10 abril 2009

Primeras noticias colombianas desde Medellin

. (en la plaza de Villa de Leyva)


Hola a todos,

Os escribo desde Medellín, donde llevo dos días, después de haber pasado una semana en Bogotá.

Lo primero que debo decir es que, a pesar de que han pasado casi dos años desde mi primera visita, los colombianos siguen siendo encantadores y el país continúa siendo un lugar fantástico para viajar.

Hasta ahora todo nos ha ido muy bien y hemos hecho bastantes cosas. Estoy aquí con los ya míticos Josep y Enrique...Josep llegó el día 3, Enrique está conmigo desde el día 1.
Lo más destacado de Bogotá fue la boda de Carlos y Natalia, que tuvo lugar al norte de la ciudad, en un lugar llamado La Casa del Lago, una especie de hacienda con capillita incluida. Fue una ceremonia bastante íntima y algo distinta de una boda española. Estaba todo cuidado al detalle y hecho con mucho cariño.
Llegamos tardísimo y a punto estuvimos de perdernos la boda (aquí le llaman "el matrimonio") porque el taxista no sabía cómo llegar. Estuvimos más de una hora buscando La Casa del Lago y llegó un momento en que habíamos perdido toda esperanza: el taxista no tenía ni idea, la gente a quien preguntábamos tampoco (y cuando se inventaban algo, se contradecían) y nadie nos contestaba al teléfono...así pues, habíamos gastado los tres comodines y no sabíamos qué hacer. Afortunadamente, se nos ocurrió llamar a la gente de nuestro hotel, que nos dio un par de indicaciones acertadas que nos permitieron llegar a la boda 5 minutos antes de iniciarse la ceremonia. Nos recibieron con un whisky -o, en su defecto, un vino caliente-, que es la manera de entonarse un poco antes de la ceremonia religiosa...toda una novedad que hay que plantearse importar a las españas. La ceremonia fue bonita y la amenizó un coro la mar de afinado, que nos obsequió, de entrada, con una pieza de la pinícula La Misión.

Después, antes y durante la comida, tuvimos bailes regionales a cargo de unas señoras y señores en vestidos típicos que giraban sobre su eje...podría ser que fuese algo parecido a la tradicional cumbia, pero no estoy seguro. Tenía un toquecillo africano, muy rítmico, con mucho colorido y buen rollo. Me gustó mucho.
Tras la cena, el clásico bailoteo con música latinoide primero y comercial/pop después.

Aquí, como podéis imaginar, se lleva mucho eso de bailar y no es fácil encontrar un local "de rumba" (fiesta, marcha...) donde el grueso del repertorio no se componga de salsa, vallenato, algo de merengue y de vez en cuando alguna ranchera de Vicente Fernández. La gente baila la mar de bien, como es sabido.

El resto del tiempo en Bogotá lo dedicamos básicamente a salir un poco de fiesta, comer bien y pasear con moderación.
Sin ser rematadamente barato, cuando uno viene con sus euros se puede vivir muy bien a precios relativamente moderados.

La noche antes de la boda fuimos a cenar al mítico Andrés Carne de Res, un restaurante/lugar de copas que mucha gente considera imprescindible cuando uno va a Bogotá. Está a casi una horita del centro, pero vale la pena conocer el sitio por lo curioso que es. La comida está bien, el servicio también y lo encuentro bastante animado y acogedor. Es especial.

En Bogotá estuvimos en un hotel sencillo, muy correcto y -de nuevo- acogedor llamado La Casona del Patio, cerca de la Zona Rosa, conocida por su gastronomía y fiestecilla nocturna. Respecto a los restaurantes, recomendaría particularmente el Club Colombia, que lleva el nombre de una cerveza local y al que nos llevaron nuestras nuevas amigas Cata y Cata (Catalina y Catalina), que habíamos conocido a través de una amiga de Josep y Enrique. Club Colombia es un sitio ideal para descubrir la comida local.

Otro de los momentos estelares de nuestra presencia en Bogotá fue mi fuga a Villa de Leyva, prolongando una excursión que hicimos los tres. Con Enrique y Josep decidimos ir a ver la Catedral de Sal (¡subterránea!) de Zipaquirá.
Fue una visita interesante: imaginaos una catedral bajo tierra, cavada en la sal, en lo que antiguamente había sido un mar y que ahora se explota para extraer la susodicha sal. De camino a Zipaquirá, cuando íbamos a coger el bus, Enrique le preguntó al conductor cuánto tardaría en salir. Este le contestó "salimos en un minuto", momento en el cual Enrique consideró que "un minuto" era tiempo más que suficiente para fumarse un cigarrillo. Pero se equivocaba: el autobús salió sin Enrique, así que no le vimos hasta tres horas más tarde, cuando nos lo encontramos visitando la Catedral de Sal.

