15 enero 2011

Último mensaxe de mi viaxe a México

. ((a falta de añadir las fotos)


La llegada al Distrito Federal (DF) no fue como para tirar cohetes: el día era gris y la primera impresión de la ciudad (apenas la había visto desde el aire) no me generó vibraciones demasiado positivas. El camino del aeropuerto a casa de nuestro amigo Josep, tampoco. Y nuestro primer paseo a pie por lo que supuestamente es un barrio ‘de lo más cool’, aún menos.

Pero eso fue ayer. Hoy Enrique y un servidor hemos pasado el día paseando, sobretodo por la zona del zócalo, la plaza central de esta ciudad. La propia plaza me ha gustado, quizás por lo grande y luminosa. Tampoco ha estado mal la visita a la Catedral, ni ver a una curiosa señora que, delante de la misma puerta, hacía campaña acusando a la iglesia católica de México y al ejército de algunas irregularidades; iba vestida de obispo, pero la tela era de colores de camuflaje militar. Muy llamativa, ella. Le deseo suerte, porque me temo que puede necesitarla.

También he hecho una corta visita al Palacio Nacional, que ocupa otro de los lados del zócalo, donde he podido ver uno de los murales de Diego Rivera. Si algo me ha quedado pendiente en este viaje ha sido ver algún moral más de Rivera, Orozco o Siqueiros.

Una constante durante nuestro paseo por el centro ha sido que varias personas nos han recomendado que no fuéramos a según qué zonas o no entrásemos en según qué mercados, a veces sin ni siquiera preguntárselo. “No deberían ustedes ir a Lagunilla” o “¿Qué hacen ustedes en el mercado de La Merced?”. Un hombre por la calle, un taxista, una señora que tiene un puesto en La Merced…ha sido especialmente insistente esta última: “Vayan rápido, compren lo que tengan que comprar y váyanse rápido; y no se metan en un taxi cualquiera”. Suelo pasearme por casi todas partes y sin miedo, pero debo reconocer que la mujer en cuestión, por su insistencia, me ha dejado un poco preocupado. Después de un par de horas paseando sin quitarme la mano derecha del bolsillo (y de encontrar el cacao en grano y los chapulines que buscaba), puede confirmar que hemos salido sanos y salvos. Posteriormente, algunas personas más -y en particular un conductor de taxi- también nos han dicho que no deberíamos haber ido pero, siendo a posteriori y estando sanos y salvos, daban menos miedo. Aparentemente hay algunas zonas del DF donde es mejor no meterse, ni siquiera pasar en coche. Esta sensación de que hay que ir con cuidado es algo que en mayor o menor medida hemos tenido durante todo el viaje: no entrar en según qué zonas, evitar según qué carreteras de noche, nunca hacer ostentación. Aparte de las zonas que puedan ser peligrosas de por sí, en términos generales da la impresión de que hay bastante segregación, como sucede en muchos otros lugares de Latinoamérica: si eres de determinada clase social, no entras en según qué barrios, porque te van a ver el plumero...y te lo van a intentar robar con malos modos.

En cualquier caso, en descarga de México y de sus gentes debo decir que durante nuestro viaje no hemos sufrido violencia ni tampoco la hemos visto. Además, aunque es cierto que casi cada día hay noticias de muertes violentas, uno debe tener en cuenta que la mayor parte de éstas están relacionadas con el narcotráfico y con los que lo ejercen o tratan de impedirlo. También, no hay que olvidar que México es un país de casi 115 millones de personas. Si metemos todos estos datos en una coctelera y los agitamos, creo que no se puede decir que México sea tan peligroso para un viajero más o menos prudente.

Volviendo a la actualidad más rabiosa, el momento estelar del día quizás haya sido nuestra comida en la terraza del Holliday Inn, con vistas al zócalo: un lugar privilegiado, unas vistas fantásticas, la temperatura ideal y un buffet de carnes tipo filete (New York, arrachera y T-bone) realmente fantástico. De hecho, compartíamos terraza con un grupo que celebraba una boda, lo cual le ha dado un toque pintoresco a la escena.

El fin de este artículo lo escribo a posteriori, así que no os sorprendáis si los tiempos cambian un poco.

Mi última -y segunda- noche en el DF, Enrique, Josep y yo salimos a tomar unas copas por el barrio de La Condesa; iniciamos nuestra salida un poco tarde, dado que antes habíamos ido a ver un "combate" de lucha libre mexicana en el mítico Arena. Se trata más de un espectáculo que de una verdadera lucha (son un poco el equivalente mexicano de los Hulk Hogans y similares), una coreografía muy bien ensayada donde parejas o tríos de luchadores se lían a mamporrazos. Unos son muy buenas personas -los "técnicos"- y los otros muy malos -los "rudos"-; contrariamente a lo que podría parecer, gran parte del público se puso -nos pusimos- del lado de los malos. Que si te lanzo contra las cuerdas, que si te tuerzo el brazo, que si salto desde encima de las cuerdas y me abalanzo sobre ti, que si te echo fuera del ring...en resumen, un espectáculo muy entretenido para pasar un buen rato y reírse un poco con Mascarita, El Místico y otros super-héroes. Una experiencia muy recomendable, aunque solo sea una vez en la vida.

