11 febrero 2008

Próxima escala: Barcelona. El trabajo dignifica.

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(ligeramente caricaturizado de "malandro", una especie de choricillo-pillo-de-baja-estofa, durante el Carnaval, dando la espalda a los arcos de Lapa)

Sí, amigos,

Todo se acaba, nada es eterno, pronto tendréis al blog por las barcelonas. Verlo como una escala más, como una larga escala, siempre es más romántico que verlo como un retonnno.

Hace ahora más de un año y medio que tomé la maleta por primera vez...por aquellos entonces corría el mes de julio del año de Nuestro Señor de 2006. Y henos aquí en 2008. Cierto es que tuve que volver dos veces a Barcelona a hacer algo bastante parecido a trabajar, como era preparar y defender mi tesina de final de carrera. Aún así, desde el 25 de enero de 2007 no puede decirse que haya hecho nada remotamente parecido a trabajar, lo cual implica un bonito lapso de 55 semanas.

Creo que puedo decir, sin temor a equivocarme demasiado y sin dejarme llevar por idealizaciones, que ha sido lo mejor que he hecho en mi vida. Ha pasado rápido, sí, pero no ha pasado más rápido que si hubiera estado en Barcelona: las pequeñas rutinas de la vida aceleran mucho el paso del tiempo. La experiencia, pues, me ha cundido mucho.

Empaparme en las impresionantes cataratas de Iguazú, dormir en un templo budista en Japón, ver grandes bloques de hielo caer del glaciar Perito Moreno en la Patagonia argentina, bajar a las profundidades de las minas de Potosí en Bolivia, visitar la selva amazónica desde diversos lugares, ver el atardecer cayendo frente al Everest, bañarme en el Ganges en Benarés, asistir a un torneo de Sumo en Tokyo, ir a un partido de fútbol en Buenos Aires y pasear por el barrio de la Boca, visitar los templos de Luang Prabang y conocer a grupos étnicos prácticamente aíslados del resto de la sociedad en Laos, hacer una excursión al Monte Fuji, iniciarme en el submarinismo en las islas Maldivas, visitar plantaciones de café y tomar clases de salsa en Colombia, asistir a la Feria del Camello de Pushkar en la India y visitar el fuerte de Jaisalmer, pasar 15 días casi aíslado del Mundo en Nepal y conocer el mítico Namche Bazaar, intentar surfear en Bali, visitar las plantaciones de especias del Sur de la India, vivir unos días en Cuzco, la capital del imperio Inca, asistir a un Campeonato del Mundo de atletismo en Osaka, desfilar en el Carnaval de Río de Janeiro y vivir dos años sus fiestas callejeras, descubrir Bangkok y el puente sobe el río Kway en Tailandia, ponerme las botas a base de sushi y el mejor tempura en Japón, conocer al famoso conjunto de Angkor Wat en Camboya, ver Río de Janeiro desde el Cristo Redentor o el Pan de Azúcar, ir a un partido de fútbol en Maracaná, estar en el centro del Mundo en Ecuador y celebrar la fiesta del Inty Raymi en Otavalo, tener una sobredosis de iglesias coloniales en Sudamérica y de templos en Asia, disfrutar de fantásticas playas en la República Dominicana y asistir a un festival de merengue, pasar dos semanas de aquí para allá en el fantástico Noreste brasileño, bañarme en las aguas frías y calientes de los onsenes más tradicionales de Japón, ver el museo de la bomba atómica en Hiroshima, hacer una sesión de fotos tontas en el impresionante desierto de sal de Uyuni en Bolivia, ver los orígenes del pueblo inca en la Isla del Sol, en el lago Titicaca, dormir en un café-internet y en un hotel-nicho en Tokyo días desués de pasar la noche en un ryokan tradicional, caminar por el mayor mercado de pescado del Mundo, pasear por la zona de los lagos cerca de Bariloche en Argentina, descubrir la espectacular naturaleza de las provincias de Salta y Jujuy en el norte argentino, mascar hoja de coca como uno más en los países andinos, pasear entre los fantásticos templos de Indonesia y conocer Singapur, aterrizar en la minúscula pista en subida de Lukla en Nepal, darme un baño de barro en el volcán Totumo, cerca de Cartagena, en Colombia, visitar bodegas en Mendoza y ponerme las botas a base de carne y buen vino argentino...
Y podría seguir con 10 ó 15 líneas más de experiencias que no olvidaré...

Todo ello, sin hablar de las muchas personas maravillosas (o no) conocidas por el camino, que es lo mejor de todo y con muchas de las cuales mantengo contacto.
O no.

Tengo bastante olvidada la diferencia entre un martes y un sábado, entre un lunes y un domingo, hasta el punto de que a menudo no sé qué día es. No me acuerdo de cómo son los billetes de 10 euros, ni los de 20, ni las monedas de 50 céntimos. Poca memoria, pensarán algunos. Me he acostumbrado a pasear por las calles con la certeza de no encontrarme a nadie. Hasta que me establecí en Río, se me hacía raro pasar más de una semana en un mismo lugar o con la misma gente. Mi móvil se ha convertido en un instrumento de uso muy puntual y recibir llamadas no entra dentro de sus funciones habituales.

