17 julio 2007

Del Conejillo de Indias a Cartagena de Indias

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Hola a todos desde Colombia, el país donde la ensalada de frutas se sirve con queso rallado (*),

(*): a decir verdad, aquí son como mi hermana Clara, que le pone queso rallado a casi todo lo que come

Llevo dos semanas en la tierra bautizada en honor a Colón y me está encantando. Tenía muy buenas expectativas: me habían hablado mucho y bien del país y de sus gentes, así que decidí acortar un poco mi visita a Ecuador, de manera que me quedasen 25 días aquí. Además, tengo la suerte de tener contactos en Colombia gracias a buenos y nuevos amigos, lo cual siempre es fantástico y da la posibilidad de ver las cosas de otra manera.

Entré al país por el Sur, por la zona de Ipiales. Tras pasar dos días en Pasto, una pequeña ciudad sin taaaanto interés, fui directamente a Cali, ciudad de dudosa reputación en el pasado pero donde ahora muchos no viven tan mal. Cali me gustó, estuve muy a gusto. Decidí pasar allí una semana: en parte porque ya estaba cansado de hacer y deshacer la mochila tres veces por semana y pasar un tercio del tiempo en autobuses; en parte porque me gustó al ambiente del hostal donde me instalé...y en parte porque me pareció un buen sitio para tomar tres o cuatro clases de salsa y ver si mi negadez para bailar tiene remedio.
No tiene remedio.
...pero se le pueden poner parches.

Unos nacemos para pasear y otros nacen para bailar. En cualquier caso, me lo pasé muy bien y algo aprendí. En Colombia, un país de por sí bastante salsero, se considera que Cali es la capital de la salsa, de manera que no faltan locales para bailar cualquier día de la semana, profesores para inútiles del baile, etc.

El primer shock al entrar en el país fue en Pasto, el segundo día. Había conocido la tarde anterior, en el hostal, a unos americanos y decidimos ser coherentes con el día de la semana que era (viernes) y salir a tomar algo. Como pasa algunas veces incluso a los viajeros más experimentados, a alguno se nos fue la mano con el ron, de manera que al día siguiente amanecimos con hambre y, en mi caso, ganas de comer algo sano y ligero. Así que me fui al típico "bar de la esquina" y pedí un jugo y una macedonia de frutas. Al cabo de un buen rato de espera, llegó a mi mesa la macedonia, que consistía en unos bonitos trozos de fruta camuflados en yogur y abundante queso rallado. Enseguida sospeché que no se trataba de ningún error de la cocinera y, con gran trabajo, conseguí salvar dos tercios de la fruta. Dicho esto, hay que reconocer que en Colombia se puede comer muy bien.

Llevar un tiempo viajando y conociendo culturas distintas le hace a uno más abierto y tolerante ante este tipo de contratiempos pero, tras largas horas de reflexión, he llegado a la conclusión de que sigo sin ver una clara mejora en mi ensalada de frutas después de añadirle queso rallado de pizza barata.

Ya que hablamos de diferencias o particularidades de cada sitio, que a veces no cuento para no alargarme, aprovecho para explicaros alguna otra...

Los autobuses de larga distancia, por ejemplo, son a menudo como tiendas ambulantes. Siempre circula por los pasillos gente que te quiere vender de todo, habitualmente comida, fría o caliente. A veces realizan un pequeño discurso para pedir ayuda y que les compres algo, antes de recorrer el pasillo. El otro día fue el colmo y un señor nos pegó un rollo de 40 minutos para intentar vendernos un pack de 6 DVDs con programas educativos para niños. A mi me pareció una falta de respeto, porque el hombre gritaba mucho y nos ponía fragmentos de los vídeos en un DVD portátil, de manera que me tocó ver al Chapulín Colorado (un humorista muy popular en gran parte de América Latina) cantando la tabla del 7 y otras maravillas por el estilo. Por si fuera poco, además, el buen hombre nos había repartido a cada uno un ejemplar del producto que estaba en venta, de forma que tuve que tenerlo en la mano los citados 40 minutos, lo cual no ayuda particularmente a conciliar el sueño.
Estoy convencido de que algunos de los vendedores -que son habituales en varios países- tienen sobornados a los autobuseros que les dejan subir.

Otro hecho sorprendente son las colas en los bancos. Aquí la gente que gestiona los bancos hace campañas de televisión muy bonitas, pero por lo general no considera que el tiempo de sus clientes tenga mucho valor, igual que sucede, por ejemplo, en Brasil. En determinados días del mes puedes ver colas de cientos (no exagero) de personas en la calle esperando para cobrar un sueldo, una pensión, pagar una multa o el alquiler del piso. Lo mismo pasa, casi a todas horas, frente a algunos cajeros automáticos. Creo que el concepto de domiciliación bancaria no ha llegado a algunos lugares y no saben lo que se pierden.