Y, después, como os decía, las copillas que tomamos por La Condesa, un barrio "bien" con gente "bien" y bastante niña mona, como suele suceder en estos casos. La ventaja de salir por México es que, aunque se suele distinguir entre bebidas alcohólicas nacionales y bebidas alcohólicas internacionales (más caras), el tequila siempre acaba cayendo en la categoría de las nacionales.

Al día siguiente, mi último en el DF, fuimos a visitar la zona de Xochimilco, un distrito de la capital al que por aquí llaman "la Venecia mexicana". Podríais pensar que la llaman así porque en Xochimilco abundan los museos de pintura italiana del Renacimiento, pero os equivocaríais. Aunque os pueda sorprender, la llaman así porque tiene muchos canales, por donde circulan unas barquitas ('trajineras') que se mueven gracias a la fuerza del 'piloto', una especie de gondolero que se ayuda de un largo palo con el que hace fuerza contra el lecho del canal. Toda esta zona era en su origen un gran lago; todo el terreno que actualmente ocupan las parcelitas con casas, pastos o flores, se construyó sobre el agua hace ya muchos años. A toda esta serie de islas artificiales se las llama 'chinampas'. Si no estoy equivocado, el momento de mayor esplendor de Xochimilco fue con los aztecas, que muy ingeniosamente fueron ganándole terreno al agua. Durante la visita nos acompañó un día gris, así que se vio quizás algo deslucida. Era sábado, a pesar de lo cual la zona estaba muy tranquila y apenas había barcos por los canales; dimos un paseo de 1.30h. La falta de sol y de gente, sumada a lo poco cuidado que estaban muchas parcelas -está lleno de chozas aparentemente habitadas por gente que vive al límite de la pobreza...o metidos de pleno en ella-, convirtió nuestro paseo en algo menos festivo, pero quizás más interesante, de lo que hubiera esperado. Pasamos un buen rato platicando y observando a nuestro alrededor. Hay que decir también que, si nuestro 'gondolero' hubiera sabido algo sobre la zona, sobre cómo se hizo, quién, cuándo o porqué, podría haber resultado una excursión apasionante, pero aparentemente estaba totalmente especializado en el arte de empujar el barco con el palo.

Y poco más queda por contar sobre la que en principio es una de las ciudades más grandes del mundo.

En cambio, hasta ahora no os he contado nada sobre la última parada antes de regresar a la capital: los tres días que Enrique y yo pasamos en San Cristóbal de Las Casas, en pleno centro de Chiapas y en territorio más o menos controlado por los zapatistas que tan de moda se pusieron hace más de una década.

San Cristóbal es, quizás, lo que más me ha gustado de todo nuestro periplo por México. Es uno de esos lugares que aparentemente están lejos de todo e, incluso, al margen de todo. Seguro que alguien diría aquello de "un lugar donde parece que el tiempo se haya detenido", pero no lo haré porque me parece muy cursi. El hecho de encontrarse a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, la mezcla entre lo colonial y lo indígena, sus mercados, sus iglesias, sus calles empedradas y lo luminoso que luce todo, hacen que recuerde un poco a Cuzco, aunque es bastante más tranquila. San Cristóbal está muy preparada para un turismo tranquilo, algo hippioso, relativamente culto, un punto izquierdoso y parcialmente mochilero y que a menudo simpatiza con la causa zapatista. Es un lugar ideal para descansar, pasear, leer, comer, dormir y, en definitiva, vivir, sin tener la sensación de que el tiempo pasa muy rápido y que uno se está perdiendo algo por el hecho de no estar en Tokyo o Nueva York. Como diría el poeta: San Cristóbal de Las Casas mola, tiene un rollo muy simpático, una buena onda contagiosa. También recordaría un poco a Villa de Leyva en Colombia, aunque esta última es mucho más pequeña y no tiene el componente indígena.

Cuando digo 'indígena' me refiero, generalmente, a aquellos grupos/etnias/pueblos o comoquiera que se les llame, descendientes directos de los que poblaban el lugar antes de que llegaran los españoles a mostrarles cómo llevar una vida como Dios manda. Al final, para mi, suelen constituir el principal atractivo de estas poblaciones, con sus ropas vistosas, sus puestos de frutas, verduras y animales en los mercados, sus ritos religiosos y, claro, su particular fisionomía. De hecho, San Cristóbal de Las Casas está ya bastante cerca de Guatemala, con lo que está emparentado con Chichicastenango o los pueblos que hay alrededor del lago Atitlán, dado que se trata también de zonas elevadas y que fueron pobladas por los mayas.

