03 enero 2013

Jericoacoara: dos semanas en el paraíso


Feliz año a todos.

Los que habéis leído este blog con anterioridad ya sabéis que el aire acondicionado en los autocares es, en muchos países, un signo de status, llevándose la máxima distinción aquellos vehículos en que la temperatura es más fría. Ello, lógicamente, no guarda ninguna relación con lo que se podría considerar una temperatura 'adecuada', quizás alrededor de los 20 ó 25 grados, pues para un buen equipo de climatización bajar de estas cifras es un juego de niños.

Solo esta curiosa concepción del frío como el máximo lujo puede explicar que os esté escribiendo casi tiritando, parapetado tras un jersey y un pantalón largo cuando, fuera, estamos a 30 grados.

Igual que hace dos semanas, os escribo desde el autocar que cubre la ruta Fortaleza-Jericoacoara, si bien en esta ocasión, desgraciadamente, estamos haciendo el trayecto inverso. La estancia que inicialmente habíamos previsto en Jericoacoara (Jeri) era de 5 noches, aunque no tardamos en darnos cuenta de que marcharnos del paraíso no tenía mucho sentido y alargamos nuestra estadía hasta las 13 noches, coincidiendo prácticamente con el final del viaje de Germán.

Jeri es un pequeño pueblo de playa que, hasta hará unas pocas décadas, se podría haber definido como un pueblecito de pescadores. Se encuentra en el estado de Ceará, en el noreste de Brasil, a unas seis horas en autobús+camión de su capital, Fortaleza. Creo que Ceará es un estado bastante pobre donde la gente lo ha pasado mal durante décadas y décadas, viéndose muchos de sus habitantes obligados a desplazarse a las zonas de costa para huir del hambre, si bien no puedo confirmar este particular pues no recuerdo la fuente y no descarto haberlo soñado.

Jericoacoara está situado en una preciosa franja de costa, rodeado de dunas y palmeras, lejos de todo o de casi todo. Los últimos kilómetros para llegar allí hay que hacerlos, literalmente, por las playas, en unos camiones especiales que tienen la virtud de que habitualmente no se quedan encallados en la arena. Hay también muchos pequeños lagos y lagunas que hacen el paisaje aun más paradisíaco. Cuando uno se pasea por una de sus playas semi-desérticas, junto a una duna que muere literalmente en el mismo mar, tiene realmente la sensación de estar en un lugar muy especial. Lo mismo sucede cuando, circulando con un buggy por sus playas, uno se encuentra en un lugar donde la subida de la marea ha invadido un tramo de costa y, para poder seguir, se tienen que subir las personas y los vehículos en unas balsas de madera empujadas por dos o tres hombres. Todo es aquí muy pintoresco: el propio pueblo, a pesar del importante desarrollo que ha sufrido, está formado por una red de calles de arena, lo cual implica que los vehículos autóctonos vayan siempre haciendo equilibrios y que las maletas con ruedas sean de muy dudosa utilidad.

Los vientos relativamente constantes que reinan en la zona hacen que sea un lugar muy propicio para practicar deportes náuticos, especialmente windsurf y kite-surf (surf con cometa).

Dicen que en temporada altísima puede llegar a haber en Jeri unas 10.000 personas, si bien probablemente esa cifra solo se debe alcanzar en los días más cercanos al 31 de diciembre, lo que aquí se conoce como el 'réveillon'. Habiendo estado aquí las últimas dos semanas del año hemos podido comprobar cómo las hordas de turistas que aparecieron para celebrar el fin de año sobre la duna, muchos llegados el mismo día 31, guardaban escasa relación con el ambiente tranquilo que se respiraba hasta el 27 o el 28. Parece ser que hay un cierto turismo local, proveniente probablemente de Fortaleza y alrededores, que se deja caer por Jeri una vez finalizadas las fiestas navideñas...y que probablemente considera que en 2 ó 3 días la cosa se puede dar por vista.

Nuestras primeras cinco noches las pasamos en una maravillosa posada llamada Vila Bela Vista, bastante alejada del centro, hasta el punto de que había un servicio gratuito de transporte consistente en un carro tirado por un caballo. Todo el paisaje resultaba en sí bastante equino -hay muchos caballos y la zona está repleta de una especie de burros salvajes-, así que nuestra llegada al pueblo en carro resultaba menos sorprendente que si hubiéramos entrado en el Maremagnum.

Tres días después de llegar a Jeri ya tomamos la decisión de quedarnos, pues no veíamos la necesidad de inventar la rueda ante una tal combinación de virtudes: ambiente relajado y buena onda reinante, playas y paisajes de anuncio de colonia, muy buena comida, música en directo y marcha nocturna, caipirinhas por doquier y la posibilidad nada desdeñable de convertirnos en auténticos kite-surfers. No pudimos quedarnos en la posada dada la escalada de precios que se produce por fin de año pero rápidamente nos aseguramos un pisito de alquiler la mar de modesto, consistente en una cocina, un dormitorio y un micro-baño: un pequeño espacio donde vive una familia de cuatro miembros y que, como muchas otras familias de cuatro miembros (y de menos y de más) alquilan sus pisos llegadas estas fechas y se van unos días a casa de algún familiar. Con Germán calculamos que lo que obtienen alquilando sus casas apenas una semana al año les podría permitir sufragar el coste de construir otra casa al cabo de apenas diez años.

