21 enero 2013

Crónicas baianas: todo lo bueno se acaba, menos el Mundo


Sí amigos,

El mundo no se acabó en Jericoacoara (aunque algunos malos traductores del maya pensaran lo contrario) y mi viaje tampoco, así que os contaré brevemente todo lo acontecido estos últimos días.

Salí de Fortaleza -que, a pesar de su nombre, tiene también bastantes debilidades- el 3 de enero y dos horas mas tarde ya estaba en Salvador de Bahia que, francamente, es una ciudad mucho más interesante. Me alojé en el barrio de Barra, donde ya había estado dos veces anteriormente, en 2006-2007. Tiene la ventaja de estar junto a una buena playa, ser seguro, tener algún buen restaurante y bastante infraestructura hotelera, en mi caso una buena pousada como la Ambar. Allí estuve una semana, interrumpida por una escapada de un fin de semana a un lugar llamado Morro de São Paulo.

Fue con una amiga italiana a la que conocí en Jeri con quien decidimos salir de Salvador y pasar el fin de semana en Morro, tal como os contaba. Morro de São Paulo es una localidad playera en una islita cerca de Salvador de la que todo el mundo habla maravillas. Por alguna razón, a la italiana (llamémosla Francesca) y a mi la cosa no nos pareció tan maravillosa, quizás porque el lugar es bonito pero nos encontramos una muchedumbre argentino-brasileña que solo pensaba en pillar una buena taja/borrachera/cogorza/turca y una oferta hotelera y de restaurantes que tampoco era lo mejor que se puede encontrar a este lado del Mississipi. Tampoco la noche morriña nos pareció a la altura de las expectativas. Aseguran algunos que nuestra pequeña decepción se debe al hecho de que estamos en la temporada más alta del año y que, en otro momento, nos hubiese gustado más. Maybe.
Es justo reconocer, sin embargo, que pasamos dos días muy buenos a base de playa, relativamente buen comer y alguna caipirinha ocasional. El paisaje es un poco al estilo de algunas playas del Mediterráneo, como algunas de la Costa Brava, lo cual es bastante distinto de las playas más caribeñas que habíamos visto hasta ahora (más grandes, con el agua más clara y que a uno no le llega ni al tobillo). Morro tampoco estuvo mal y además conocimos a dos chicas chilenas que me hicieron saber que el mejor marisco del mundo está en su país.

Lo que sí estuvo mal fue el regreso de Morro a Salvador, en un catamarán rápido que cruza casi toda la Bahia de Todos los Santos. Poco después de salir de puerto el oleaje nos dio a entender que no sería un viaje plácido: el barco iba dando grandes botes y nadie parecía encontrarlo divertido. Hubo que cerrar las ventanas porque entraba agua y la mayor parte de la gente empezó a marearse, con distintos niveles de gravedad. Los empleados del barco daban consejos sobre qué postura adoptar sobre la silla y cómo respirar, amen de repartir bolsas de plástico para aquellas personas que nunca llegaron a digerir su última comida. Al cabo de unos minutos algunos decidimos salir a cubierta, lo cual, en mi caso, supuso estar tres horas firmemente agarrado a una especie de barandilla, mojado hasta los huesos, con los antebrazos cansados, pero encontrándome bien, que ya era mucho. Nada tuvo que ver este trayecto con la ida, cuando la mayor parte de los pasajeros -y en particular los brasileños- se pasaron el viaje bebiendo cerveza y riéndose. No puedo vender este paseíllo como una aventura, pero tampoco puedo negaros que fue, por lo menos, curioso. La italiana (llamémosla Francesca) también lo pasó un poco mal.
Y es que el mar, cuando no está dispuesto a colaborar, puede ser muy canalla.

Los últimos diez días de mi viaje han coincidido con la visita de mi señora madre, con la que habíamos/había (yo) previsto un programa de actividades en Salvador y alrededores (Praia do Forte y Boipeba).