Desde San Cristóbal, aparte de comer bien y recibir masajes -Enrique me ganó 2 a 1 en esta última disciplina-, hicimos dos excursiones. La primera fue un tour organizado al Cañón del Sumidero, un paraje natural con intervención humana que es realmente bonito. Dimos el típico paseo en lancha rápida y me gustó bastante, a pesar de los restos de basura que emergen por doquier y que los gobernantes de Chiapas se esfuerzan aparentemente por limpiar. Después, como parte de ese mismo tour, visitamos la población de Chiapa de Corzo, pero no fue nada del otro mundo.

Nuestra segunda salida de San Cristóbal fue en moto. Enrique y un servidor alquilamos sendas scooter para ir a ver el pueblecito de San Juan Chamula, que se encuentra a apenas 20 minutos de San Cristóbal y que es conocido por estar habitado por un grupo indígena muy tradicional -los chamulas-, que a pesar de estar cerca de una gran ciudad sigue viviendo acorde con sus costumbres. La experiencia de la moto en sí fue muy divertida y, al cabo de un rato, nos habíamos adaptado al tráfico y a las numerosas irregularidades del pavimento. Enrique tuvo unos comienzos difíciles, hasta que le pilló el truco y se dio cuenta de que sentándose más atrás -como si fuera "de paquete"- sus piernas no interferían con el manillar, de forma que podía girar. Llevar una moto por carretera, sin poder girar, puede ser muy mal asunto.

En San Juan Chamula llegó uno de los momentos álgidos del viaje: la visita a la iglesia del mismo nombre. Por fuera, nada nuevo; una bonita iglesia de estilo colonial, de un blanco muy blanco y con frisos de un verde y de un azul muy alegres, sin ser chillones. La iglesia está en uno de los extremos de una gran plaza que suele albergar un mercado y que, para nuestra desgracia, precisamente los miércoles no tiene actividad. Pero nos quedaba entrar en la iglesia, cosa que conseguimos previo pago de una especie de tasa, escaso precio para lo que vimos dentro: una iglesia sin sillas, con una especie de pinaza en el suelo, con las familias de indios chamula celebrando sus particulares ritos sentados en el suelo, con sus velas, sus botellas de Coca Cola, sus gallinas vivas y sus bebidas alcohólicas. Una estampa realmente sorprendente, máximo exponente del sincretismo -fusión de ritos o religiones-, que supongo fue fruto de la voluntad de los chamulas de mantener sus ritos a pesar de las enseñanzas de los misioneros cristianos. A mi me pareció "lo más" y a Enrique también le gustó bastante, por lo que nos quedamos casi una hora dentro, sentados en el suelo, entre los aromas a pino, los grupos de fieles quemando velas a modo de hogueras y las miles de velas -éstas mucho más pequeñas- que quemaban por los cuatro costados. Como telón de fondo, el altar y las capillitas de santos que uno encontraría en cualquier otra iglesia. Para que os hagáis una idea, creo que hasta hace dos años en la iglesia no había habido nunca un cura. La verdad, no parece que lo necesiten.

No quisiera generar expectativas excesivas, pero sí puedo deciros que la iglesia de San Juan Chamula es, por lo menos, un lugar pintoresco y especial.

Desde San Cristóbal solo nos quedó pendiente adentrarnos un poco más en el mundo zapatista. Nos estuvimos planteando hacer una visita a Oventic o a alguno de los pueblos a escasas horas de San Cristóbal controlados por el EZLN y organizados en base a las máximas zapatistas, con sus escuelas, sus cooperativas y toda una organización propia. Al final hicimos un intento, pero justamente ese día no había visita, así que nos perdimos la explicación a cargo de un responsable de comunicación de los zapatistas. Tengo que decir que no nos quedó muy claro porqué este tipo de 'tours' no son demasiado populares (apenas nos constaba la existencia de uno, muy poco publicitado): quizás se deba a que el movimiento zapatista es, en su esencia, un movimiento anti-globalización y, por lo tanto, que no promueve las visitas; quizás se deba a que algunos creen que es peligroso (no es la impresión que nos dio); quizás es que no hay mucho que ver; quizás es que a la gente no le interesa demasiado o es algo con lo que no quiere contribuir. Como os decía, no me quedó muy claro. Nos quedamos, pues, finalmente, con toda la información que respecto a los zapatistas hay en San Cristóbal de Las Casas (que no es poca), con todos los productos y recuerdos fabricados por las mujeres que viven en sus pueblos, con un ambiente que de alguna forma irradia una especie de idealismo de izquierdas con promesas de un mundo diferente y mejor, con sus retratos del Ché y todo lo que es menester.