Por lo demás, aquí en Colombia me gusta mucho la forma de responder cuando dices "gracias". En España contestaríamos "de nada", pero aquí contestan "a la orden", lo cual siempre me hace sentir muy importante. Otro término que me gusta mucho es el mítico "chévere", que vendría a querer decir muy bien, pero más callejero (seguro que encontráis una manera de decirlo en España con tres palabras).

Un último aspecto anecdótico, de índole más social, es la gran cantidad de madre jóvenes que se ven. He oído hablar/conocer alguna que lo tuvo a edades tan tempranas como los 12 ó 13 años, lo cual está casi al nivel de relaciones infantiles como las de Romeo y Julieta, pero con final feliz.
O no.

Dicho esto y volviendo a Cali decir que tuve la ocasión de conocer a unos caleños y caleñas muy simpáticos gracias a un americano al que conocí en el hostal, lo cual me permitió conocer "formas de vivir la ciudad" que nunca hubiera visto por mi cuenta.

De la gran ciudad de Cali me fui a un bonito y tranquilo pueblecito de montaña, Salento, en la zona del café, donde se produce la mayor parte del café del país. Si de Cali para abajo el paisaje me había parecido muy bonito, con todos los tonos de verde imaginables, en la zona del café diría que aún lo es más. Comí mucha trucha asalmonada, que es lo que toca, leí un poco estirado en una hamaca, visité las fincas de un par de cafeteros y me paseé un poco por el pueblo.

Y de Salento, de vuelta a la gran ciudad, esta vez la no-menos-mítica ciudad de Medellín, que es una de las joyas de los turistas extranjeros por las enormes juergas que ahí se montan y la belleza de sus mujeres. Algunos pensaréis que no se puede generalizar pero yo creo que las generalizaciones (para los que entienden conceptos estadísticos como la media y la varianza) no solo son buenas sino que además ahorran mucho trabajo. Hasta donde la memoria me llega, creo que no recuerdo una ciudad donde las chicas fuesen más guapas que en Medellín, ni en este viaje ni antes de él. En Colombia hay bastante belleza, empezando por Cali, pero creo que Medellín la supera con creces. Para los interesados en el tema, os diré que del resto de mi viaje destacaría Río de Janeiro (no he estado en el Sur de Brasil), Posadas y Rosario (Argentina), Guayaquil (Ecuador) y, por escoger una de los países más andinos, Puerto Maldonado en la selva peruana.

Así pues, muchos de los turistas que van/vamos a Medellín acabamos visitando relativamente poco la ciudad y fiesteando más de lo habitual. Me instalé en el bonito/chic/pijo/rico/glammouroso barrio de El Poblado, en un hostal llamado Kiwi donde la fiesta es casi obligatoria (puesto que con el ruído no es fácil dormir) y dura la mitad de la tarde, toda la noche y a veces parte de la mañana. Me lo pasé muy bien, conocí a algunos extranjeros y locales y no me importaría volver antes o después a Medellín, porque me quedaron muchos museos por ver. Claro.

Medellín fue también donde renuncié definitivamente al sueño de conocer a Juan Valdez, la cara visible de Café de Colombia, un hombre que cosecha el café y lo transporta con su mula, una vez comprobado que Carlos Castañeda (así se llama el nuevo Juan Valdez) es un hombre muy ocupado, habitualmente de viaje debido a sus compromisos publicitarios. A pesar de ello, no le guardo rencor y visito habitualmente las cafeterías Juan Valdez, donde sirven un expresso y otros derivados del café la mar de ricos.

Hoy he llegado a la famosa Cartagena de Indias, como destino final de mi eje de las Indias que, como reza el título del artículo, empecé en Lima comiéndome un conejillo de Indias. No es un juego de palabras muy acertado, pero al menos le sirve de homenaje al pobre animalito.

Aquí en Cartagena he tenido la gran suerte de ser recibido por la familia de mi amiga Tatiana/Tania, casada con mi amigo Albert, de la uni. Estoy alojado en su casa (después de tres días en una habitación con seis chicos resacosos, esto es gloria), hemos comido juntos y el hermano pequeño, Rafa, me ha dado un buen paseo por el Centro Histórico, que es precioso, la joya de la ciudad. Son muy simpáticos y hospitalarios...como buenos colombianos. Me gustan las generalizaciones.

También en Bogotá, donde debe acabar mi periplo colombiano, tengo algún contacto, incluída la propia familia de Tania/Tatiana, que está en todas partes.

El hecho de estar en Sudamérica me ha hecho perderme ya varias bodas y nacimientos, incluída la muy reciente venida al mundo de Joaquinita, la hija de Liliana y Joaquín, asíduo lector del blog, pero no se puede estar en misa y repicando.

Seguiremos informando. Felices vacaciones a quienes las tengan: seguro que son más que merecidas! Abrazos,

Hugo

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