Praia do Forte es un sitio 'mono' a algo menos de dos horas al norte de Salvador: lo más destacado son sus playas y el hecho de que esté todo montado con cierta clase (más que Morro, in my opinion). Las playas están bastante bien. También es famoso por el Proyecto Tamar, que ayuda a las tortugas marinas a poder formar una familia y conseguir un empleo, para así poder llegar a la edad adulta. La visitilla a Praia do Forte fue la mar de agradable y duró apenas un día.

Tras pasar por Salvador nos fuimos tres noches a Boipeba, una islita de la que -de nuevo- todo el mundo habla maravillas y en la que acabamos por arte de birlibirloque. Una chica que conozco me habló de una conocida suya, que había dejado su vida en Barcelona para montar una pousada/hotelito en una isla cerca de Salvador y me mandó información al respecto. Cuando con mi señora madre decidimos ir al estado de Bahia los astros empezaron a alinearse y al final todas las piezas encajaron. Fueron tres días en un paraíso, donde apenas hay gente en las playas, apenas restaurantes y bares, pero donde la naturaleza es espectacular: cuesta un poco acabar de entender dónde empieza el mar y dónde acaban los ríos, porque la orografía del lugar es de lo más pintoresca. Basta ver un mapa para hacerse una idea de cómo Boipeba es de aquellos lugares que tuvieron suerte cuando se sortearon los atractivos naturales, igual que sucedió con Rio de Janeiro y con otros emplazamientos afortunados.

Dedicamos nuestras mañanas en Boipeba a pasear y a bañarnos en el mar (incluso en unas 'piscinas naturales' que se forman en el mar cuando baja la marea) y las tardes-noches a descansar, jugar a cartas y leer en la Casa Bobô, que es el paraíso que han montado Myriam -catalana- y Nilton -brasileño, pronúnciese igual que Newton- en la parte alta de la isla.

Realmente hay gente que le pone mucho empuje a las cosas y que, cuando se propone algo, lo tira adelante. Casa Bobô es un buen ejemplo de ello: montar unos bungalows de lujo en un lugar tan remoto y partiendo de cero me parece una auténtica heroicidad. Sin exagerar. Y empezar una vida allí después de haber trabajado en una multinacional en Barcelona, viajando de aquí para allá, tiene también mucho de valentía y de tener las ideas muy claras. Parece que las cosas les están yendo bien y espero que sigan así porque, ciertamente, se lo merecen. Si vais a Salvador y os apetece desconectar, planteaos visitar Boipeba, de verdad. La única pega son las 5-6 horas para llegar hasta allá desde Salvador, pero ya se sabe cómo funciona la correlación entre la accesibilidad y la presencia de humanoides.

La última fase del viaje han sido los cinco días que con mi madre hemos pasado en Salvador, esta vez instalados en el centro histórico de la ciudad, en ese famoso barrio llamado Pelourinho , el Pelô. En el Pelô las calles están (mal) empedradas y las casas son antiguas, habitualmente de colores distintos y alegres (con buen gusto), lo cual crea un paisaje de lo más tutti-frutti, muy colonialoide. Está lleno de iglesias y conventos de tiempos de los portugueses y siempre suena alguna música en directo, habitualmente percusión: de hecho, las bandas de percusión de la ciudad suelen ensayar en las calles y a todo volumen, lo cual hace las tardes-noches de lo más animadas. El Pelourinho es un lugar muy turístico y esa es quizás su principal inconveniente, pues las tiendas de souvenirs invaden las aceras con sus productos de dudoso interés y está lleno de gente pidiendo, atraídos por los petro-dólares. También campan a sus anchas los bailarines de capoeira, que habitualmente hacen sus demostraciones esperando una propinilla a cambio. Llevo ya unas líneas sin hacer juicios de valor ni burdas generalizaciones así que os diré que a mi esto de la capoeira nunca me ha llamado la atención. Es una especie de coreografía con música en directo donde dos luchadores/bailarines hacen como que se pegan pero sin llegar a darse; se dice que era la manera que tenían los esclavos africanos de estar entrenados para la lucha y que sus amos pensaran que estaban bailando. O te zurras o no te zurras, pero no me crees falsas expectativas.