En resumen, Chiapas es quizás la parte del viaje que más he disfrutado: los días en San Cristóbal me supieron a poco. En general, ha sido un viaje redondo y muy variado. Los mexicanos, como ya os decía, me han parecido gente amable y relativamente culta/informada. En lugares turísticos nos la han intentado colar al menos seis veces al traernos la cuenta -incluyendo cosas que no habíamos consumido o poniendo precios superiores a los de la carta-, pero no creo que sea representativo de la gente en general. Todo el mundo se ha mostrado dispuesto a ayudarnos cuando hemos pedido ayuda, a advertirnos de los posibles peligros o a hacernos recomendaciones de forma desinteresada.

Ha sido, pues, un viaje la mar de entretenido y recomendable; espero que os haya gustado la forma en que os lo he platicado.

A falta de publicar las fotos de esta última etapa, me despido hasta la prójima.

Abrazos!

Hugo


PD: y, por gentileza de mi amigo El Indio, os dejo con un poco de inspiración viajera (lo mío no es viajar ni es nada, snif)




10 enero 2011

México es un pais de contrastes: Puerto Escondido, Playa del Carmen, Cancún, Palenque

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Las fotos están en orden inverso al cronológico, una nueva licencia poética (o no) del autor.
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Agua Azul


Simpatizantes de los zapatitas, de camino a Agua Azul



Misol-Ha


La animada plaza de Palenque (El Parque), antes de que
empezasen los conciertos de marimba de la noche



Un elegante transeúnte, en El Parque de Palenque



Vista de las ruinas de Palenque (la foto hace injusticia)


Los orígenes mayas del baloncesto, en Chichén Itzá



Chichen Itzá y el que suscribe



Con Enrique, visitando Tulum, unas bonitas ruinas junto al Mar Caribe



La visita a las ruinas de Tulum incluye la posibilidad
de bañarse en esta agradable playa



Una de las bastantes piezas que me gustaron en la visita al museo
Rufino Tamayo, en Oaxaca (ver artículo anterior)



Puesta de sol en la playa de Zicatela, Puerto Escondido


Esperando para tirarme en paracaídas, en Puerto Escondido


Un momento del bonito vuelo de Oaxaca a Puerto Escondido
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Sí amigos,
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Después de dos semanas en México (pronúnciese Méjico) y de no haber publicado ni una palabra en el blog, aquí está mi segundo post en dos días consecutivos, que pretende cubrir todo lo que no ha sido Oaxaca City. Es decir: Puerto Escondido, Playa del Carmen, Cancún y Palenque.

Siempre había soñado con incluir "es un país de contrastes" en el título de algún artículo, así que aquí queda.

