21 abril 2009

The Taganga Stories: recién llegados de la Ciudad Perdida

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Con Ana, exploradora vasca
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Sí, amigos, Heme aquí, escribiéndoos desde un café internet del pueblecito playero de Taganga, sudando la gota gorda a pesar de un ventilador que intenta que circule un poco de aire. Como suele suceder, tengo a mi derecha a un israelí que está hablando casi a grito pelado con algún familiar suyo en la Tierra Prometida. Taganga es un pueblo costero junto a Santa Marta, al norte de Colombia, no lejos de la frontera del este con Venezuela. Taganga vendría a ser como el barrio hippie y mochilero de la ciudad, donde se aloja la mayor parte de gente que viene a la zona en busca de tranquilidad, playita, excursiones, porros, naturaleza y un poco de fiesta cumba. La playa principal no debe hacer más de 300 metros de largo, así que os podéis imaginar la magnitud del lugar. Taganga debe ser uno de los lugares del mundo donde más % de la gente se gana la vida vendiendo artesanía, a tenor de la gran cantidad de población hippie que aquí se halla.

Típico camino selvático de cabras, camino a Ciudad Perdida


Ayer acabamos nuestros seis días de caminata a Ciudad Perdida, que han estado muy bien y han puesto un poco a prueba nuestras piernas y resistencia. El plan diario consistía en despertarse pronto, asearse, desayunar huevos revueltos, caminar 5 ó 6 horas -pausas incluidas- por selva y verdes laderas, con continuas subidas y bajadas, cruzando varias veces el mismo río y bañándonos en alguna de sus piscinas naturales, llegar a nuestro destino, comer algo que habitualmente incluía arroz, pasar la tarde en plan dolce far niente, cenar algo que habitualmente incluía arroz, quedarnos un rato de tertulia o jugando a cartas a la luz de las velas intentando sin éxito rehuir los ataques de los mosquitos y otros bichos y, finalmente, irnos a dormir, habitualmente agotados, estirándonos en una hamaca bastante sucia y cubriéndonos con una manta mucho más sucia todavía.

Alojamiento tipo, con hamacas y mosquiteros


La imagen no engaña: estamos cruzando un río


Lo mejor de todo, bañarse en el río (qué poco dan de sí los
10 segundos de una autofoto)


Nuestro destino diario eran una especie de cabañas, con techo pero sin paredes, bajo cuyo cobijo nuestro guía y porteadores colgaban las hamacas. Los porteadores se ocupaban de llevar la comida y las hamacas, así como de cocinar. Aparte de los tres miembros del equipo, éramos 13: tres chicos israelíes, una pareja de noruegos, un inglés, un y una canadiense y cinco españoles. Los tres únicos valientes que pasaban de la cuarentena eran los otros tres españoles, vascos para más señas: Ana, Bego y Chechu.


Miguel, el guía, explicándonos algo frente a uno de los 'puntos de control'
de Ciudad Perdida


Txetxu/Chechu pasándolas canutas


Ana y Txetxu, tras pasarlas canutas


Estresantes actividades de la tarde/noche


Después de tres días de camino, nuestra expedición llegó a Ciudad Perdida, un conjunto de ruinas (básicamente unas terrazas de piedra sobre las que en su día se asentaban unas casas o chozas) situado en lo alto de una montaña, al que se accede subiendo unos 2000 pequeños escalones. Se trata de una antigua ciudad de unos 2000 habitantes -una por escalón, ahora que caigo- que fue fundada por los indios tayronas hacia el año 1200. Los indios Tayrona, que dan nombre al parque natural del mismo nombre a cuyas puertas nos encontramos, fueron echados en su día por unos indios muy malos, que no les dejaron quedarse en la playa y les mandaron tierra adentro. Realmente, tenerse que meter en plena selva cuando uno puede estar en la playa es una auténtica p.t.da, pero los tayrona se lo montaron bastante bien y, siglos más tarde, han conseguido que se les recuerde con cariño y admiración. Creo que el interés de Ciudad Perdida está más en el camino que en la ciudad en sí, aunque tampoco puede infravalorarse la belleza del lugar: a mi me parece que la combinación de piedra con frondosas y verdes vegetaciones siempre resulta la mar de resultona, valga la redundancia.

Terrazas de la Ciudad Perdida


Enrique, empapado, celebrando su llegada a C. Perdida


Un aspecto particularmente interesante de nuestra excursión es el hecho de habernos encontrado a muchos indios, algunos aparentemente descendientes de los tayrona, durante nuestro camino. La zona por donde teníamos que pasar es básicamente una reserva, así que se alguna forma teníamos que 'pedir permiso' a los indios al pasar por su territorio. Los indios que ocupan la reserva están más o menos en contacto con la civilización, dependiendo de cuan lejos están sus aldeas de las rutas turísticas y de si venden o no venden Gatorade a los turistas. Todos los indios que nos hemos cruzado tienen en común el hecho de ser bajitos y con el pelo largo. Al parecer, muchos de ellos son nómadas. Los que nos hemos cruzado parecen muy acostumbrados a la presencia de extranjeros, una presencia que parecen aceptar con cierta resignación y no demasiada simpatía. Un servidor, en vista de su actitud, su timidez y como muestra de respeto, ha preferido no hacerles fotos.