Entre la miseria, el calor, el pavimento irregular y los desniveles del terreno me pareció que esto del Pelô se le podía hacer un poco pesado a mi señora madre, así que por una vez -y sin que sirva de precedente- le reservé habitación en un hotel bueno, con su piscinita y todo, en un lugar de lo más céntrico. La Casa do Amarelindo ha sido un oasis fantástico desde donde emprender nuestros paseos por Salvador.

Lo cierto es que durante los días que hemos estado en Salvador no hemos parado de hacer cosas. Una noche fuimos a una ceremonia de Candomblé, que es una religión que tiene mucho peso por estas tierras, en un barrio menos céntrico de la ciudad. Los fieles adoran a unas deidades llamadas los orishás (entre los cuales la Diosa Yemanjá es la más famosa) y aprovechan estos actos para pedirles ayuda. Todo el mundo viste colores claros, se canta y se toca música de forma continua y, en un determinado momento, algunos de los asistentes empiezan a entrar en trance, poseídos por su orishá (cada uno tiene su propio orishá). Algunos empiezan a tambalearse y hacer movimientos extraños. Una especie de sacerdotes y sacerdotisas vestidos de blanco organizan las actividades y ayudan a la gente que ha entrado en trance, tranquilizándoles y -supongo- ayudándoles a encontrar solución a sus dificultades o -quizás- a interpretar lo que los dioses les están diciendo. Tal como nos dijo el guía que nos acompañó a la ceremonia, la gente que acude es porque tiene algo que resolver. Fue un evento de lo más colorido y pintoresco, donde se mezclan creencias africanas y cristianas. No es extraño que la sala entera -más de cien personas al unísono- le esté cantando a los orishás y que, acto seguido, empiecen a rezar Padre Nuestros y Ave Marías. Toda la iconografía es también de lo más variopinta y, obviamente, multicolor. Aunque nos apuntamos a esta ceremonia a través de una salida organizada, la montaba la Asociación Baiana del Culto Afro-Brasileiro y éramos apenas cinco 'voyeurs' entre los más de cien asistentes, lo cual me hace pensar que es de lo más auténtico que podíamos haber encontrado exceptuando, quizás, que nos hubiera invitado alguien a título personal. No haré valoraciones más específicas sobre el candomblé por mi desconocimiento del tema, por respeto y porque estas cosas traen mala suerte. Lo que sí pienso es que, cuando uno está dos o tres horas cantando, bailando y dando palmas en una sala que está a 30 grados, le tiran líquidos perfumados, le soplan el humo de un puro por encima, todo ello rodeado de otros cien fieles que lo viven con la misma intensidad y que le respaldan ante sus dificultades, no es necesario que suceda nada extraordinario para ver las cosas desde una perspectiva distinta, para tener la mente más abierta y, sin duda, para salir del 'terreiro' de Candomblé sintiéndose mejor y menos solo. Y ello sin hablar de aquellas personas con problemas más graves, a las que los sacerdotes pasearon por la sala, taparon con sábanas y manosearon de forma insistente.
Muy interesante.

Por pura casualidad resultó que nuestra visita a Salvador coincidió con el Lavagem del Bonfim, el lavado de las escaleras de la iglesia de Nuestra Señora del Bonfim (la patrona de la ciudad), que vendría a ser el segundo evento más multitudinario del año salvadoreño después del archi-famoso Carnaval. El lavado en sí de las escaleras lo deben ver cuatro gatos por motivos puramente logísticos, así que el acontecimiento popular consiste en una peregrinación/rúa de unos 8 kilómetros por la ciudad. El recorrido en sí no es particularmente bonito, pero los cientos de miles de personas vestidos de blanco, cantando, bailando y bebiendo cerveza por las calles de Salvador sí que constituyen una escena digna de ser vista. Nosotros participamos, incluidas mi madre y la susodicha Francesca. Nuestro paseo en total se acercó a los diez kilómetros en un día de bastante calor, lo cual hace que la gesta de mi progenitora merezca ser destacada. La cantidad de vendedores ambulantes de bebidas -algo habitual en Brasil- resultó en este caso ser apabullante: cada 4 ó 5 metros venían a ofrecerte un pack de tres cervezas. Obviamente, rechazamos más de uno.