Nuestro viaje se está desarrollando por el Sur de México, más concretamente en los estados de Oaxaca, Quintana Roo/Yucatán y Chiapas. De Oaxaca ya os conté nuestra estancia en Oaxaca ciudad pero, ¡oh infelices!, todavía no sabíais nada de nuestras peripecias en Puerto Escondido.
Puerto Escondido es un pueblo de playa del estado de Oaxaca, bañado por las aguas del Pacífico. Para que os hagáis una idea precisa, está bastante más al Sur que Acapulco, por ejemplo, que es otra localidad en esa misma costa. Si no hubiera turismo, Puerto Escondido sería bien poca cosa, pero gracias al bonito clima de la zona y a algunas olas muy buenas para el surf, se trata de un lugar muy frecuentado por turistas mexicanos y extranjeros. Los surfers y las familias mexicanas constituyen, en cierto modo, los dos extremos de entre los que visitan estos lugares; en medio estamos muchos otros visitantes que ni chicha ni limoná. De hecho, cada uno de los dos grupos anteriormente mencionados tiene su propia playa y su propia zona de restaurantes...y no es que se mezclen demasiado. Puerto Escondido (llamémosle PE) me gustó mucho: es un lugar tranquilo, con unas playas bonitas, un cierto buen rollete/buena onda en el ambiente, sol, buena comida, actividades acuáticas...un buen lugar para relajarse unos días. En nuestro caso, tres días, incluida la noche de fin de año.
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A PE llegamos en una especie de avionetilla de la compañía AeroTucán -el nombre ya da una idea-, en un vuelo la mar de simpático desde Oaxaca ciudad, sin copiloto ni nada y pudiendo ver las maniobras del piloto (y todos sus truquis) desde mi asiento en primera fila. No es la primera vez que gozo de tal privilegio, pero no deja de resultar curioso subirse a un avioncito como quien se sube a un autobús, cuando para subir a otros aviones le hacen pasar a uno por unos controles que ni en Alcatraz. El vuelo de Oaxaca a Puerto Escondido, de apenas 45 minutos, permite contemplar un cambio de paisaje notable desde un valle relativamente seco hasta el oceano, pasando por una cadena montañosa de lo más verde.
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Curiosamente, el día después de aterrizar en PE, Enrique y yo volvimos a ese mismo aeropuerto para subirnos a otra avioneta, que en este caso nos permitió estrenarnos en el bonito arte de tirarse en paracaídas. Fue una experiencia muy recomendable, algo que yo tenía pendiente desde hacía tiempo; una vez, estuvimos a puntito de saltar, pero al final hubo demasiado viento en el ventoso Empordá y no pudimos hacerlo. Aquí en México me da que son un poco menos estrictos, así que pudimos saltar a pesar de la ventisca. Fue muy bonito y pasé mucho menos miedo del que esperaba. Recuerdo muy bien los últimos pasos con mi 'profe' hasta la puerta de la avioneta, ya a 4.000 metros...todos los demás ya habían saltado solo quedaba el piloto; me recordó a mi corta pero intensa participación en la Guerra de Vietnam. El momento más impactante fue el principio de la caída libre, quizás los primeros 3 ó 4 segundos; después seguimos cayendo durante aproximadamente un minuto, dando vueltas como peonzas, para que finalmente Juan Pablo abriera el paracaídas y planeásemos unos minutos antes de aterrizar sobre la misma playa de Zicatela, la de los surferos. Un ligero dolor de oídos, algo de mareo y unos minutos un poco atontado fueron escaso precio para tamaña experiencia.
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Lo más curioso de todo el proceso fue, precisamente, cuando entramos en el aeropuerto de Puerto Escondido, sin tarjetas de embarque, ni pasaportes, ni maletas, ligeros de ropa e incluso descalzos, y pasamos delante de los mismos mostradores donde facturan los que van a volar y no tienen ninguna intención de saltar del avión.
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Fin de Año en Puerto Escondido fue algo más animado y bastante menos hippioso de lo que hubiera imaginado; encontramos un par de buenas fiestas donde pasamos unas cuantas horas. También fueron destacables en PE nuestras visitas al restaurante Pascale, donde hay un francés al mando del grill que hace maravillas con pescados y mariscos (si tuviera a mano marisco gallego o francés ya sería la bomba). México, por lo general, es un país relativamente barato para los estándares europeos, incluso en lugares turísticos. Nos alojamos en el hotel Paraíso Escondido, que es bastante recomendable, aunque si volviera intentaría alojarme en la playa de Zicatela, en lugar del centro del pueblo. Cosas de hacer las reservas con poca antelación...y cosas de Fin de Año.
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Y de Puerto Escondido, en avión, a Oaxaca ciudad, donde como os decía en mi anterior post Aeroméxico nos hizo la pirula y nos acabó haciendo llegar 10 horas más tarde de lo previsto a Cancún. A veces es mejor volar en una avioneta de AeroTucán.
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Si en Puerto Escondido éramos tres (Pablo, Enrique y yo), en Cancún ya éramos cuatro, una vez que se incorporó al grupo Josep, un habitual en los viajes con Enrique y conmigo desde el lejano año 2007. Josep viaja bastante a México, a menudo por trabajo, pero no había estado todavía en la zona mega-turística de la Península de Yucatán, así que propuso que nos viéramos allí. Ha sido, de momento, la parte más festiva del viaje. Empezamos con tres días en Playa del Carmen, una localidad de playa a una hora de Cancún, mucho menos explotada que esta última (que no podría estarlo más), con algo más de clase, un público particularmente joven y con gustos algo más particulares. Si en Cancún todo parecen ser mega-hoteles de 3.000 habitaciones, en Playa del Carmen la escala es otra, se puede ir a pie de un sitio a otro y uno tiene la sensación de estar en un gran pueblo de playa, en lugar de en una gran ciudad como Cancún. En Playa del Carmen, por ejemplo, prácticamente solo se oye música electrónica: por las mañanas en la playa, por las tardes en los bares y en la propia playa, por las noches en los clubes donde cada noche hay sesiones con algún DJ de renombre...no hay manera de librarse. A mi, en cierta dosis, me gusta, pero llegaba un momento en que era monotemática y omnipresente. Incluso desde la habitación de nuestro hotel, el Mosquito Blue, no dejábamos de oírla, dado que estábamos en mitad del meollo y que la música electrónica no está concebida para sonar bajita -con eso, concuerdo-.
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Uno de los días en Playa del Carmen hicimos una excursión a unos cenotes (pozas de agua dulce donde uno se puede bañar), concretamente los de Dos Ojos, donde nos dimos un chapuzón guiado, con gafas y tubo, de un par de horas. Me gustó bastante. El último día en Playa del Carmen nos dio por ir a ver ruinas mayas, así que cogimos nuestro coche de alquiler y fuimos a ver los vestigios de Tulum, cuya principal particularidad y atractivo reside en estar junto al mar.
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Y, de allí, un palizón de coche, con Josep al volante, para ver las míiiiiiticas ruinas de Chichén Itzá a punta de escopeta; de hecho, llegamos tan justos que entramos sin pagar y apenas estuvimos 45 minutos en el recinto. Lo justo para ver lo esencial y no enterarnos de nada. Y de allí ya no volvimos a Playa del Carmen sino a Cancún, donde teníamos una reserva para una noche en un mega-hotel como el que os decía antes, concretamente el laberíntico Gran Meliá. Noche de fiesta donde le sacábamos al menos 12 años a la media de edad de los demás asistentes, un percance de Enrique (a quien le birlaron la cartera con sus tarjetas de crédito, DNI, algo de dinero...y las llaves de casa) y por la mañana comida de despedida en el muy recomendable restaurante Lorenzillo's, en una especie de embarcadero sobre el mar. Pablo y Josep se iban al DF (el Distrito Federal, oséase la enorme capital de este país) en avión, mientras que Enrique y un servidor teníamos un autobús de 13 horas hasta Palenque, en Chiapas, en la que iba a ser y está siendo la etapa más mochilera, austera, revolucionaria y zapatista de nuestro variopinto periplo.
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Y aquí estamos, el día después de nuestra llegada, todavía en Palenque. Ayer visitamos las muy notables ruinas mayas del mismo nombre, que quizás son las que hasta hoy más nos han impresionado. Son del período clásico de los mayas, alrededor de los años 700 y 800 AD, si no me equivoco, bastante antes de que llegase el máximo esplendor a Chichén Itzá y a los demás reinos de la Península del Yucatán, que creo que fue en el período post-clásico. Hoy hemos hecho una excursión a las cataratas/cascadas de Misol-Ha y de Agua Azul. La primera es una cascada que cae desde unos 35 metros, la segunda es una serie de cascadas más pequeñas, a lo largo del curso de un río donde uno se puede bañar en muchos lugares en unas aguas limpias de un azul claro intenso. Aquí aseguran que es azul turquesa y no seré yo quien les lleve la contraria. Ambas visitas han valido la pena, especialmente la segunda, que ha incluido un chapuzón. De todas maneras, tal como le comentaba esta mañana a Enrique, a veces sería mejor no haber estado nunca en las cataratas de Iguazú.
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Y mañana, a una hora y de una forma todavía por definir -seguramente en bus o en furgonetilla-, a pasar nuestros últimos tres días en Chiapas, con sede en la nunca suficientemente ponderada San Cristóbal de Las Casas, de quien mucha gente habla bien, en pleno territorio del sub-comandante Marcos y de sus fieles zapatitas.
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Asín fueron las cosas y asín se las hemos platicado, con el máximo rigor.
Como siempre.
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Besos y abrazos,
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El Hugo
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03 enero 2011

