10 enero 2011

México es un pais de contrastes: Puerto Escondido, Playa del Carmen, Cancún, Palenque

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Las fotos están en orden inverso al cronológico, una nueva licencia poética (o no) del autor.
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Agua Azul


Simpatizantes de los zapatitas, de camino a Agua Azul



Misol-Ha


La animada plaza de Palenque (El Parque), antes de que
empezasen los conciertos de marimba de la noche



Un elegante transeúnte, en El Parque de Palenque



Vista de las ruinas de Palenque (la foto hace injusticia)


Los orígenes mayas del baloncesto, en Chichén Itzá



Chichen Itzá y el que suscribe



Con Enrique, visitando Tulum, unas bonitas ruinas junto al Mar Caribe



La visita a las ruinas de Tulum incluye la posibilidad
de bañarse en esta agradable playa



Una de las bastantes piezas que me gustaron en la visita al museo
Rufino Tamayo, en Oaxaca (ver artículo anterior)



Puesta de sol en la playa de Zicatela, Puerto Escondido


Esperando para tirarme en paracaídas, en Puerto Escondido


Un momento del bonito vuelo de Oaxaca a Puerto Escondido
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Sí amigos,
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Después de dos semanas en México (pronúnciese Méjico) y de no haber publicado ni una palabra en el blog, aquí está mi segundo post en dos días consecutivos, que pretende cubrir todo lo que no ha sido Oaxaca City. Es decir: Puerto Escondido, Playa del Carmen, Cancún y Palenque.

Siempre había soñado con incluir "es un país de contrastes" en el título de algún artículo, así que aquí queda.