El resto del tiempo lo dedicamos a pasear por el Pelourinho y visitar cosillas, como la casa del escritor Jorge Amado, la iglesia de São Francisco, la iglesia del Carmen/do Carmo (donde está la escultura de un Cristo cuya sangre se hizo más realista con la incrustación de rubíes), la Casa da Misericordia -muy bonita e interesante- y el Convento do Carmo, que a día de hoy es un hotel, entre otras visitas.

También estuvimos en una misa afro-católica en la iglesia de Nossa Senhora do Rosario dos Pretos (donde, como su nombre indica, la mayor parte de la la gente era negra), una misa católica de casi dos horas que -una vez más- está permanentemente regada de cánticos y palmas al son de instrumentos de percusión, lo cual -combinado con el calor, los inciensos y el estar de pie- acaba resultando bastante hipnótico. En mi caso tuve que salir al cabo de media hora porque la comida del mediodía me había sentado mal, pero puedo prometer y prometo que mi intención era quedarme las dos horas enteritas.

Por otra parte, no puede decirse que hayamos comido mal, a pesar de que a mi entender la comida tradicional bahiana resulta algo repetitiva. El aceite de dendé -un aceite de palma de un árbol local- circula por doquier y domina en algunos de los platos principales (acarajé, moqueca), lo cual a veces resulta algo indigesto para los que no lo comen habitualmente. La picanha -un corte muy bueno de la ternera, mi carne brasileña preferida- resulta buena, aunque prefiero cómo la preparan en Rio. Aquí suelen pasarse con las cocciones, tanto en carnes como en pescados. En el plano internacional, los mejores restaurantes han sido el María Mata Mouros, el italiano La Figa (bonito nombre) y el Jardim das Delicias. Tampoco hemos comido mal en el restaurante del Amarelindo, entre partida y partida de cartas con mi madre, junto a la piscina. Nos ha faltado volver al mítico bufet del Boi Preto (buey negro), que fue uno de los highlights de mis dos primeras visitas a esta interesante ciudad.

Hoy, último día de nuestro viaje, hemos ido a la playa de Barra a darnos un último baño y hemos aprovechado para comer en el Barravento, un restaurante en forma de carpas que está sobre la misma playa y es la mar de agradable.

Ciertamente este post no me ha quedado muy inspirado, pero así es la vida del artista: uno tiene que sentarse ante la hoja en blanco y trabajar sus ocho horas como cualquier otro mortal. La inspiración a veces viene y a veces no, pero el esfuerzo siempre queda.

Habiéndome extendido tanto, dejaré para próxima ocasión la respuesta a algunas preguntas que os mantienen insomnes (¿Por qué hay tantos brasileños gorditos? ¿Por qué comen y beben tanta porquería? ¿Les gusta hacer horas de cola para echar la lotería o para pagar sus recibos del banco? ¿No tienen nada mejor que hacer? ¿Por qué los músicos brasileños son tan buenos? ¿Por qué los paulistas de São Paulo pronuncian la r como si fueran de Austin, Texas? ¿Por qué muchos cajeros automáticos cierran cuando cierra el banco? ¿Cómo es que el arquitecto Oscar Niemeyer vivió casi 105 años? ¿Por qué la mozzarella de los mejores restaurantes italianos de Fortaleza y Salvador es tan mala? ¿Vale la pena aprender portugués aunque solo sea para entender las canciones de Chico Buarque?). Tengo todas las respuestas, pero el rigor que me caracteriza me impide daros las explicaciones cortas y fácilmente digeribles que esperáis.

Ahora a Barcelona, donde me espera bastante trabajo y donde al parecer hace frío, con una escala en Frankfurt (-1oC), donde se rumorea que la pista está helada y el 40% de los vuelos se están anulando. Vaya panorama viniendo de los 35 grados de Brasil: solo espero que no se me baje el moreno.