Introducción a México. Hoy, Oaxaca.

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Con Pablo, comiendo en La Casa de la Abuela, con vistas al zócalo


Vistas de parte del zócalo de Oaxaca y de la Catedral, desde el mismo restaurante


Ventanal de la iglesia de Santo Domingo, desde dentro


Con Pablo, en las ruinas de Monte Albán



Monte Albán itself


Lateral de la iglesia de Santo Domingo


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¡Hola amigos!
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Voy a platicarles cuatro cositas de mi viaje, wey,

Hete aqui que os escribo desde el bonito pais de México (pronunciese Méjico), donde llevo una semanita paseando y culturizandome con dos amigos. Ahora mismo nos encontramos en la Peninsula del Yucatan, junto al Mar Caribe, en ese mitico lugar llamado Playa del Carmen. Anteriormente estuvimos en el estado de Oaxaca (pronunciese Oajaca...ya os vais haciendo una idea de la cantidad de jotas que se ahorran por estas tierras), al suroeste del pais, un bonito territorio que da al Oceano Pacifico que, como sabreis, no es precisamente el mas pacifico de los oceanos.

Hasta ahora, Mexico me esta pareciendo un pais la mar de simpatico y sus gentes, por lo general, tambien. Los seres humanos que nos hemos encontrado me han parecido amables y educados. Como turista, a veces se hace un poco pesada la cuestion de las propinas, que para algunos de los que nos sirven parece ser una cuestion de vida o muerte, aliciente mas que suficiente para dejarse de tonterias y negociarlas o reclamarlas a lo cutre.

