decenas de recreaciones a tamaño real de diversas escenas (así cortamos los campos de amapola, así quemamos los laboratorios y la propia droga), estadísticas, utensilios requisados...una cantidad casi inabarcable de información que acaba haciéndose repetitiva. Todo tiene un algo que suena un poco a propaganda comunista, con las fotos de los generales por doquier y una cierta simplicidad -¿cutrez?-, pero da la impresión de haber un esfuerzo sincero detrás. Supongo que el país está bastante bajo sospecha en algunos aspectos y sienten la necesidad de demostrar lo mucho que luchan y cooperan (con Tailandia, Laos, EEUU) para erradicar el cultivo de opio y su comercio.
Lo más curioso de la visita es que, durante la hora y pico que estuve allí, era el único visitante, hasta el punto de que encendieron el edificio solo para mi. Me sentí bastante mal por tanto kilovatio desperdiciado, máxime cuando había muchas luces y varios ventiladores; estos últimos, combinados con pequeñas tiras de papel de color rojo, se usaban para escenificar escenas con fuego, como un avión derribado o un cargamento de opio siendo quemado.
Y hete aquí que las dos horas y media de espera deben estar llegando a su fin, aunque ya veo que tampoco cumpliremos el segundo horario. En breve deberíamos volar a Nyaung U, posiblemente con una parada intermedia, porque de lo contrario el avión debe ser muy lento para tardar casi tres horas. Nyaung U está junto a los templos de Bagan, que serán mi otro destino en este viaje.
¿Cuántas paradas tendrá que sufrir el vuelo de nuestro héroe antes de llegar a su destino?
¿Habrá sido buena idea pedir emergency exit sin hablar el idioma?
¿Son más guapas las birmanas que las laosianas?
¿Llevan los birmanos las mismas faldas que en las películas?
¿Qué tal conducen?
¿Se perciben influencias de la vecina India?
¿Qué tal la comida a esta orilla del Mississippi?
¿Es más fea la sonoridad de la lengua birmana que la del tailandés (difícil)?
Todas estas preguntas -y con suerte alguna respuesta- en el próximo artículo.
Abrazos,
Hugo
PD: si alguien quiere ver las fotos que corresponden a este artículo, que por favor me lo diga por whatsapp (el móvil no me ha dejado añadirlas)