Enrique, entre Josep y yo, en el autobus a Zipaquira

Desde la otra vez que estuve en Colombia, tenía ganas de conocer Villa de Leyva, un pueblecito colonial que está a unas cuatro horas de Bogotá (Zipaquirá está también en dirección norte, pero mucho más cerca de Bogotá). Así pues, mientras Enrique y Josep volvían a Bogotá, yo me fui a Villa de Leyva a pasar la noche.
Aunque estando en Bogotá uno se da cuenta de que no es Europa, las diferencias se magnifican cuando uno sale de la gran ciudad. El camino a Villa de Leyva desde Zipaquirá fue una pequeña odisea. Todos los buses/furgonetillas que pasaban iban llenos y tuve que esperar más de una hora hasta poder subirme en una furgonetilla la mar de rústica y perjudicada donde, a pesar de que todos los asientos iban llenos, me aseguraron que podría viajar sentado. La solución propuesta (me sentaron en un cubo de pintura con un cojincito) no me sorprendió demasiado, a decir verdad. No fue lo más cómodo del mundo, pero cumplió su función. En la furgonetilla iba un señor borrachuzo, que llevaba cuatro cuadros de gran formato y no paraba de decirle al conductor que le denunciaría a la policía cada vez que adelantaba en línea continua. Como siempre por estas tierras, uno puede bajar todo tipo de comidas y piscolabis sin necesidad de bajarse del bus.

Al final, después de coger tres buses (en Colombia se puede decir esto de "coger" sin miedo a que a uno le miren mal), acabé llegando -ya cerrada la noche- a Villa de Leyva. Lo de "ya cerrada la noche" es para darle un toque poético y situar al lector. En el último bus conocí a dos señoras de Villa de Leyva a las que ayudé con las maletas...y ellas me recomendaron una Hostería sencillita donde pasar la noche.



Paseé por la Plaza Mayor de Villa de Leyva -cuyo nombre no recuerdo pero que quizás se llama así- poco después de instalarme en la hostería. Dicen que es la plaza colonial más grande de Sudamérica y yo me lo creo. Es realmente bonita, como el resto del pueblo, y los verdes alrededores contribuyen a mejorar la foto. Hay un ambiente muy agradable y tranquilo, assín que Villa de Leyva me parece un sitio muy adecuado para venir -solo o en pareja-, leerse 2 ó 3 libros y escribir un par de novelas.

Y de Bogotá, a Medellín donde seguimos hoy.
Aparte de salir un poco de fiesta -no tanto puesto que se han cruzado en nuestro camino el Jueves y el Viernes Santo- hemos tenido la suerte de pasear de la mano de dos fantásticas anfitrionas, Lina y Mona, que el jueves nos llevaron de puebleo por la zona de Retiro y La Ceja, a la que se accede saliendo del valle donde se encuentra Medellín (Medallo para los amigos). Placitas de pueblo, mucha gente local que aprovechaba el día de fiesta para pasear o asistir a las procesiones, comidas (incluidas las clásicas arepas) y dulces típicos (incluidas las obleas con arequipe) en las paraditas tipo 'fiesta mayor', mucha música...estuvo muy bien y fue una buena inmersión en la cultura paisa (de Antioquia, el departamento del cual Medellín es capital).


Con una chiva, tipico autobus de tipo ruraloide

Fue durante nuestro paseo del jueves cuando, en una tienda de souvenirs de lo más variopinta, descubrimos a Enriquito -también conocido como Little Harry-, un muñeco que es el vivo retrato de Enrique cuando tenía 30 años menos -barriguita incluida- y que desde entonces se ha convertido en nuestro compañero de viaje. Asumo aquí el firme compromiso de presentaros a la mayor brevedad alguna imagen de Little Harry, tan pronto como me sea posible bajarme las fotos de la cámara. De momento todavía tenemos pendiente hacerle a nuestro amigo un buen Photo Shooting, con su estilismo y todo...a la altura de lo que merece.
Debo decir que cuidar de un niño de tan corta edad es toda una responsabilidad y que, como me han comentado muchos amigos y amigas, "te cambia la vida". Los que penséis que cuando me iba de viaje lo hacía huyendo de mis responsabilidades estaréis orgullosos de mi.

Estas últimas líneas ya las estoy escribiendo el sábado 11. Josep se queda con nosotros hasta mañana, momento en que él volará a Bogotá...mientras que Enrique, Little Harry y yo nos alejaremos de la comodidad y glammour del barrio de El Poblado de Medellín para dirigirnos hacia el norte, donde 3 días más tarde tenemos previsto el inicio de un trek/caminata de 6 días hasta la fantasbulosa Ciudad Perdida, que es como un Machu Picchu a la colombiana. Al final, por muy perdidas que estén, alguien las acaba encontrando. No tenemos todavía muy definida la ruta hacia el norte, aunque sí sabemos que iremos en bus...en algún bus donde quepa la maleta de Enrique.

Con Lina y Mona, en el metrocable, un teleferico que accede a algunas de las zonas menos favorecidas de Medellin


Besos y abrazos, feliz Semana Santa,

Hugo


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