Los primeros dias en el pais (en el ya lejano año 2010) estuvimos, como os decia, en el estado de Oaxaca, al suroeste de Mexico. Alli pasamos una semana, entre la capital del estado (la ciudad de Oaxaca) y el pueblecito playero de Puerto Escondido, en la costa del Pacifico. En un inicio fuimos solo Enrique y un servidor, pues problemas de salud hicieron que Pablo (franco-apañó afincado en Londres) llegase un par de dias mas tarde.

La ciudad de Oaxaca, donde pasamos cuatro dias, es un lugar la mar de animado. El centro está siempre abarrotado de gente, especialmente el zócalo, que es una enorme plaza llena de arboles y que tiene su Catedral, sus niños jugando con sus globos y todo. En Mexico, por lo tanto, la plaza mas importante de cada ciudad no tiene porque llamarse Plaza de Armas.

Oaxaca, el estado, vendria a ser, segun las malas lenguas, uno de los mas interesantes de Mexico: tiene sus indigenas autoctonos, sus vestigios coloniales , sus ruinas pre-hispanicas, una cocina con mucha fama y algunos otros atractivos dignos de mención que no mencionaremos. Oaxaca ciudad, o al menos la parte historica, esta organizada en cuadricula. La parte que se encuentra al sur del zocalo (parabajo) es la mar comercial y popular, con sus mercados, sus puestos callejeros, su trafico y sus individuos e individuas de aqui para allá. En esta parte esta el Mercado 20 de Noviembre que, a pesar de su nombre, esta abierto todo el año. Es un mercado de comida de verdad, de la que se come, no de la que uno tiene que cocinarse en casa. El 20N está lleno de puestecitos de comida, en plan informal y sencilo, donde degustar las especiaidades locales: que si los famosos 7 moles (7 platos ditintos, cada uno con su salsa), que si una sopa, que si las carnes a la parrilla, que si un tazon de chocolate caliente con un bollo, que si las clasicas especialidades mexicanas (enchiladas, quesadillas y un monton de otros platos que combinan tortillas de maiz, queso, salsa de tomate verde/rojo, frijoles y algo de carne de cerdo/buey)... Enrique y yo comimos dos veces en el 20N y, ciertamente, el nivel es muy respetable. No es que sea el súmum del glammour ni de la higiene, pero lo compensa con creces su autenticidad y variedad . Además, en el 20N también te ofrecen por doquier los famosos chapulines, que no son otra cosa que saltamontes fritos.
Afortunadamente para nosotros, hemos llegado en plena temporada de chapulines, lo que nos ha permitido degustarlos en su máximo esplendor, con ajo y sal o con chile. Además, algunas de las mujeres que venden chapulines, ya puestas, no dejan pasar la oportunidad de vender gusanos. Debo decir que, dentro de un orden, tanto los chapulines como los gusanos me han parecido bastante potables. Los chapulines son crujientitos, con un sabor que, sin ser nada del otro mundo, se hace la mar de agradable con un poco de sal y limón. El resultado, pues, es muy correcto y no dudo ni por un instante que si hubiera nacido aquí comería chapulines all day long, desde pequeñín, en casa, en el trabajo y en las recepciones del señor embajador. En Oaxaca los chapulines son como las aceitunas del aperitivo. Los gusanos, que no tienen nada de la textura desagradable que uno podría imaginarse, son relativamente duritos y tienen un sabor como cárnico que, a mi humilde entender, podría incluso clasificarse de bueno. No formo parte de esa escuela de crítica gastronómica que, cuando prueba algún bicho raro, lo resume todo con el célebre "Pues a mi me sabe como el pollo", así que, si queréis saber más de esas delicias que son chapulines y gusanos oaxaqueños, los tendréis que probar por vosotros mismos. Aún a riesgo de decir algo que pueda ser muy polémico, os diré que ambos bichos me han gustado más que las hormigas culonas de Colombia.

Junto al 20 de Noviembre está el mercado Benito Juárez, el típico donde hay un poco de todo (desde ropa hasta curas milagrosas para enfermedades que en principio son incurables), que no está mal. Tendría más gracia si fuese más amplio y luminoso, pero ya se sabe cómo va el metro cuadrado en Oaxaca. Hablando de mercados, un martes decidimos ir al mercado de Atzompa, un pueblecito que ya casi forma parte de Oaxaca capital, pero la excursión fue bastante decepcionante. No encontramos allí los puestos de venta de productos frescos/vivos , llenos de colorido, que nos hubiera gustado ver. Si el martes era el día de mercado en Atzompa, no quiero imaginarme el hambre que deben pasar los que compran allí un lunes o un jueves cualquiera.