Así fueron las cosas y así se las hemos contado. Esta vez tampoco traigo regalos.

Abrazos,

Hugo


PD: es muy destacable la filosofía con la que los alemanes que volaban conmigo de Frankfurt a Barcelona se han tomado los retrasos (3 horas, la última de ellas en el propio avión para que se deshiciese la nieve y el hielo de las alas) y la falta de información; la misma situación en otro país hubiera sido un show

Fotos:

1. La playa #1 de Morro de São Paulo

2. En el barco grande que nos llevó a Bom Despacho, camino a Boipeba

3. Marea baja en Morerê, Boipeba

4. Mis piennas en Morerê

5 y 6. Vistas desde la Casa Bobô

7. Ese famoso gimnasio llamado Boipeba Fitnes, de la cadena del mismo nombre

8. El Largo do Pelourinho

9. Soledad Urbana Autobusera #21, del artista Huguinho Baiano

10. La Baia de Todos Os Santos desde la Casa do Amarelindo

11. Primer impacto visual frankfurtiano: aquí no estamos a 30 grados

12. Segundo impacto visual frankfurtiano: por suerte mi vuelo no se ha anulado, solo ha salido con tres horas de retraso



























03 enero 2013

Jericoacoara: dos semanas en el paraíso


Feliz año a todos.

Los que habéis leído este blog con anterioridad ya sabéis que el aire acondicionado en los autocares es, en muchos países, un signo de status, llevándose la máxima distinción aquellos vehículos en que la temperatura es más fría. Ello, lógicamente, no guarda ninguna relación con lo que se podría considerar una temperatura 'adecuada', quizás alrededor de los 20 ó 25 grados, pues para un buen equipo de climatización bajar de estas cifras es un juego de niños.

Solo esta curiosa concepción del frío como el máximo lujo puede explicar que os esté escribiendo casi tiritando, parapetado tras un jersey y un pantalón largo cuando, fuera, estamos a 30 grados.

Igual que hace dos semanas, os escribo desde el autocar que cubre la ruta Fortaleza-Jericoacoara, si bien en esta ocasión, desgraciadamente, estamos haciendo el trayecto inverso. La estancia que inicialmente habíamos previsto en Jericoacoara (Jeri) era de 5 noches, aunque no tardamos en darnos cuenta de que marcharnos del paraíso no tenía mucho sentido y alargamos nuestra estadía hasta las 13 noches, coincidiendo prácticamente con el final del viaje de Germán.

Jeri es un pequeño pueblo de playa que, hasta hará unas pocas décadas, se podría haber definido como un pueblecito de pescadores. Se encuentra en el estado de Ceará, en el noreste de Brasil, a unas seis horas en autobús+camión de su capital, Fortaleza. Creo que Ceará es un estado bastante pobre donde la gente lo ha pasado mal durante décadas y décadas, viéndose muchos de sus habitantes obligados a desplazarse a las zonas de costa para huir del hambre, si bien no puedo confirmar este particular pues no recuerdo la fuente y no descarto haberlo soñado.

Jericoacoara está situado en una preciosa franja de costa, rodeado de dunas y palmeras, lejos de todo o de casi todo. Los últimos kilómetros para llegar allí hay que hacerlos, literalmente, por las playas, en unos camiones especiales que tienen la virtud de que habitualmente no se quedan encallados en la arena. Hay también muchos pequeños lagos y lagunas que hacen el paisaje aun más paradisíaco. Cuando uno se pasea por una de sus playas semi-desérticas, junto a una duna que muere literalmente en el mismo mar, tiene realmente la sensación de estar en un lugar muy especial. Lo mismo sucede cuando, circulando con un buggy por sus playas, uno se encuentra en un lugar donde la subida de la marea ha invadido un tramo de costa y, para poder seguir, se tienen que subir las personas y los vehículos en unas balsas de madera empujadas por dos o tres hombres. Todo es aquí muy pintoresco: el propio pueblo, a pesar del importante desarrollo que ha sufrido, está formado por una red de calles de arena, lo cual implica que los vehículos autóctonos vayan siempre haciendo equilibrios y que las maletas con ruedas sean de muy dudosa utilidad.