El fin de año en Jericoacoara fue fantástico, con varios miles de personas celebrándolo y gozando de los fuegos artificiales desde la duna más famosa, para luego bajar a la playa a escuchar música, bailar y caipirinhear como es menester hasta el amanecer, algo que sucede a eso de las 5AM. Aquí todo empieza bastante pronto y los gallos, que deben andar muy desorientados, a menudo empiezan a cantar a la 1.30h de la mañana.

Otro aspecto destacado de Jeri ha sido la comida: los pescados del Pimenta Verde, el atún casi crudo del Leonardo da Vinci, la brillante cocina del Tamarindo y el filet-mignon en salsa de gorgonzola del Naturalmente, por no hablar del meritorio sushi del Kaze, un restaurante japonés del que todo el mundo habla bien.

Igual que la última vez, os escribo desde mi móvil, que es lo que aquí en Brasil se llamaría un "esmarchi foni" (smart phone), siguiendo con una curiosa tradición local que consiste en añadir vocales y transformar consonantes cuando una palabra inglesa acaba de forma poco musical. Aquí las tarjetas vienen con "chipi", todo el mundo está en una red social llamada "feisibuki" y la gente todavía recuerda a una banda de música llamada "Pinki Floichi", por poner solo unos ejemplos.

El deporte en el que Germán y un servidor nos hemos iniciado -ni más ni menos que con siete días de clase- (el 'kite-surf') se conoce por lo tanto aquí como el "caichi surfi".

Nos estamos acercando a Fortaleza, ya son las 9 de la noche del primer día del año y la bajada de la temperatura de la calle ha permitido que el aire acondicionado siga haciendo su implacable trabajo, que cada vez haga más frío, que Germán esté durmiendo tapado y que yo haya estornudado ya varias veces.

Volviendo a nuestra experiencia con el kite-surf, debo decir que estamos muy orgullosos de haber sido tan regulares en su práctica, habiendo renunciado a más de una noche de jolgorio para poder asistir a nuestras clases matutinas. Hemos hecho unas tres horas de clase por día y nos lo hemos pasado muy bien: es un deporte fantástico, muy divertido, donde la conexión con la naturaleza es absoluta; hemos gozado de unas condiciones ideales que sospecho no se darán en otros sitios.

Otra de las joyas de nuestra estancia en Jeri fue la nochebuena, que pasamos en el pequeño pueblo de Guriú, un lugar que a día de hoy ni siquiera aparece en Google Earth. A Guriú habíamos sido invitados por una amiga cuya familia vive allí: participamos en una cena de nochebuena con gran parte de su familia, así como el resto de la 'pandilla' de amigos que hemos constituido durante estos días (una italiana, una mexicana, una catalana, la citada guriuense, Germán y yo). Fue muy interesante ver un pueblecito de pescadores muy modesto como Guriú y conocer a su madre, el padre con su guitarra, los numerosos primos y hermanos y poder pasar allí la noche del 24. También resultó interesante escuchar las historias que varios de ellos nos contaron sobre los lobisomens (una especie de hombres-lobo que circulan por los pueblos), cuya existencia para los que se los han cruzado está fuera de toda duda. La llegada a Guriú ya es, de por sí, bastante pintoresca, puesto que hay que cruzar un trecho de agua en balsa tal como comentaba anteriormente. Gran parte de la cena la hicimos los invitados y debo decir que Germán tuvo bastante éxito con una buena tortilla de patatas; yo me dediqué a la nada sencilla tarea de levantar los ánimos de los cocineros y decorar los platos.

A Fortaleza le he dado dos oportunidades más (porque aquí está el aeropuerto) y debo decir que sigue siendo una ciudad que no me gusta: hay un cierto ambiente decadentillo y dejado, en algunos aspectos bastante cutre, que está en las antípodas de muchos otros lugares de Brasil. Todo ello a pesar de recibir mucho turismo o quizás precisamente por ello. El atractivo de la ciudad me parece limitado y además circulan por aquí un buen número de turistas europeos de sexo masculino con muy poca clase e intenciones dudosas. Además, no se puede decir que en la zona de Iracema donde nos hemos alojado uno se sienta muy seguro. Germán ha llegado a estas mismas conclusiones por sí mismo, lo cual no es suficiente para publicar un estudio en el Journal of Economics, pero sí para reforzar mis percepciones. Los restaurantes son justitos y el servicio raramente para tirar cohetes. Lo mejor ha sido nuestra escapada a la Praia do Futuro (en el puesto Chico do Caranguejo), que está bastante bien, donde hemos comido sobre la misma arena. Nos ha faltado probar el ocio nocturno -del que la gente habla bien- pero me temo que quedará para mi próxima reencarnación. Queridos lectores: la visita a Fortaleza os la podéis ahorrar.

Abrazos,

Hugo

PD: las afotos, in order of appearance

1. En la hamaca de nuestro bungalow del Vila Bela Vista

2. Concierto de samba

3. Cambiándole la rueda pinchada al buggy que nos llevaba a las clases de kite (dos pinchazos en dos días consecutivos)

4. Atardecer en Jericoacoara

5. A punto de cruzar en balsa volviendo de Guriú

6. Cruzando

7. Desayuno estelar

8. Paisaje desde la orilla de Guriú



















Comments:
Esto se ve incluso mucho mejor que Goa y Kerala! Habrá que ir a que los niños aprendar "caichisurfi". Bon any!
 
Completamente estelar, Hugo, el sitio y la entrada de blog. Dan ganas de tirar mi vida por el retrete, agarrar a mi santa esposa y mudarse allí definitivamente...

Javi
 
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