Si la parte 'parabajo' del zócalo es la más popular y comercial, la parte 'pararriba' es la más turística, cuidada y bonita de Oaxaca. Es en esa parte donde está la bonita iglesia de Santo Domingo de Guzmán, a penas a tres o cuatro minutos del zócalo, en una plaza muy luminosa. También es en esa zona donde está la mayor parte de restaurantes y bares pijos, donde los turistas -mexicanos y foráneos-, disfrutan de un refrigerio o piscolabis (qué bonitas palabras, ambas) en una terracita o azotea.

En Oaxaca ciudad paseamos mucho, comimos bastante bien y, por lo demás, no estuvimos excesivamente productivos. Uno de los highlights de esos cuatro días fue la visita a las ruinas de Monte Albán, un complejo situado en una colina con vistas al valle donde se halla Oaxaca ciudad, bastante bien conservado y que me gustó. Sus ocupantes originales fueron los zapotecas que, si no lo tengo mal entendido, son el mismo grupo/raza/etnia/pueblo del que siguen quedando unos 800.000 individuos de pura cepa, a día de hoy, muchos de los cuales viven en los pueblos indígenas que se encuentran en derredor de la capital.

Otro de los momentos estelares de nuestra estancia en Oaxaca fue nuestro paso por el temazcal. El temazcal es una especie de sauna indígena cuyo uso se remonta a tiempos pre-hispánicos. Todo el proceso tiene su ceremonial y me pareció bastante auténtico, particularmente todo el ritual purificador que tiene lugar dentro del propio temazcal, en especial la parte en que le azotan a uno con hierbas aromáticas...hierbas que luego van 'a la cazuela' de donde salen los vapores que uno respira. La temperatura es, inicialmente, relativamente soportable, pero la cosa se complica a medida que va aumentando la humedad y que uno lleva más de media hora dentro del zulo. Al final, aguantamos los 45 minutos de rigor. Dentro del temazcal gozamos también de los cánticos de la temazcalera -la misma señora que nos pegaba con los manojos de hierbas-, que no fueron nada del otro mundo (en voz baja y sin muchas energías). Al acabar descansamos un poco estirados y luego nos hicieron un masaje: no tengo muy claro que lo del masaje esté dentro de la más estricta tradición de la zona, pero estuvo bien y contribuyó definitivamente a dejarnos hechos un trapo, relajados y muertos de sueño. Volvimos al hotel, Enrique se estiró en la cama antes de las 20h y, tal como era de prever, ya no se despertó hasta la mañana del día siguiente. Un servidor hizo un esfuerzo y salió a cenar algo, pero apenas conserva recuerdos lúcidos de esos momentos, dado que andaba en una especie de duermevela. Otra bonita palabra. Os recomiendo el temazcal, pues; más que el duermevela.

De las demás actividades en Oaxaca, me queda solo destacar la visita al museo Rufino Tamayo y un par de comidas. Rufino Tamayo fue un pintor local de mucho renombre y el museo que lleva su ídem está dedicado al arte pre-hispánico: está bastante bien porque, como el hombre era artista, la colección se compone de piezas que están allí por su valor artístico, más incluso que por su valor histórico (que también), lo que lo hace que entre mucho por los ojos, aunque uno no tenga demasiada idea de quién lo hizo ni cuándo ni dónde ni porqué ni cómo. Son básicamente esculturas y utensilios de uso cotidiano hechos en barro o similares.

Las dos comidas más destacables fueron en El Asador Vasco y en La Casa de la Abuela, ambos en el zócalo. Por el nombre, enseguida deduciréis que el primero de los dos es un restaurante especializado en platos locales, como el famoso chichilo, uno de los 7 moles, quizás de los que más cuestan de encontrar si no es en momentos muy específicos del año. El mole chichilo tiene la particularidad de que entre sus ingredientes se cuentan tortillas quemadas. Ya sabéis que aquí las tortillas son las tortas redondas y finas, de maíz, que se usan en casi todo, como pan. A Enrique y a mi nos gustó bastante nuestro chichilo con carne de buey. En La Casa de la Abuela comí un mole negro -uno que lleva cacao y es bastante dulzón- que es harto más fácil de encontrar; era con pollo. Fue en compañía de Pablo, cuando Enrique ya se había de Oaxaca en autobús y cuando a Pablo y a mi nos habían dicho que teníamos que pasar casi 8 horas más en Oaxaca porque, aunque habían vendido más de 100 plazas para nuestro vuelo, al final solo les habían 'mandado' un avión de 50 plazas. Espectacular. Ambos moles me molan.

En realidad, este artículo lo he acabado y publicado ya desde Chiapas, pero a modo de licencia poética os mando un abrazo desde Oaxaca,

Hugo

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