Los vientos relativamente constantes que reinan en la zona hacen que sea un lugar muy propicio para practicar deportes náuticos, especialmente windsurf y kite-surf (surf con cometa).

Dicen que en temporada altísima puede llegar a haber en Jeri unas 10.000 personas, si bien probablemente esa cifra solo se debe alcanzar en los días más cercanos al 31 de diciembre, lo que aquí se conoce como el 'réveillon'. Habiendo estado aquí las últimas dos semanas del año hemos podido comprobar cómo las hordas de turistas que aparecieron para celebrar el fin de año sobre la duna, muchos llegados el mismo día 31, guardaban escasa relación con el ambiente tranquilo que se respiraba hasta el 27 o el 28. Parece ser que hay un cierto turismo local, proveniente probablemente de Fortaleza y alrededores, que se deja caer por Jeri una vez finalizadas las fiestas navideñas...y que probablemente considera que en 2 ó 3 días la cosa se puede dar por vista.

Nuestras primeras cinco noches las pasamos en una maravillosa posada llamada Vila Bela Vista, bastante alejada del centro, hasta el punto de que había un servicio gratuito de transporte consistente en un carro tirado por un caballo. Todo el paisaje resultaba en sí bastante equino -hay muchos caballos y la zona está repleta de una especie de burros salvajes-, así que nuestra llegada al pueblo en carro resultaba menos sorprendente que si hubiéramos entrado en el Maremagnum.

Tres días después de llegar a Jeri ya tomamos la decisión de quedarnos, pues no veíamos la necesidad de inventar la rueda ante una tal combinación de virtudes: ambiente relajado y buena onda reinante, playas y paisajes de anuncio de colonia, muy buena comida, música en directo y marcha nocturna, caipirinhas por doquier y la posibilidad nada desdeñable de convertirnos en auténticos kite-surfers. No pudimos quedarnos en la posada dada la escalada de precios que se produce por fin de año pero rápidamente nos aseguramos un pisito de alquiler la mar de modesto, consistente en una cocina, un dormitorio y un micro-baño: un pequeño espacio donde vive una familia de cuatro miembros y que, como muchas otras familias de cuatro miembros (y de menos y de más) alquilan sus pisos llegadas estas fechas y se van unos días a casa de algún familiar. Con Germán calculamos que lo que obtienen alquilando sus casas apenas una semana al año les podría permitir sufragar el coste de construir otra casa al cabo de apenas diez años.

El fin de año en Jericoacoara fue fantástico, con varios miles de personas celebrándolo y gozando de los fuegos artificiales desde la duna más famosa, para luego bajar a la playa a escuchar música, bailar y caipirinhear como es menester hasta el amanecer, algo que sucede a eso de las 5AM. Aquí todo empieza bastante pronto y los gallos, que deben andar muy desorientados, a menudo empiezan a cantar a la 1.30h de la mañana.

Otro aspecto destacado de Jeri ha sido la comida: los pescados del Pimenta Verde, el atún casi crudo del Leonardo da Vinci, la brillante cocina del Tamarindo y el filet-mignon en salsa de gorgonzola del Naturalmente, por no hablar del meritorio sushi del Kaze, un restaurante japonés del que todo el mundo habla bien.

Igual que la última vez, os escribo desde mi móvil, que es lo que aquí en Brasil se llamaría un "esmarchi foni" (smart phone), siguiendo con una curiosa tradición local que consiste en añadir vocales y transformar consonantes cuando una palabra inglesa acaba de forma poco musical. Aquí las tarjetas vienen con "chipi", todo el mundo está en una red social llamada "feisibuki" y la gente todavía recuerda a una banda de música llamada "Pinki Floichi", por poner solo unos ejemplos.