Nuestro viaje se está desarrollando por el Sur de México, más concretamente en los estados de Oaxaca, Quintana Roo/Yucatán y Chiapas. De Oaxaca ya os conté nuestra estancia en Oaxaca ciudad pero, ¡oh infelices!, todavía no sabíais nada de nuestras peripecias en Puerto Escondido.
Puerto Escondido es un pueblo de playa del estado de Oaxaca, bañado por las aguas del Pacífico. Para que os hagáis una idea precisa, está bastante más al Sur que Acapulco, por ejemplo, que es otra localidad en esa misma costa. Si no hubiera turismo, Puerto Escondido sería bien poca cosa, pero gracias al bonito clima de la zona y a algunas olas muy buenas para el surf, se trata de un lugar muy frecuentado por turistas mexicanos y extranjeros. Los surfers y las familias mexicanas constituyen, en cierto modo, los dos extremos de entre los que visitan estos lugares; en medio estamos muchos otros visitantes que ni chicha ni limoná. De hecho, cada uno de los dos grupos anteriormente mencionados tiene su propia playa y su propia zona de restaurantes...y no es que se mezclen demasiado. Puerto Escondido (llamémosle PE) me gustó mucho: es un lugar tranquilo, con unas playas bonitas, un cierto buen rollete/buena onda en el ambiente, sol, buena comida, actividades acuáticas...un buen lugar para relajarse unos días. En nuestro caso, tres días, incluida la noche de fin de año.
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A PE llegamos en una especie de avionetilla de la compañía AeroTucán -el nombre ya da una idea-, en un vuelo la mar de simpático desde Oaxaca ciudad, sin copiloto ni nada y pudiendo ver las maniobras del piloto (y todos sus truquis) desde mi asiento en primera fila. No es la primera vez que gozo de tal privilegio, pero no deja de resultar curioso subirse a un avioncito como quien se sube a un autobús, cuando para subir a otros aviones le hacen pasar a uno por unos controles que ni en Alcatraz. El vuelo de Oaxaca a Puerto Escondido, de apenas 45 minutos, permite contemplar un cambio de paisaje notable desde un valle relativamente seco hasta el oceano, pasando por una cadena montañosa de lo más verde.
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Curiosamente, el día después de aterrizar en PE, Enrique y yo volvimos a ese mismo aeropuerto para subirnos a otra avioneta, que en este caso nos permitió estrenarnos en el bonito arte de tirarse en paracaídas. Fue una experiencia muy recomendable, algo que yo tenía pendiente desde hacía tiempo; una vez, estuvimos a puntito de saltar, pero al final hubo demasiado viento en el ventoso Empordá y no pudimos hacerlo. Aquí en México me da que son un poco menos estrictos, así que pudimos saltar a pesar de la ventisca. Fue muy bonito y pasé mucho menos miedo del que esperaba. Recuerdo muy bien los últimos pasos con mi 'profe' hasta la puerta de la avioneta, ya a 4.000 metros...todos los demás ya habían saltado solo quedaba el piloto; me recordó a mi corta pero intensa participación en la Guerra de Vietnam. El momento más impactante fue el principio de la caída libre, quizás los primeros 3 ó 4 segundos; después seguimos cayendo durante aproximadamente un minuto, dando vueltas como peonzas, para que finalmente Juan Pablo abriera el paracaídas y planeásemos unos minutos antes de aterrizar sobre la misma playa de Zicatela, la de los surferos. Un ligero dolor de oídos, algo de mareo y unos minutos un poco atontado fueron escaso precio para tamaña experiencia.
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Lo más curioso de todo el proceso fue, precisamente, cuando entramos en el aeropuerto de Puerto Escondido, sin tarjetas de embarque, ni pasaportes, ni maletas, ligeros de ropa e incluso descalzos, y pasamos delante de los mismos mostradores donde facturan los que van a volar y no tienen ninguna intención de saltar del avión.
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Fin de Año en Puerto Escondido fue algo más animado y bastante menos hippioso de lo que hubiera imaginado; encontramos un par de buenas fiestas donde pasamos unas cuantas horas. También fueron destacables en PE nuestras visitas al restaurante Pascale, donde hay un francés al mando del grill que hace maravillas con pescados y mariscos (si tuviera a mano marisco gallego o francés ya sería la bomba). México, por lo general, es un país relativamente barato para los estándares europeos, incluso en lugares turísticos. Nos alojamos en el hotel Paraíso Escondido, que es bastante recomendable, aunque si volviera intentaría alojarme en la playa de Zicatela, en lugar del centro del pueblo. Cosas de hacer las reservas con poca antelación...y cosas de Fin de Año.
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Y de Puerto Escondido, en avión, a Oaxaca ciudad, donde como os decía en mi anterior post Aeroméxico nos hizo la pirula y nos acabó haciendo llegar 10 horas más tarde de lo previsto a Cancún. A veces es mejor volar en una avioneta de AeroTucán.
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Si en Puerto Escondido éramos tres (Pablo, Enrique y yo), en Cancún ya éramos cuatro, una vez que se incorporó al grupo Josep, un habitual en los viajes con Enrique y conmigo desde el lejano año 2007. Josep viaja bastante a México, a menudo por trabajo, pero no había estado todavía en la zona mega-turística de la Península de Yucatán, así que propuso que nos viéramos allí. Ha sido, de momento, la parte más festiva del viaje. Empezamos con tres días en Playa del Carmen, una localidad de playa a una hora de Cancún, mucho menos explotada que esta última (que no podría estarlo más), con algo más de clase, un público particularmente joven y con gustos algo más particulares. Si en Cancún todo parecen ser mega-hoteles de 3.000 habitaciones, en Playa del Carmen la escala es otra, se puede ir a pie de un sitio a otro y uno tiene la sensación de estar en un gran pueblo de playa, en lugar de en una gran ciudad como Cancún. En Playa del Carmen, por ejemplo, prácticamente solo se oye música electrónica: por las mañanas en la playa, por las tardes en los bares y en la propia playa, por las noches en los clubes donde cada noche hay sesiones con algún DJ de renombre...no hay manera de librarse. A mi, en cierta dosis, me gusta, pero llegaba un momento en que era monotemática y omnipresente. Incluso desde la habitación de nuestro hotel, el Mosquito Blue, no dejábamos de oírla, dado que estábamos en mitad del meollo y que la música electrónica no está concebida para sonar bajita -con eso, concuerdo-.
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Uno de los días en Playa del Carmen hicimos una excursión a unos cenotes (pozas de agua dulce donde uno se puede bañar), concretamente los de Dos Ojos, donde nos dimos un chapuzón guiado, con gafas y tubo, de un par de horas. Me gustó bastante. El último día en Playa del Carmen nos dio por ir a ver ruinas mayas, así que cogimos nuestro coche de alquiler y fuimos a ver los vestigios de Tulum, cuya principal particularidad y atractivo reside en estar junto al mar.
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Y, de allí, un palizón de coche, con Josep al volante, para ver las míiiiiiticas ruinas de Chichén Itzá a punta de escopeta; de hecho, llegamos tan justos que entramos sin pagar y apenas estuvimos 45 minutos en el recinto. Lo justo para ver lo esencial y no enterarnos de nada. Y de allí ya no volvimos a Playa del Carmen sino a Cancún, donde teníamos una reserva para una noche en un mega-hotel como el que os decía antes, concretamente el laberíntico Gran Meliá. Noche de fiesta donde le sacábamos al menos 12 años a la media de edad de los demás asistentes, un percance de Enrique (a quien le birlaron la cartera con sus tarjetas de crédito, DNI, algo de dinero...y las llaves de casa) y por la mañana comida de despedida en el muy recomendable restaurante Lorenzillo's, en una especie de embarcadero sobre el mar. Pablo y Josep se iban al DF (el Distrito Federal, oséase la enorme capital de este país) en avión, mientras que Enrique y un servidor teníamos un autobús de 13 horas hasta Palenque, en Chiapas, en la que iba a ser y está siendo la etapa más mochilera, austera, revolucionaria y zapatista de nuestro variopinto periplo.
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Y aquí estamos, el día después de nuestra llegada, todavía en Palenque. Ayer visitamos las muy notables ruinas mayas del mismo nombre, que quizás son las que hasta hoy más nos han impresionado. Son del período clásico de los mayas, alrededor de los años 700 y 800 AD, si no me equivoco, bastante antes de que llegase el máximo esplendor a Chichén Itzá y a los demás reinos de la Península del Yucatán, que creo que fue en el período post-clásico. Hoy hemos hecho una excursión a las cataratas/cascadas de Misol-Ha y de Agua Azul. La primera es una cascada que cae desde unos 35 metros, la segunda es una serie de cascadas más pequeñas, a lo largo del curso de un río donde uno se puede bañar en muchos lugares en unas aguas limpias de un azul claro intenso. Aquí aseguran que es azul turquesa y no seré yo quien les lleve la contraria. Ambas visitas han valido la pena, especialmente la segunda, que ha incluido un chapuzón. De todas maneras, tal como le comentaba esta mañana a Enrique, a veces sería mejor no haber estado nunca en las cataratas de Iguazú.
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Y mañana, a una hora y de una forma todavía por definir -seguramente en bus o en furgonetilla-, a pasar nuestros últimos tres días en Chiapas, con sede en la nunca suficientemente ponderada San Cristóbal de Las Casas, de quien mucha gente habla bien, en pleno territorio del sub-comandante Marcos y de sus fieles zapatitas.
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Asín fueron las cosas y asín se las hemos platicado, con el máximo rigor.
Como siempre.
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Besos y abrazos,
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El Hugo
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