Dos miembros de nuestra expedición en una casa -donde nos vendían bebidas- durante el camino (normalmente bebíamos agua del río purificada con pastillas)


Otra cuestión a destacar es la de la presencia de militares en la zona. De hecho, en toda Colombia uno los encuentra por doquier. En el caso de la excursión a Ciudad Perdida, debemos habernos cruzado con 5 ó 6 destacamentos de soldados muy jóvenes que se dedican a proteger la zona de posibles desalmados que quisieran hacernos daño, como sucedió en 2003 con un grupo de turistas que fueron secuestrados por -creo- los paramilitares. La historia acabó bien y, a día de hoy, el ejército ha tomado pleno control de la zona.


Soldado protegiendo la C. Perdida


El cutre y sucio alojamiento final en C. Perdida


Sí, sé la pregunta que os estáis haciendo y os tengo que contestar con franqueza: Little Harry no vino a Ciudad Perdida y se quedó descansando en Taganga. El Comité de Riesgos -el mismo que evaluó los productos de Madoff, los fondos hipotecarios de Freddie Mac y las cuentas de Lehman Brothers-, formado por Enrique y myself, decidió que se trataba de una aventura demasiado peligrosa para el pequeñín. Hablando de pequeñines, aprovecho para mandarle un saludo a mi querido ahijado, el pequeño Ivan, una vez que la Semana Santa ha pasado en todas las zonas horarias y ya es indiscutible que he faltado a mis obligaciones como padrino, consistentes en regalarle la mona o la palma -esto no lo tengo del todo claro-.

Volviendo a nuestro paseo, decir que la zona donde nos movimos fue hasta hace pocos años una área de cultivo de coca y producción de cocaína, lo que nos permitió uno de los días visitar una antigua planta de producción de esta última. Cuando digo 'planta', me refiero a la típica carpa cutre de 4 por 4 metros que aparece en las noticias de vez en cuando. Allí, con 5 ó 6 cubos, 3 ó 4 recipientes de menor tamaño, 6 ó 7 productos más o menos químicos, una desbrozadora para cortar las hojas, 4 ó 5 operarios y unos cuantos kilos de hoja de coca, se producía hasta hace poco la malévola sustancia. Tuvimos ocasión, pues, de seguir el proceso de elaboración de principio a fin. Lo más interesante fueron las explicaciones de tipo sociológico-organizativo-jerárquico-humanas, dado que en principio no tengo pensado intentar replicar el proceso químico en casa.

También estuvo bien ver algunas plantas y animales, aunque se hubiera agradecido que nuestro guía de Sierra Tours hubiese tenido un poco (mucho) más de conocimiento de la flora, la fauna y la historia de la zona.


Naturaleza muerta


Autopista de hormiguitas transportando trozos de hoja (las había
en grandes cantidades y están muy bien organizadas)


Sierpe pericolosa


Ahora, mientras os escribía, acabo de sufrir un shock: acabo de enterarme de que Juan Luis Guerra (como todos sabéis, uno de los cinco grandes de la Historia de la Música junto a Bach, Handel, Mozart y Beethoven) tocará en el festival de vallenato al que asistiré la semana que viene. Hubiera sido una fantástica noticia si no fuese porque su actuación tendrá lugar cuando un servidor ya esté volando de Bogotá a Madriz. No se puede tener todo.

Dicho esto, comentaros que el susodicho festival no responde a mi afición al vallenato -género que desconocía hasta hace poco-, sino más bien a una inquietuz sociológico-cultural, llámese curiosidad...y a la intuición de que me lo pasaré bien en un acontecimiento tan 'auténtico'.

De momento, empero, me quedan 4 ó 5 días por las zonas de playa de Taganga, a la espera de decidir si me adentro o no en el Parque Tayrona, lo cual volvería a implicar dormir en hamacas y renunciar a algunas de las comodidades de que puedo disfrutar, en Taganga, a precio de ganga. La ventaja del parque respecto a Ciudad Perdida es que, al estar al borde y a nivel del mar, no hace frío por la noche. Deciros, por último, que Enrique me abandonará mañana, el día 22, dejándome a mi suerte estos últimos diez días, incluido el día de mi cumple.

Abrazos a todos, gracias por leerme!

Hugo






Comments:
Qué buen relato. Cuando haces tiempo que no viajas, te "explayas" más y nos lo pasamos mejor.

Esperamos varón, de momento, en esta ocasión, no te puedo decir todavía que el nombre te vaya a resultar familiar, porque todavía no lo hemos pensado.

btw, te vienes a Berlino a la F4? Puente de mayo y ganamos la segunda yurolí.

Un embrazo

El de siempre
 
Happy birthday, Mr. Livingstone!! Enjoy your time!!!
Best wishes!!!
Caroline GL
 
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