El deporte en el que Germán y un servidor nos hemos iniciado -ni más ni menos que con siete días de clase- (el 'kite-surf') se conoce por lo tanto aquí como el "caichi surfi".

Nos estamos acercando a Fortaleza, ya son las 9 de la noche del primer día del año y la bajada de la temperatura de la calle ha permitido que el aire acondicionado siga haciendo su implacable trabajo, que cada vez haga más frío, que Germán esté durmiendo tapado y que yo haya estornudado ya varias veces.

Volviendo a nuestra experiencia con el kite-surf, debo decir que estamos muy orgullosos de haber sido tan regulares en su práctica, habiendo renunciado a más de una noche de jolgorio para poder asistir a nuestras clases matutinas. Hemos hecho unas tres horas de clase por día y nos lo hemos pasado muy bien: es un deporte fantástico, muy divertido, donde la conexión con la naturaleza es absoluta; hemos gozado de unas condiciones ideales que sospecho no se darán en otros sitios.

Otra de las joyas de nuestra estancia en Jeri fue la nochebuena, que pasamos en el pequeño pueblo de Guriú, un lugar que a día de hoy ni siquiera aparece en Google Earth. A Guriú habíamos sido invitados por una amiga cuya familia vive allí: participamos en una cena de nochebuena con gran parte de su familia, así como el resto de la 'pandilla' de amigos que hemos constituido durante estos días (una italiana, una mexicana, una catalana, la citada guriuense, Germán y yo). Fue muy interesante ver un pueblecito de pescadores muy modesto como Guriú y conocer a su madre, el padre con su guitarra, los numerosos primos y hermanos y poder pasar allí la noche del 24. También resultó interesante escuchar las historias que varios de ellos nos contaron sobre los lobisomens (una especie de hombres-lobo que circulan por los pueblos), cuya existencia para los que se los han cruzado está fuera de toda duda. La llegada a Guriú ya es, de por sí, bastante pintoresca, puesto que hay que cruzar un trecho de agua en balsa tal como comentaba anteriormente. Gran parte de la cena la hicimos los invitados y debo decir que Germán tuvo bastante éxito con una buena tortilla de patatas; yo me dediqué a la nada sencilla tarea de levantar los ánimos de los cocineros y decorar los platos.

A Fortaleza le he dado dos oportunidades más (porque aquí está el aeropuerto) y debo decir que sigue siendo una ciudad que no me gusta: hay un cierto ambiente decadentillo y dejado, en algunos aspectos bastante cutre, que está en las antípodas de muchos otros lugares de Brasil. Todo ello a pesar de recibir mucho turismo o quizás precisamente por ello. El atractivo de la ciudad me parece limitado y además circulan por aquí un buen número de turistas europeos de sexo masculino con muy poca clase e intenciones dudosas. Además, no se puede decir que en la zona de Iracema donde nos hemos alojado uno se sienta muy seguro. Germán ha llegado a estas mismas conclusiones por sí mismo, lo cual no es suficiente para publicar un estudio en el Journal of Economics, pero sí para reforzar mis percepciones. Los restaurantes son justitos y el servicio raramente para tirar cohetes. Lo mejor ha sido nuestra escapada a la Praia do Futuro (en el puesto Chico do Caranguejo), que está bastante bien, donde hemos comido sobre la misma arena. Nos ha faltado probar el ocio nocturno -del que la gente habla bien- pero me temo que quedará para mi próxima reencarnación. Queridos lectores: la visita a Fortaleza os la podéis ahorrar.

Abrazos,

Hugo

PD: las afotos, in order of appearance

1. En la hamaca de nuestro bungalow del Vila Bela Vista

2. Concierto de samba

3. Cambiándole la rueda pinchada al buggy que nos llevaba a las clases de kite (dos pinchazos en dos días consecutivos)

4. Atardecer en Jericoacoara

5. A punto de cruzar en balsa volviendo de Guriú

6. Cruzando

7. Desayuno estelar

8. Paisaje desde la orilla de Guriú



















This page is powered by Blogger. Isn't yours?