24 agosto 2010

Dos semanas en Japón explicadas a lo bruto y casi sin fotos.

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Tres super-héroes, rodeados de amigos


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Silvi y Nico, con un servidor, todos cenando en yukata (kimono informal y veraniego), como es menester en un ryokan



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Nico y un mismo servidor, clavando un tema en el karaoke del hotel.

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En el último capítulo estábamos en Tokyo, dedicados casi exclusivamente a las nobles tareas de comer y beber.

Por esas fechas ya corrían por Japón mis amigos Nico y Silvia, que se apuntaron a tomar unas copas el último día que estuvo Sonia en Tokyo.
Ese día, por la mañana, Nico, Silvia y un servidor nos fuimos a Yokohama, una ciudad grande que es casi una prolongación del área metropolitana de Tokyo. Subimos a uno de los edificios más altos de Japón, con vistas sobre el puerto y sobre Tokyo, para después pasear y acabar comiendo un pato muy rico en pleno Chinatown de Yokohama. Nos tomó al menos cinco minutos entender que, de toda la carta, solo un plato de la carta contenía pato…y que era sin rollitos y sin salsa. Yokohama nos pareció un lugar bastante agradable y menos bullicioso que la capital. Después estuvimos paseando por el puerto, que es impresionante, particularmente una especie de muelle/embarcadero para barcos grandes, una enorme estructura de diseño, con mucha madera. Aquí, cuando se ponen, lo hacen a lo grande grandísimo.

The next day, de buena mañana, nos fuimos los tres a Kyoto, en uno de los habituales shinkansenes -trenes rápidos- que uno toma cada dos por tres. Allí habíamos quedado con otros amigos, Albert y Tania, que hacían su primer viaje con su baby-Marc. Estuvimos juntos un día y medio, centrando nuestras energías en visitar templos, que es una ocupación de lo más habitual en Kyoto, que fue hasta no hace demasiados siglos la capital del país. Resulta curioso observar como, a pesar de que algunos de los templos tienen la misma ubicación desde hace un montón de tiempo, físicamente muchos apenas tienen doscientos años de antigüedad. Cosas de las guerras, de los terremotos y demás catástrofes y, muy particularmente, de los incendios (los templos de madera tienen la virtud de quemar rápido y bien).
El que estas líneas escribe ya había estado en Kyoto en dos ocasiones; a pesar de ello -oye- creo que vi algunos de los mejores templos en esta tercera visita. Fueron, concretamente, tres, todos ellos budistas: Tenryu-Ji, Daitoku-Ji y Ginkaku-Ji. A todos nos gustaron mucho-Ji. A menudo, por “templo” se entiende un recintillo más o menos cerrado con su templo principal, algunas edificaciones secundarias y una o diversas zonas de jardín. A veces los jardines son de lo mejorcito de cada templo: concebidos con mucho gusto, combinando plantas, madera, piedra, agua y otros elementos con elegancia y, siempre, muy bien cuidados, hasta el más mínimo detalle. El conjunto es, al final, un entorno de lo más relajante, lo que algunos llamarían 'espiritual'. Las edificaciones suelen ser bastante sobrias, externamente todas de madera y por dentro a menudo apenas constituidas por espacios diáfanos con suelos de tatami.
Personalmente, me gusta mucho más este tipo de templo que el que, unos días más tarde, tuve ocasión de ver en Nikko. Encuentro que los de Kyoto se prestan más a actividades espirituales o contemplativas que estos últimos, que parecen hechos para ensalzar a los shoguns (gobernantes) que encargaron su construcción.

Después de volver a pasar por Tokyo estuve en la citada Nikko que, a pesar de lo dicho, me gustó bastante. Había mucha gente, por lo que creo que fue un acierto pasar la noche allí: permitía librarse de las hordas de turistas y conocer el pueblecito con cierta tranquilidad. Me pareció un lugar simpático. Di un paseíto por la naturaleza, conocido como el Gamman-Ga-Fuchi Abyss, que me gustó bastante: está lleno de figuras budistas y es todo ello muy tranquilo. De los templos propiamente dichos, me centré en tres: Tosho-Gu, Futarasan-Jinja y Rinno-Ji, siendo el primero y el último casi de visita obligada. A mi me gustaron más los dos últimos: transmitían más buen rollo. Toda la zona de los templos está poblada de unos árboles enormes, que contribuyen a acentuar la grandiosidad del lugar.

Y de Nikko a Matsushima, un pueblecito junto al mar que algún japonés incluyó, en tiempos remotos, en su top-3 de Japón y que como tal ha pasado a la historia. El pueblo/ciudad está en medio de una bahía repleta de pequeñas islitas pobladas de pinos, lo que crea un espacio la mar de pintoresco. En realidad, el motivo de ir a Matsushima es que había una fiestuqui veraniega, con chiringuitos de comida por doquier y fuegos artificiales. Si los fuegos de Asahikawa estuvieron bien, los de Matsushima fueron extraordinarios, de largo los mejores que he visto en mi vida: por los fuegos en sí y sus increíbles formas y colores, por su enorme tamaño, por su espectacular coordinación y duración; impresionantes. Además, resulta curioso estar en un lugar así el día después de un gran evento, cuando todo el mundo se ha ido. De hecho, apenas media hora después del final de los fuegos ya estaba casi todo recogido: los japoneses son unos currantes y no tienen inconveniente en trabajar a las 9 de la noche para dejarlo todo limpito. En cualquier caso, como decía, al día siguiente no quedaba nadie en Matsushima: a los japoneses les gusta dirigirse en masa a los festivales; hay que ir adonde va todo el mundo…y es que aquí el individualismo o el “yo a la mía” no acaban de estar a la orden del día.
El segundo día que estuve por la zona me di un baño en las playas de Nobiru, que está a unas pocas paradas de tren de Matsushima: no estuvo mal.