Me he acostumbrado a pagar con una moneda diferente cada pocas semanas, a escribir desde un teclado distinto cada vez, a usar tanto mi portugués, mi francés y mi inglés como mi español, a cambiar de dieta y de hora cada mes, a hacerme la mochila cada día, cada dos o cada tres, a dormir en habitaciones con hasta siete otras personas, a conocer a gente nueva casi a diario, a pasar una parte importante de mi tiempo en autobuses, buscando albergue u hotel o planificando mis próximos destinos.

Me he acostumbrado también, y esto es más adictivo, a hacer lo que me da la gana la mayor parte del tiempo.

No he sufrido ningún percance serio en 15 meses de viajes y creo que lo máximo que he perdido es un par de calcetines. En este apartado, lo más destacable es el atraco a mano armada en el albergue de Buenos Aires, el aparatoso accidente de taxi -sin consecuencias- en la misma ciudad, el intento de robo cortándome la mochila en un mercado de La Paz, los diversos hurtos a otros viajeros en varios otros hostales de Argentina o el incidente con dos policías corruptos en Río de Janeiro. Ir con cuidado siempre ayuda y tener un poco de suerte, también.

Las principales incomodidades que recuerdo no han pasado de anécdota: 5 ó 6 días –en total- con el estómago rebelde, una noche durmiendo en el suelo de un aeropuerto en Buenos Aires, un autobús horroroso de regreso a Delhi en la India, los infames autobuses de Bolivia y –en menor medida- Perú, una curiosa inundación también en Buenos Aires, el frío en Nepal, la falta de agua caliente en muchos lugares, la clásica llegada nocturna a una habitación compartida en que todos los demás ya duermen y uno ni siquiera encuentra su cama en la penumbra, 5 ó 6 horas parados en un tren y caminar cuatro kilómetros en plena noche para llegar a un hotel en el norte de la India...y algunos de los peores lavabos del mundo.

Dejo atrás Río de Janeiro, donde he estado instalado más de dos meses. Ha llovido mucho, mucho más de lo que hubiera imaginado, pero a pesar de ello mi estancia aquí ha sido fantástica. Instalado en mi apartamentito de Ipanema he podido entrar en una cierta rutina: la playa cuando hacía buen tiempo, alguna clasecita de guitarra –aún no sé nada, pero quiero seguir-, alguna cena con amigos y salidas nocturnas, un poco de internet, ver alguna película... También he tenido ocasión de divertirme y entretenerme como un carioca, intentando bailar forró en el Democraticos o samba en la calle, yendo al concierto de Jorge Ben Jor en la Fundiçao Progresso, descubriendo algunos de los mejores restaurantes de la ciudad, viendo la inauguración del árbol de Navidad de la Lagoa, celebrando el Fin de Año en el Joquei Club, curioseando por la Feria de Antiguedades del Lavradio, paseando y cenando en la Feira Nordestina, callejeando por el mercado de Saara, visitando el Jardín Botánico o disfrazándome ligeramente para seguir los Blocos de Carnaval por las calles de Ipanema, Lapa o Santa Teresa.

Mis planes ahora pasan por instalarme en Barcelona o cerca de ella, probablemente alquilando un apartamentito. Quizás los primeros días los paso fuera de la ciudad, para escaparme un poco del mundanal ruído. Otra idea que se me ha ocurrido es la de ponerme a trabajar. Como ya he comentado varias veces, será con mi señor padre, en el negocio familiar. El trabajo dignifica casi tanto como el sueldo y, a estas alturas, ya me costaba conciliar el sueño de tanta indignidad acumulada...a pesar de lo cual creo que queda demostrado que vivir sin trabajar es, por lo menos, posible.

Espero publicar, como mínimo, un artículo más...una especie de ficha-resumen del viaje. Si al final hago una exposición de fotos –una idea que me ronda la cabeza-, espero contar con vuestra asistencia.

El aterrizaje en Barcelona se presenta animado: buscar apartamento y hacerlo habitable, trasladar mis cosas e instalarme, buscar un lugar para trabajar, adecuarlo y ponerme a ello, así como un buen número de compras y otros recados. Así pues, espero que nadie se ofenda si no le llamo. Ya tenéis mi email y mi móvil, que no ha cambiado. Mi escala en Barcelona comienza el 15 de febrero y una semana más tarde, el 22, tengo un vuelo a Río de Janeiro (no es broma: salía más barato un Rio-BCN-Rio que un Rio-BCN, cosas de las tarifas aéreas; no pienso tomar el vuelo de retorno excepto en caso de extrema necesidad, claro).

He oído grandes cosas de Barcelona, todo el mundo dice que es una ciudad fantástica. Vamos a ver.

Gracias, una vez más, por leerme. Nos vemos pronto. Abrazos,

Hugo

PD: os dejo con algunas fotos del Carnaval...

(el bloco "Ceu Na Terra", en el barrio de Santa Teresa, tanta gente y calles tan estrechas que era imposible seguir a los músicos)

(una japonesa negra de dos metros, en el mismo bloco)

(el bloco "Que merda e essa", debajo de la ventana de mi casa)


(detalle del mismo bloco)


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