Tras dos días en Matsushima, tomé cuatro trenes seguidos y me planté en los Alpes Japoneses, donde había quedado con Silvia y Nico. Habíamos reservado un ryokan-onsen (Yunoshimakan) bastante lujoso, en un lugar llamado Gero, una zona de aguas termales muy popular en Japón.

En un lugar así no hay taaantas actividades diurnas, pero al final nos lo pasamos muy bien entre los baños calientes (quizás demasiado calientes), nuestra participación en las veladas de karaoke del hotel -dando el contrapunto a las canciones en japonés-, las excelentes cenas y desayunos del hotel y una excursión que hicimos al pueblo de Takayama, que está a menos de una hora de Gero y que es una visita muy recomendable. Allí estuvimos paseando por unas zonas de bosque y comiendo una excelente carne con denominación de origen Hida, que es la región donde estábamos. También estuvimos curioseando por el mercado matutino que hay junto al río. Un servidor ya había estado en Takayama y le volvió a gustar: tiene algo de pueblo pirenaico, tipo los que hay subiendo a la Seu d’Urgell, con sus ríos y todo.
Estuvimos, pues, dos días dedicados al dolce far niente, que tampoco es que desentonaran demasiado del resto del viaje: Nico y Silvia se dieron incluso un masaje, porque ellos lo valen.

Volvimos juntos a Tokyo, paseamos por Omote Sando y fuimos a cenar al mítico Gonpachi: la comida estuvo bien, pero el servicio un tanto despistado. Después fuimos a un karaoke privado, donde cada grupo tiene su propio cuartito y puede cantar sin pudor y sin tenerse que tragar la bazofia de pop japonés de los demás. Era nuestro tercer día seguido de karaoke, algo que yo tenía pendiente de conocer desde anteriores visitas al país. Todo el sistema funciona bien y hay muchas canciones en inglés (muy pocas en castellano, francés, portugués, italiano…), pero las imágenes que acompañan a los vídeos son igual de lamentables que en todas partes y a menudo no guardan demasiada/ninguna relación con la canción. Viva el karaoke, pues. Creo que Nico y Silvia cantaron mejor que yo así que, si hiciéramos una clasificación entre los tres, yo hubiera ocupado la siempre honrosa tercera posición.

Al día siguiente por la mañana les di a Nico y Silvia la consabida patada en el trasero y les mandé de vuelta a Barcelona, aprovechando la ocasión para tomar un avión a la isla de Hokkaido, donde ya había estado a principios de mes. Puede costar entender que me dedique a ir de aquí para allá, pero los misterios son así y no se pueden explicar. Total, que me planté en el aeropuerto de Sapporo y de allí tomé un tren a Otaru, un pueblo o pequeña ciudad pesquera con cierta gracia: antiguos almacenes de carga y descarga en obra vista, así tipo industrial, un puestecillo de venta de ostras en la calle (aquí las suelen hacer a la brasa, pero no están mal), canales por donde circulan pequeñas embarcaciones…no es Venecia, pero tiene su gracia y su propia decadencia. Además, tiene fama de tener sushi del bueno, cosa que tuve ocasión de comprobar cenando en la barra del Sushi Zanmai, un restaurante de lo mejorcito que he probado en cuanto a sushi en términos de calidad-precio. Tienen sucursales en Tokyo y al dueño le gusta hacerse el prota y salir en la tele.

Y de Otaru para Sapporo, donde me encuentro ahora. Ayer tuve ocasión de probar un plato llamado jingisukan (la manera japonesa de referirse al gran Genghis Khan), un plato de cordero muy apañado que me hice yo bisbo con una plancha que me pusieron delante.
Hoy he visitado el museo de la cerveza Sapporo y el museo del salmón (qué gran pez) y que, a diferencia del anterior, no ofrecía la posibilidad de hacer una degustación. Grave error. Sin embargo, me ha parecido un museo muy interesante: ya conocéis todos la triste historia del sufrido salmón y no hace falta que os ilustre al respecto.
En el museo explicaban, además, una curiosa y muy loable iniciativa llamada Come Back Salmon o algo así, que hace algunos años que se hace en la ciudad de Sapporo. A finales del siglo pasado (quizás 1980’s), alguien en Sapporo se dio cuenta de que (oh, sorpresa), los salmones habían dejado de remontar el río que cruza la ciudad algunos años atrás. El salmón no es un pez demasiado escrupuloso ni maniático, pero todo tiene su límite y, llegados a cierto punto, se le quitaron las ganas de remontar aguas sucias y pestilentas a contracorriente. Y así fue como surgió la iniciativa Come Back Salmon, que imagino se centró en limpiar las aguas y facilitarle un poco las cosas al bicho feo en cuestión. Total que, a día de hoy, cada año hay más de 1.000 salmones que remontan el río que cruza Sapporo, una ciudad con aproximadamente 1.900.000 habitantes. Olé por los japoneses.

Seguiremos informando…y lo ilustraré todo con fotos.

Abrazos, disfrutad las vacaciones que os queden!

Hugo



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Comments:
grande Hugues!! Ya te enseñaremos todas las fotos. que gran viaje q es japon! Aunque desayunar pescado crudo, arroz, sopa miso, tofu, etc... no me acaba de gustar mucho:-)
 
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